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Alegrías y pesares que marcaron a fuego mi vida

PARA LEER EN PANTUFLAS 27/08/2023 José Ademan RODRÍGUEZ
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AdemanPor José Ademan RODRÍGUEZ

Barrio Rosedal... Lo recuerdo como si fuera ayer, y han pasado 45 años... Aún resuenan en mis oídos, como nota musicales, expresadas con palabras por el gordo Troilo... Con voz que parecía salida de su corazón en el nocturno a mi barrio... “¡Qué sé yo si era así!...” Las estrellas de la esquina de mi casa titilando como si fueran manos amigas, me dijeran ¡Negro!... Quedate aquí...¡QUEDATE AQUÍ!...

Tengo viva la imagen de aquel 31 de Julio del 78 en el que me despedí de mis hijos, bueno, no me despedí pues dormían y no tuve valor para decirles adiós... Habrán sido las 3 o 4 horas de una fría madrugada, y hubiera sido muy doloroso. Mejor así, que se durmieran pensando que el próximo Domingo pasaría a buscarlos para llevarlos al parque, pues por mi condición de separado, hacia dos años que vivía en el hotel Viña de Italia...

No hubiera resistido, tenían 7 y 8 años, cuerpos de cabrito y caritas de pena porque algo presagiaban... Lo cierto es que les partí la vida en dos... Les dejaba la familia rota... Porque cuando te vas de un sitio conviene recordar como entraste; fueron 8 años que duró el matrimonio y que, con todo el desgasté que eso produce, pasé los mejores momentos de mi vida y confiaba en la integridad de mi mujer para sacar los niños adelante, puesto que una madre es capaz de levantar un camión, si sus hijos están debajo... Y eso con seguridad, te ayuda a olvidar el porqué te marchas y despedirte así, sin melodramas y con algo bueno en la cabeza.

hoy

Aunque a veces dicen que por acumulación de muchos fracasos en cadenados, se puede reconvertir una ristra de chorizos, en una constelación de estrellas y conseguir algo parecido al éxito. Como que después de haber llorado mucho es cuando surge la mejor de las sonrisas, al igual que los partidos que se ganan en la prórroga tienen un sabor a gloria inolvidable...

Volviendo al texto... Mi mente asociaba las calles, la plaza con el alboroto de los gorriones que entre los pesticidas y la garúa de las antenas de la televisión, los espantaron... La escuela de mis hijos...

Barrio doliente, de hijos viajeros sin retorno...

Horizonte de manzanas como cajas vacías de zapatos.

Los dos juntos, El Rosedal y Los Naranjos,

de geografía casi gemela,

suenan a primavera, pero con poesía mentirosa:

Al Rosedal, se le secaron los pétalos;

Los Naranjos perdió los azahares. Dos caras conocidas...

 

“¿Cómo está doña Blanca?”. “¡Hola, don Córdoba!”.

Cada vez más sola, Doña Blanca,

y cada vez menos asomado a la plaza, don Córdoba,

y más anclado a su guitarra.

Y tres también: cruzando la esquina, Don Rivarola,

espolvoreado por el tiempo,saluda de lejos con mano trémula.

 

Recuerdo que les dejé un paquetito con ropa y unos libros, y la tristeza de desaparecer antes del amanecer, pero me conformaba sabiendo que iba en busca de mi futuro sin saber si volvería, quirúrgicamente, sin las despedidas lacrimosas de los que se van para siempre y sin presentar formalmente mi renuncia a las radios y la televisión, me fui sin decir nada, en silencio... Ni siquiera Rubén Torrí sabía que me iba, a tal punto me daban asco las radios y las televisiones; tampoco se enteró Hector Acosta, quién me había elegido como la figura central para ser el eje de las polémicas en el polideportivo de Canal 10.

Me arrepiento, a pesar de los tantos años, al recordar mi despedida y no haberles dicho que me iba a las dos personas que confiaban en mí.

Transcurría el mundial 78, ya no pertenecía a la radio ni a la televisión, ni siquiera concurrí a conocer el Chateaú Carreras y no vi ningún partido porque fui totalmente solidario con Dante Panzerí (falleció antes del mundial) quién expresó rotundamente sobre la conveniencia de no organizar el certamen. Ni credenciales de la radio llevaba conmigo, hasta el carnet de la radio lo regalaba a mis amigos, yo entraba con la cara...

Y ahora pasamos a la segunda parte...

Agradezco a Arturo Jaimes Luqueta por dedicarme estas palabras y honrarme con su visita con motivo del mundial de futbol de Alemania 2006, han pasado 17 años y parece que fuera ayer...

La Barcelona del Negro Rodríguez

Dedicado a José Ademan Rodríguez

Desde la estación de Sants hasta Sant Andreu combinando líneas del metro, me preguntaba cómo lo iba a ubicar al Negro.

Sabía que su piso estaba a pocos metros de la boca del subterráneo, pero ese barrio entre burgués y laburante tiene veinte edificios de cincuenta departamentos por cuadra.

Sin embargo la presunción del argento no falla. Donde preguntar por el Negro si no en un bar. No hay bodegón de Barcelona, desde el barrio gótico hasta el mercado central, del estadio olímpico hasta el Camp Nou que el Negro no haya recorrido.

Está claro que José Ademan Rodríguez fue el argentino más conocido y querido de Catalunya hasta la llegada de Lionel Messi. La Pulga le quitó el título que ni el propio Diego Armando Maradona pudo arrebatarle un par de décadas antes.

Era temprano y en vísperas de Sant Joan. La capital catalana estaba más bella que nunca. Entre las luces del veranito económico de comienzos de los dosmiles y el fulgor del sol de junio, Barcelona postulaba para podio de las mejores ciudades del mundo.

