




Argentina siempre ha sido un país excepcional. Pero seamos francos: durante los años kirchneristas, fuimos excepcionales siempre por lo negativo. Éramos, de hecho, una anomalía entre las naciones desarrolladas: un país sin confianza exterior, con una inflación y una economía descontroladas, plagado de problemas recurrentes con acreedores internacionales y que respaldaba políticamente a las dictaduras de la región.
Hoy, sin embargo, esa narrativa ha cambiado. Seguimos siendo una excepción en el mundo, pero ahora una excepción positiva.
En apenas un año de la nueva gestión, el perfil de Argentina se ha transformado profundamente. Nos presentamos ahora al mundo con cuatro factores diferenciadores que marcan un claro contrapunto con el escenario internacional.
El primer factor es nuestra previsibilidad. Argentina es hoy un país con opciones claras y transparentes, tanto dentro como fuera de sus fronteras. En el ámbito económico avanzamos hacia un modelo con intervención estatal mínima y mayor protagonismo de la iniciativa privada, fomentando la innovación y el crecimiento sostenible. En el plano político nuestras alianzas están claramente definidas y se basan en la cooperación con países democráticos y comprometidos con el respeto de los derechos humanos, valores que no están sujetos a discusión entre nosotros.
El segundo factor diferenciador es igualmente sencillo: somos un país abierto. Aspiramos a ser un bastión del libre comercio, la vía que, de manera comprobada, más prosperidad y desarrollo brinda a los pueblos. Lo demostramos no solo con palabras sino con hechos concretos, como el acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea. Pero esta apertura no se limita a lo económico: también es cultural. Significa apertura a los demás, a la inmigración, porque nos reconocemos como hijos de inmigrantes (esa es nuestra identidad).
Asimismo, nuestra tercera ventaja competitiva son nuestros recursos naturales, que nos convierten en un país indispensable. Los metales y minerales estratégicos esenciales para la industria moderna y la revolución tecnológica global, como el cobre, el litio y el gas de Vaca Muerta se encuentran en abundancia en nuestro bendito territorio.
Esta circunstancia nos coloca en el centro de los debates geopolíticos más definitorios de este siglo. Al mismo tiempo que abre oportunidades únicas para asociaciones estratégicas con países y empresas que necesitan estos recursos para competir y sobrevivir frente a sus rivales.
Por último, y quizás el factor más diferenciador de todos: somos un país optimista. Los argentinos comienzan a sentir los efectos de una economía normalizada y a volver a creer que sus hijos tendrán una vida mejor que la de ellos. Este cambio en las expectativas y esta renovada confianza en el futuro es un logro extraordinario que también se refleja en el exterior, en el deseo de invertir en nuestro nuevo ciclo de crecimiento.
En un mundo temeroso de una tercera guerra mundial, que se cierra sobre sí mismo con tarifas al comercio y barreras a la inmigración, que pone en duda los méritos de la democracia y con las clases medias empobrecidas y temerosas del futuro, buscarán un país predecible, abierto, rico en recursos naturales y optimista. Creo que solo puede ser Argentina.
El presidente Javier Milei es reconocido con premios internacionales por sus logros y decisiones, como es el premio que otorga la Fundación Genesis, el “Premio Nobel Judío”. Es una buena noticia para el país en el “Año de la Reconstrucción de la Nación Argentina”.
* Para www.infobae.com






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