




- En el pasado, el Estado era un sostén clave para los hogares, con subsidios y ayudas que compensaban salarios bajos.
- Hoy, muchos padres deben asumir solos la gestión financiera del hogar, sin red estatal.
- En la primera etapa, eligen inversiones conservadoras (liquidez, bajo riesgo).
- Cuando los hijos crecen, cambian hacia estrategias patrimoniales (inmuebles, legado).
- El 39% de los padres con capacidad de ahorro elige invertir en propiedades, buscando seguridad y control.
- Pero muchos no llegan a esa instancia: solo sobreviven ante la inflación y la quita de subsidios.
- Ser padre en Argentina se volvió un acto económico, emocional y resiliente.
Por años, ser padre en Argentina implicó ser más que proveedor: un equilibrista. Con un Estado que, pese a sus fallas, oficiaba de red de contención, los hogares funcionaban bajo una lógica donde el salario insuficiente encontraba cierto alivio en subsidios, planes sociales y tarifas reguladas. El padre –como figura económica– administraba un presupuesto ajustado, sí, pero predecible dentro de un sistema asistido. Esa etapa parece haber quedado atrás.
Hoy, el padre argentino enfrenta un nuevo desafío: el de convertirse en estratega financiero. Con la retirada del Estado como garante de estabilidad doméstica, mantener a flote la economía familiar ya no depende solo del ingreso, sino de decisiones cada vez más complejas sobre inversión, riesgo y ahorro. La transición no es menor. Significa pasar de la lógica del día a día a la del largo plazo, donde cada peso tiene que justificar su destino.
En ese contexto, se entienden las decisiones conservadoras de los primeros años: liquidez, bajo riesgo, previsibilidad. Pero también el giro que muchos padres hacen cuando sus hijos crecen y las urgencias ceden terreno al legado: invertir en propiedades, diversificar, pensar en herencia más que en gasto. No por moda, sino por instinto. Porque, aún con todas sus complicaciones, el ladrillo sigue representando algo que escasea en el país: confianza.
El dato no sorprende: el 39% de los padres con capacidad de ahorro elige el sector inmobiliario. No es solo una cuestión de rendimiento. Es una decisión cargada de historia, simbolismo y, sobre todo, necesidad de control. Frente a criptomonedas volátiles, acciones lejanas o fondos opacos, el terreno o la casa son tangibles, transmisibles, visibles. Representan seguridad en un país donde todo parece moverse.
El problema, claro, es que no todos llegan a esa instancia. En la Argentina actual, muchos padres ya no administran recursos; simplemente sobreviven. El Estado ausente dejó a millones sin subsidios ni amortiguadores. Las tarifas se dispararon, la inflación erosiona cada billete, y lo que antes era un esfuerzo, hoy es resistencia. En esa tensión –entre la planificación y la urgencia– se libra la verdadera batalla económica del hogar.
Ser padre, entonces, se volvió un acto profundamente económico. Pero también emocional. Porque detrás de cada inversión hay una apuesta: que el país no vuelva a dar vuelta el tablero, que ese techo sea de verdad un resguardo, que ese ahorro sirva, al menos, para que los hijos tengan un punto de partida menos incierto.
En este Día del Padre, vale reconocer ese esfuerzo silencioso, muchas veces solitario, de miles que intentan, entre la incertidumbre y el amor, construir futuro. En un país cambiante, eso también es una forma de heroísmo.



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