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Lo que ocurre en un país cuando un presidente deja de ser un presidente

OPINIÓN 12/06/2022 Ernesto TENEMBAUM
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En su último día de visita a Los Ángeles, el presidente Alberto Fernández intentó explicar por qué había despedido del Gobierno a Matías Kulfas. Fernández aclaró que se trataba de un gran ministro, pero que él no puede tolerar a alguien que use el off the record y menos para dañar a otros. Pese a que “Matías” fue un “gran ministro”, no le quedó, entonces, más remedio que desplazarlo. He aquí, por lo visto, un líder moral. Hay cosas que no se hacen en la vida. Y si se hacen, el Presidente debe establecer un criterio claro.

Por momentos, parece un chiste contado por alguien que no percibe que está contando un chiste. Distintas personas señalaron esta semana que el argumento del off the record es insostenible, especialmente viniendo de quién viene. “Si tienen que renunciar todos los que hacen off, nos quedamos acéfalos”, bromeó el economista Emmanuel Alvarez Agis. “Alberto Fernández es el rey del off the record”, agregó Marcelo Longobardi. Se podrían agregar decenas de personas, que conocen bien al Presidente, y que se sorprenden, se ríen, o quedan perplejos cuando lo escuchan decir estas cosas.

En la semana siguiente al despido de Kulfas, por ejemplo, los medios estuvieron plagados de noticias recogidas en el avión presidencial donde se reprochaba la conducta del ministro saliente. No son muchos los que han tenido acceso a la intimidad presidencial en esas horas: Sergio Massa, Vilma Ibarra, Carla Vizzotti, Santiago Cafiero y el propio presidente. ¿Quién habrá utilizado el “off”, en este caso, para dañar a Kulfas? ¿Por qué no reacciona el líder moral en este caso? ¿Kulfas es el único pecador?

El Presidente incorpora un segundo argumento: “Dañar a otros”. Es otra evidencia de un doble estándar de dimensiones olímpicas. Cualquiera recuerda la cantidad de veces que le han dicho al Presidente “borracho”, “inútil”, “atornillado”, “traidor” o “mequetrefe”. Los autores de esas provocaciones siguen en la raviolera del Estado, sin castigos ni reproches.

Uno de los rasgos de la presidencia de Fernández es, precisamente, ese: la justificación de ciertas decisiones por medio de argumentos que, para cualquier interlocutor inteligente, resultan discutibles, frágiles, incoherentes o hasta graciosos. Eso puede ocurrir cada tanto: todos los presidentes deben justificar como pueden los errores que, siempre, se producen. Son las reglas. Pero el abuso de ese recurso debilita la voz de un Presidente, que es una de sus herramientas más importantes. En los últimos días, se produjo bastante evidencia para entender por qué Fernández perdió ese activo que fue tan potente en el inicio de su gestión.

Pero ocurre algo más. Si Kulfas no fue expulsado por las razones que el Presidente dice que fue expulsado, debe haber otro factor que disparó esa decisión. No es necesario ser un detective perspicaz ni un agudo psicoanalista para descubrirlo: unos minutos antes, Cristina Kirchner había pedido esa renuncia. Entonces, el Presidente -que toleró miles de off, y que toleró decenas de veces que se dañara a otras personas- obedeció.

Kulfas había sido señalado como un enemigo por la Vicepresidenta en cartas y discursos y, sobre todo, en off the record -aún impunes- donde se lo señalaba como uno de los “funcionarios que no funcionan”. Cristina se ocupó de explicar que estaba molesta porque había escrito un libro que reflejaba algunos de los déficits de su gestión. En sus dos últimas apariciones lo acusó, además, de ser el culpable de la inflación, de la fuga de dólares a través del “festival de importaciones”, y de haber favorecido al grupo Techint en la construcción del gasoducto.

Kulfas aguantó. Y aguantó. Tanto va el cántaro a la fuente, que finalmente respondió, en off y en on.

Fernández, que había tolerado las agresiones contra uno de sus hombres de confianza, cortó entonces el hilo por lo más fino. No parece la expresión de un liderazgo moral sino más bien lo contrario. Pero, por fuera de eso, revela un sistema de poder enloquecido que ha sido otro de los rasgos del gobierno de los Fernández, y que le ha costado mucho al país.

La expulsión de Kulfas se produce en un contexto de peligrosa inestabilidad disparada, una vez más, por la falta de reservas en dólares. Ese es el fondo de la discusión que enfrentó a Kirchner con Kulfas: ¿Dónde están los dólares?

“Una observa que en este 2020 y 2021 ha habido un inmenso salto en las exportaciones por cantidad y por precio. Por cantidad y por precio. Tuvimos superávit que no tuve yo en 12 años jamás. Casi 30 mil millones de dólares de superávit comercial y sin embargo tenemos problemas de reservas en el Banco Central. ¿Entonces, qué pasa con la administración monetaria y cambiaria?”, dijo CFK el 6 de mayo, en el Chaco. Luego, en Tecnópolis se quejo por el “festival de importaciones”.