Caminé como si conociera, como si hiciera una vida y no una hora que estaba por esas avenidas. Lo hice con tanto olfato que desde la ochava de la estación encaré para el medio de la misma mano donde estaba la casa del Negro. Pregunté en un Cyber y la ecuatoriana que me atendió me dijo que dentistas y psicólogos argentinos hay tantos como parias laburantes de su país.

El Negro es odontólogo y partió para España como muchos en los setenta. Su especialidad y la psicología que es más argentina que freudiana, llenaron de compatriotas la península.

Un poco desorientado cruce a un comedorcito de esos que se parecen a los de las peatonales argentinas y allí no dudaron. “Tú buscas al Negro Rodríguez”, preguntó el mozo con una sonrisa que lo condenaba. “vive en un piso aquí en frente, anoche cerró nuestra casa entre cañas y tangos a capela junto a su amigo el Zurdo”.

Encontrar al Negro en Barcelona es como encontrar un oasis, una brújula, un guía de turismo all inclusive. Porque José no te deja meter la mano al bolsillo y nunca se fija si la cuenta tiene saldo. Tiene resto porque trabajó cincuenta años para eso. Tiene suela porque los arrabales del mundo son su mundo y no se cansa de caminarlos. Los linyeras, los lustrines, los diarieros y los vendedores de lotería son sus mejores amigos, también algún que otro vendedor de sueños como éste.

Así me crucé y toqué el portero, él bajó silbando La Cumparsita como si estuviese esperándome en el departamento de la Vivi de la calle San Jerónimo del centro de Córdoba. Me estaba esperando, aunque no sabía a qué hora llegaba. Ya tenía la hoja de ruta. Era un itinerario para una vida y yo me quedaba solo una semana.

No dejamos chiringuito con cerveza. El Negro le bailó el tango a cuanta gringa se cruzaba eclipsando con su gracia, al nudista pijudo de la villa Olímpica que pasaba haciendo pendular su grandilocuencia sin mayor suceso.

hoy

El Zurdo fue la figura del viaje a Sitges. A lo Marcel Marceau sedujo, a pura pantomima, al travesti divinísimo de uno ochenta, rubio y ojos de mar. El Negro la rompió a la vuelta. Le paró el reloj al vagón entero y transformó al tren en un teatro. Se mandó un recitado memorable de la Balada para un loco.

La gente aplaudía y comentaba la obra del Negro en una babel sobre las vías. Ingleses, franceses, alemanes entre otras tonadas se escuchaban admiradas de la musicalidad de la voz de José, porque aunque no entendieran la poesía como la mayoría del convoy el fraseo goyenecheano llenaba de de melodía la tarde. Tenía razón el Negro. Esa semana fue una vida. No faltó nada. Fue eterno y etéreo. Ritual y mundana.

Entre los berberechos y el jamón del país. Entre el susurro del Zurdo y el canto francés del Oli. Entre las gambas frescas y las gambetas futboleras de mis zapatos flamantes de polvo de luna. Entre las truchas con manteca y las cañas en lo de la negra de la otra cuadra. Entre las sardinas a la plancha y el agua azul del mediterráneo. Entre los cavas y los fogones de Sant Joan. Entre la magia de la ciudad y la nostalgia de los compatriotas, se me hace religión aquel recuerdo. Un ritual sin templo, más bello que la Sagrada Familia de Gaudi.

Está es la señora que fundó el restaurante Marín, a ella le dediqué un escrito que ganó un concurso literario. Dicho poema se encuentra en las paredes de su local y por eso me siento parte del mismo.

ODA AL MARÍN

 

Doña Cipriana:

 hoy

Tal vez no me recuerde…

Soy uno de los tantos estómagos agradecidos de Sant Andreu,

Haga memoria…,

Ya hace más de treinta años del punto de partida.

Todo empezó con un bar, de bocatas y carajillos,

y en medio de cocidos y lentejas,

usted servía torradas doradas con caricias de tomate

y barniz de ajos con toques de oliva virgen,

para regocijo de los obreros.

Esos que levantaron el progreso de Catalunya,

héroes anónimos de cabellos oxidados y manos percudidas.

Como una alquimista, mezcló sabores y olores,

hasta encontrar la salsa prodigiosa,

ese mágico ungüento con que bañó sus famosos conejos al ajillo.

 

¡Mire señora!, si Cristo multiplicó los panes y los peces

Usted multiplicó los libros escolares y las croquetas caseras y el arroz con leche

y… cuántas cosas más,

para alimentar a sus cinco hijos.

No le fue fácil la vida Cipriana…

se me ocurre que antes de jugar a muñecas,

ya sabía el oficio de las cacerolas,

y la importancia de comer como en casa.

 

Más tarde los cinco crecieron

y fueron encajando en perfecta armonía

como los gajos de una mandarina

entre las mesas y la cocina.

Aún están sus pasos, la huella de su legado,

la importancia genética:

“de la mar el mero,

de la tierra el cordero,

y del Marín el Baldomero

el eximio cocinero.”

 

En la actualidad, Marín es un emblema culinario,

· Fiesta de paladares exigentes

· Tradición que se cuenta a través de los abuelos

· Alternativa cultural de viejo fogón,

frente a los artículos del soplete y el hidrógeno

 

Ha llovido mucho…, el aire huele a lavanda

y hay alboroto de gorriones

como tantas veces, la veré caminar

absorbiendo todo el paisaje…

Va y viene, cuando va, va y va también cuando vuelve,

porque fue una adelantada.

Pero siempre regresará

en la memoria de quienes la conocimos;

cada vez que usted pasa frente a la Iglesia

Dios que no usa sombrero

se quita el sombrero para saludarla.

 

¡Ah! Y gracias por existir, Doña Ciprina.

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