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Alberto Fernández, la cara impávida de un fracaso nacional y popular

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Cuando finalmente se produzca, en algún momento del inicio de esta semana de la nueva Argentina, la foto de Alberto Fernández reunido con un Javier Milei consagrado presidente electo será el anticipo de la imagen que pondrá la frutilla sobre el postre agrio de la derrota del mandatario saliente: el peronista no le entregará el bastón de mando a otro peronista, como se propuso cuando debió aceptar que no podría siquiera presentarse a la reelección.

Con todo, Fernández es apenas la cara –impávida, pero demacrada, penosa en la inexpresividad que mostró este domingo, tras emitir su último voto como jefe del Estado- de un fracaso que lo trasciende enormemente: el del tan mentado campo nacional y popular, continente informe de las fuerzas progresistas que decepcionaron a las mayorías que se jactaban de representar y las entregaron, con sus impericias y sus miserias, a las fauces del león hambriento de la ultraderecha, convertidas en salida para el 56% del electorado avisando que el ajuste que les caerá encima será el más feroz del que se tenga registro. La dimensión del daño que les han hecho es proporcional a la temeridad de la alternativa transformada en gobierno.

Ni el tiro del final le va a salir
Alberto Fernández fracasó a lo grande. Podrá decir que la pandemia, la guerra y la sequía y está bien, pero falló.


- Prometió “unir a los argentinos” y deja el gobierno con la sociedad ultracrispada, hundida hasta el cuello en una grieta que, con nuevas ropas –ahora es casta vs. anticasta-, es más profunda que nunca.
- Prometió que “los últimos” serían “los primeros” y su legado incluye una pobreza superior al 40%, una llaga sangrante en el ser peronista.
- Prometió “poner de pie a la Argentina” y deja al país arrodillado, aplastado por una deuda criminal que heredó, renegoció mansamente y sigue siendo impagable. Botón de muestra: el Gobierno presentó la devaluación del 22% dispuesta el 13 de agosto, al día siguiente de las PASO, como “una imposición del Fondo Monetario Internacional”.

El presidente saliente tiene derecho a socializar el fracaso. Cristina Fernández de Kirchner, su mentora, La Jefa, no supo administrar las tensiones que brotaron a nada de comenzar a andar el Frente de Todos, el artefacto que había sido eficaz para ganar las elecciones, pero resultó un fiasco como maquinaria de gobierno.

La vicepresidenta empezó a quejarse a cielo abierto bien temprano, en octubre de 2020, cuando apuntó a los “funcionarios que no funcionan”, y detonó la coalición después de la derrota oficialista de las PASO de medio término de 2021, cuando reveló, en una carta-bomba abierta, que 19 veces se había reunido con el mandatario para advertirle que la estaba chocando y el hijo pródigo no le llevó el apunte. A partir de ahí, CFK fue una opositora implacable. Botón de muestra: su hijo Máximo juntó 28 votos peronistas en la Cámara de Diputados contra el acuerdo con el Fondo que cocinó Martín Guzmán.

En el umbral del proceso electoral que terminó en la derrota de este domingo, Cristina alentó –dejó que fluyera, cuanto menos- el operativo clamor que la pedía otra vez en la cancha y empujó al Presidente a su renunciamiento electoral, pero inmediatamente hizo el suyo. Sin pan y sin torta, la coalición quedó tan huérfana de candidaturas que terminó saltando al vacío con el ministro de Economía de la inflación del 140%.

Ahora, la vice se va sacándose el lazo por las patas. “No fui escuchada por este gobierno”, se despegó el 22 de octubre, al pie de la urna. ¿En serio?

El traje de mártir le queda grandísimo al hincha de Tigre. Por debajo del relato de la papa caliente hay un plan fríamente calculado para llegar a donde no llegó. Pidió plenos poderes para ser superministro y, en un año, duplicó la inflación.

Sergio Massahizo campaña caminando por un desfiladero estrecho: pidió perdón por el gobierno que él controlaba desde hacía un año, pero advirtió, a cada paso, que no era el presidente.

Las urnas le recordaron: es la economía, Sergio, y este gobierno también es tuyo.

En definitiva, el peronismo, dominado por sus demonios, la chocó y dejó pasar el tren histórico de su reunificación en una coalición de fantasía: el Frente de Todos no fue más que el reencuentro de líneas internas de un movimiento que se había deshilachado.

Atrás, radicales
En ese campo nacional y popular minado se arrastra también la UCR, que ahora cuenta su condena y debe decir su fracaso.

En 2015, su antiperonismo genético y su instinto de supervivencia llevaron al paladín de la socialdemocracia argentina a treparse al tren de la derecha macrista, que le hizo lugar en el furgón de cola de la formación que partía empujada por la promesa del cambio. El precio de volver a pertenecer.

La debacle prematura del cambiemismo, que no pudo enlazar dos turnos de gobierno, alimentó expectativas de protagonismo que la tropa boinablanca vio diluirse conforme fue progresando el proceso electoral 2023.

- Resignó la pelea por la presidencia y se desmechó en las dos fórmulas que presentó Juntos por el Cambio en las primarias: Gerardo Morales se guareció a la sombra de las plumas de paloma de Horacio Rodríguez Larreta y Luis Petri se acomodó bajo el ala halcón de Patricia Bullrich. Primero perdió Morales, el 12 de agosto; después cayó Petri, el 22 de octubre.

- La derrota de JxC en la primera vuelta dejó al partido pedaleando en el aire, otra vez agrietado en papeles de reparto: en la neutralidad culposa, en la soledad de manifestaciones de espanto anti-Milei y en el seguidismo inercial de la derecha dura del PRO en un mileimacrismo que hace revolcar en su tumba a Raúl Alfonsín, justo cuando su democracia cumple 40 años.

La estructura política del campo nacional y popular es, hoy, tierra arrasada. Falló y dejó a sus bases en la orfandad o entregadas a un proyecto mesiánico autoritario y temerario, ajustador, empoderado para hacer la terapia de shock que ni Macri se había animado a aplicar.

Decía Perón: acumulan los liderazgos. ¿Quiénes están en condiciones de liderar para resembrar en la sequía? ¿Cristina, otra vez? ¿Massa, el derrotado, que además había dicho que estaba dando los últimos pasos en su carrera política? ¿Axel Kicillof, el único héroe en el lío peronista, acorralado en la provincia inviable por un gobierno federal que promete cortarle los víveres en el camino al déficit cero? ¿Morales, el primer caído? ¿Martín Lousteau, el socio de Larreta sometido en la Ciudad por la dinastía macrista? ¿Los gobernadores radicales, que ya hacen cola en el besamanos libertario para que no se corte el circuito financiero de la felicidad?

Las fuerzas del progresismo caídas en desgracia deberán, en jerga kicillofista, escribir una nueva canción; recrear una épica de la solidaridad como cortafuegos del libremercadismo feroz y la meritocracia sálvesequienpuedista.

Deberán saber, sin embargo, que no les alcanzará, esta vez, con proclamas románticas que prescindan de la eficacia pragmática como instrumento, como estímulo para recuperar la confianza de aquellas mayorías que se cansaron de esperar soluciones.

No podrán tomarse mucho tiempo para la introspección ni para la práctica indoor del lanzamiento de facturas. Milei ya prendió la motosierra y está dispuesto a hacer del país una carnicería.

Con informacion de Letra P.

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