Sulfatados: la interna libertaria y el costo de una estrategia que se agota

OPINIÓN Agencia de Noticias del Interior
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  • El “triángulo de hierro” libertario (Caputo, Karina Milei y los Menem) muestra tensiones internas que afectan la campaña y la gobernabilidad.
  • La decisión de cerrar listas solo con leales dejó afuera a aliados en Diputados, que hoy votan contra el oficialismo.
  • El Congreso logró revertir vetos presidenciales y avanzar con proyectos opositores en ambas cámaras, dejando al Gobierno aislado.
  • Caputo pide tejer alianzas, mientras Karina Milei insiste en blindar un núcleo duro, lo que agrava la fragilidad legislativa.
  • Escándalos como el fentanilo contaminado y los audios de Spagnuolo complican aún más la imagen del oficialismo.
  • La estrategia de polarizar solo contra el kirchnerismo luce insuficiente frente a un Congreso heterogéneo y a un electorado que demanda soluciones.

La primera semana de la doble campaña ensamblada dejó en claro que algo no funciona en el corazón político del oficialismo libertario. Los bornes que articulan el “triángulo de hierro” aparecen sulfatados, corroídos por tensiones internas y contradicciones que ya no pueden disimularse con épica celestial ni con consignas de austeridad fiscal. Lo que ocurre en Balcarce 50 no es solo un malestar pasajero entre militantes desplazados de las listas provinciales: es la expresión de un armado electoral errático que amenaza con minar la propia gobernabilidad.

El choque de visiones entre Santiago Caputo —arquitecto de la épica libertaria y líder de las “Fuerzas del Cielo”— y la avanzada terrenal de Karina Milei, respaldada por el clan Menem, se ha vuelto más que un chisme de pasillo. La imposición de listas cerradas, con candidatos elegidos al calor de la lealtad personal y no de la experiencia legislativa, tuvo efectos inmediatos en el Congreso. Viejos aliados que supieron acompañar al Presidente en votaciones críticas se transformaron en francotiradores, dispuestos a marcar autonomía aun en temas de alta sensibilidad.

El resultado fue devastador: Diputados volteó con una mayoría abrumadora el veto presidencial a la emergencia en discapacidad. Lo mismo ocurrió con el proyecto de distribución automática del Fondo de Aportes del Tesoro Nacional, impulsado por gobernadores hastiados de la política de tierra arrasada del Ejecutivo. Apenas la febril intervención de Caputo logró salvar, por los pelos, el blindaje al veto sobre las jubilaciones. El Senado, a su vez, fue aún más lapidario: sancionó la emergencia pediátrica y revirtió decretos de Sturzenegger con más de dos tercios. La ecuación es clara: el Gobierno se queda cada vez más solo.

Aquí se revela la paradoja central. Mientras Caputo predica la necesidad de tejer alianzas pragmáticas que garanticen viabilidad futura, la lógica de Karina Milei —respaldada por su hermano— sigue siendo la misma: “ir con los propios, a cualquier costo”. Esa obstinación de encerrarse en un núcleo duro termina siendo funcional a la oposición, que encuentra mayoría circunstancial sin siquiera tener que coordinar demasiado. El Congreso ya aprendió que los votos libertarios no están garantizados ni siquiera en su propia tropa.

Como si la tormenta parlamentaria fuera poco, la política se vio sacudida por dos escándalos que pegaron directo en la línea de flotación oficialista. El primero, la tragedia del fentanilo contaminado, que expuso la incapacidad del Estado para ejercer controles básicos en materia sanitaria. El segundo, aún más corrosivo, la filtración de audios del titular de la ANDIS, Diego Spagnuolo, amigo personal del Presidente, acusando a Eduardo “Lule” Menem de integrar un esquema de corrupción en la compra de medicamentos. El episodio no solo olió a “carpetazo” interno, sino que dejó en evidencia un Gobierno desbordado, incapaz de controlar el daño.

Lo que sigue es un déjà vu político argentino: mientras Milei acusa al Congreso de protagonizar un “espectáculo macabro” secuestrado por el kirchnerismo, la oposición multiplica pedidos de informes y denuncias judiciales. El tablero se complejiza porque, a diferencia de lo que supone el discurso presidencial, no es solo el kirchnerismo el que le da batalla. Gobernadores, radicales dispersos y hasta viejos aliados del PRO se suman a un frente parlamentario que ya demostró poder marcarle la cancha al Ejecutivo.

La campaña arranca, entonces, atravesada por una doble crisis: la de un oficialismo corroído por su propia interna y la de un Estado que no logra dar respuestas mínimas ante emergencias sanitarias y escándalos de corrupción. El riesgo es que, en su obsesión por polarizar únicamente contra el kirchnerismo, Milei termine subestimando el hartazgo de un votante que pide soluciones y no solo relatos épicos de guerra cultural.

La pregunta central es si al electorado medio le alcanza con los dos ejes mileístas —derrotar al kirchnerismo y sostener el equilibrio fiscal— en un contexto donde la agenda cotidiana se llena de tragedias evitables y denuncias que golpean en el corazón mismo del poder. Si algo enseñan estas primeras semanas es que no hay blindaje discursivo capaz de tapar la sulfatación interna de un Gobierno que parece desgastarse más rápido de lo que avanza.

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