


Un estadista puede ser un funcionario público o un analista de la realidad política, que conozca la verdad de la sociedad en la que vive, sus necesidades, los recursos con los que cuenta y las posibilidades de llevar a cabo planes eficaces a corto, mediano y largo plazo, sin proponer utopías, ya que las promesas vanas, crean ilusiones y cuando no se concretan solo logran generar frustración, descrédito y resentimiento. Un estadista deja una marca de cambio positivo y de progreso en la historia de su pueblo, ya que lo guía hacia un destino de grandeza, mejorando sus capacidades, descubriendo potencialidades y generando ingresos.
En su obra «Mirabeau o el político» publicada en 1927, el filósofo español José Ortega y Gasset llamó estadistas, a aquellos gobernantes que son capaces de tomar medidas que son buenas a largo plazo, aunque en lo inmediato puedan resultar antipáticas e impopulares. Será la historia quien, con mirada retrospectiva juzgue al político de estadista, o de un simple oportunista, demagogo o pusilánime.
Para Winston Churchill, la diferencia entre un político común y un estadista es que el primero solo piensa en el triunfo electoral, mientras que el segundo, en las generaciones que vendrán.
En base a lo antedicho, ¿ existe, hoy en día en la Argentina, algún político de notoria presencia, al que se pueda llamar "estadista"? A mi entender, la respuesta es NO.
A diario, los habitantes sin privilegios especiales vemos sobrados ejemplos de las mezquindades que mueven a la casta política nacional. Y cuando digo "casta", no me refiero al caballito de batalla con que Javier Milei fustiga a sus adversarios, por cierto muy ocasionales. Sino que estoy definiendo a todo un sistema o una manera de pretender defender los altos intereses nacionales, con el que un grupo de ciudadanos se han enquistado en el poder desde hacer más de cuatro décadas.
Justo hoy, 27 de febrero, día en el que se recuerda la creación de la Bandera Nacional por parte del General Manuel Belgrano, el tema de lo que es un estadista cobra real dimensión.
No estaría nada mal retrotraerse a ese momento, sabiendo que, ya enfermo, Belgrano hizo jurar en la Villa del Rosario, un emblema que significó, y aún sigue significando, un pacto de unión que nos identifica, demostrando que la gesta de uno solo es posible cuando es la obra de muchos, y no la ambición avara del poder por el poder mismo.





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