Se trata de una acusación gravísima que, finalmente, apunta contra el propio Fernández. Según la Vicepresidenta, se han fugado miles de millones de dólares porque el Banco Central y el Ministerio de Desarrollo productivo lo han permitido innecesariamente. Eso suele ocurrir por alguna de las siguientes causas: displicencia, por connivencia con las grandes empresas, corrupción, o falta de entusiasmo para enfrentar los lobbys importadores. De todas ellas se habla off the record en el entorno de la Vicepresidenta.

En su carta de renuncia, Kulfas sugiere una posición completamente inversa. Los dólares faltan porque el sector energético traba todas las decisiones puestas en marcha para conseguirlos. Y el sector energético, casualmente, está copado por funcionarios que responden a la Vicepresidenta. Allí se intentó trabar el Plan Gas 2020, que reporta hoy 6.000 millones de dólares anuales, se demoró la aprobación de leyes para el desarrollo de Vaca Muerta, se fracasó en la implementación del Gasoducto. Y se impidió la disminución de los subsidios de las tarifas.

Ataca Kulfas:

“Como peronista me avergüenza cada día que pasa en el que el Estado argentino subsidia la energía de hogares acomodados de la ciudad de Buenos Aires o la zona norte del gran Buenos Aires, hogares que no necesitan, no solicitan ni valoran esos subsidios… En estos dos años y medio han ocurrido hechos trascendentes en el mundo: hubo una pandemia, se investigó rápidamente la genética del virus, se crearon varias vacunas, se desplegaron decenas de iniciativas para afrontar la pandemia, se aceleró la digitalización, cambiaron los sistemas mundiales de aprovisionamiento, pero en nuestro país, el equipo de la Secretaría de Energía no fue capaz de diseñar un sistema de segmentación de tarifas y cobrarle a los ricos y sectores de ingresos medio-altos una boleta de luz y gas sin subsidios”.

Un día después de la carta de renuncia de Kulfas, Cristina Kirchner retuiteó un documento sin firma -o sea, casi en off- de la empresa Enarsa, con durísimos ataques contra Alberto Fernández. Por ejemplo, lo acusa de ser el culpable de que no se haya construido el gasoducto: “El día 12 de agosto de 2021 se presentó el proyecto del Gasoducto Presidente Nestor Kirchner con el DNU listo para ser suscripto. El DNU finalmente se dictó el 14 de febrero de 2022″.

Ese texto ha merecido justas ironías por sus errores semánticos, sintácticos, ortográficos, por la fragilidad de sus argumentos, y por la candidez con la que expone la ineptitud de quienes conducen el área energética. Pero, en el medio, incluye una afirmación tremenda: “Es miópico afirmar que la importación de energía atenta contra las reservas”, se lee allí. ¿Eso cree, realmente, la Vicepresidenta, que respaldó en las redes semejante barbaridad? ¿Y con qué pensará que se pagan esas importaciones? ¿No explica esa frase por qué se perdió la autonomía energética, mientras Kirchner gobernaba el país? ¿Cuántos miles de millones de dólares en reservas le habrá costado esa fantasía a la independencia económica y la soberanía política de la Argentina?

En toda esa discusión, falta un protagonista. No se sabe si el Presidente cree, como Kulfas, que el problema se debe a los desmanejos del área energética o, como Cristina, al festival de importaciones. A juzgar por su trayectoria y sus declaraciones, está de acuerdo con Kulfas: el problema está en el área energética. ¿Y entonces? ¿Por qué no pone allí gente idónea? Otra vez, no hay que ser un detective ni un psicoanalista: permite que personas ineptas conduzcan el sector energético porque están protegidas por la Vicepresidenta. Por miedo, o para preservar la coalición, que llegado el caso es lo mismo.

La expulsión de Kulfas es, entonces, mucho más que la expulsión de Kulfas. Es la expresión de un límite infranqueable que explica también la incapacidad para desarrollar a tiempo el complejo energético, gran parte de la fragilidad financiera y, por ende, una porción significativa de la inflación. La consecuencia es que este Gobierno puede quedar en la historia como uno que terminó muy mal ¡por la estupidez de no haber sido capaz de construir a tiempo un gasoducto! Si estas cosas estuvieran ocurriendo antes del 2015, Fernández probablemente las explicaría de esta misma manera.

Desde el mismo día de su asunción, el Presidente debió luchar contra la idea de que sería un títere, muy instalada desde fuera del Frente de Todos y también desde adentro. Entre las cosas que ella quería que hiciera y él no hizo, y las que él hizo contra la voluntad de ella, tiene argumentos para sostener que no lo fue. Un ventrílocuo no se pelea con su marioneta, y en esta historia hubo muchos conflictos: solo de esa manera se entiende el fastidio de la Vicepresidente.

No ser un títere es una condición necesaria para ser un Presidente.

No parece claro que sea una condición suficiente.

Fuente: Infobae

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