


Por José Ademan Rodríguez
Era una de esas tardes grises en Córdoba. El aire se sentía espeso, como si la ciudad misma respirara pesadumbre. Yo me encontraba en el pequeño estudio de LV3, una radio que había sido mi hogar durante años. En la sala contigua, mis compañeros debatían en voz baja el futuro del programa “Radio Verano ‘72”.
Carlos Franco, el carismático director del programa, me miraba con preocupación.
—Negro, está muy chato el programa. O anodino, o… ¡qué sé yo! ¡No podemos dormir a la gente! —dijo, golpeando la mesa con un puño.
—¿Y si hacemos una elección al aire? —sugerí, sintiendo que algo chispeante florecía en mi interior. —La gente puede votar por su candidato y podríamos hacer un programa con contenido real, algo que no se escuche en otro lado.
Carlos arqueó una ceja, cauteloso.
—¿No te parece un poco arriesgado? ¿No nos vamos ameter en problemas? Estamos en plena dictadura Ngero querido, los que gobiernan son los milicos, no te olvodes de eso.
—¡Y… quilombo va a haber! —respondí, riendo. —Pero es nuestra oportunidad de demostrar que se puede hacer algo diferente.
Finalmente, su escéptica sonrisa se transformó en una risa compartida. ¡Vamos para adelante Negro, que pase lo que tenga que pasar!
—¡Adelante! Pero antes, vamos a celebrarlo, que esto puede salir muy bien, ....o muy mal
Una sola quiero dejar dicho de antemano, pase lo que pase, yo me hago responsable, no te quiero meter en lios Carlitos, si hay quilombo que me peguen a mi, si no no hy trato.
Mientras el equipo de LV3 se preparaba para recibir las llamadas de lo que era algo absolutamente inédito para la época, sentí que una mezcla de valentía y locura me invadía. Con el micrófono encendido, anuncié:
—¡BUENAS TARDES, AMIGOS OYENTES! ¡Hoy, en el Cuarto Oscuro de LV3, podrán votar en directo! ¡Llamen al teléfono y expresen su opinión!
El teléfono sonó casi de inmediato. El operador, el querido Negro Ricardo Sandobal me miraba con sorpresa y temor.
—¿Qué hiciste, Ademan? —me preguntó, sus ojos desorbitados.
En menos de cinco minutos, el teléfono colapsó. La pregunta en el aire era: ¿Quién ganaría una hipotética e imaginaria elección, Perón o Lanusse? La tensión se podía cortar con un cuchillo.
Mientras las llamadas se sucedían, un compañero se acercó con cara pálida.
—¡Ademan! Te llaman del tercer cuerpo de ejército.
Sonreí, confiado y descreído, que me llame Perón si quiere, o el milico Lanusse le contesté, a los dos le voy a decir lo mismo:
—¡Que me chupen un huevo!
El rostro del compañero se volvió blanco.
—Es en serio, piden hablar con la dirección...
Sentí que mi corazón latía más rápido. Conocía el costo de la verdad en un país atravesado por la censura.
—¿Y el pueblo? ¿Dónde está? —me pregunté mientras salía del estudio con la vista perdida en cualquier lugar, sabía el final de la aventura.
Caminé por las calles, donde el día transcurría normalmente, entre asados y juegos de cartas, ajeno a las balas de tinta y gritos silenciosos de quienes habían sido apagados por el sistema.
Días después, me encontré con Francisco Berra, un poeta y periodista, en nuestro café de siempre. Me miró con seriedad.
—José, a veces la verdad es un arma de doble filo.
Fruncí el ceño.
—¿Te refieres a que debería callar?
—No, amigo. Lo que digo es que, a veces, el silencio es el mejor arma para quienes viven de la mentira y el autoritarísmo—me respondió, tomando un sorbo de café.
Inspirado por su preocupación, Francisco recitó unos versos que resonarían en mi mente:
—"Tenías la verdad a flor de labios, y ésa fue la vertiente de tus males..."
Las palabras se grabaron en mi mente, pero en el fondo de mi ser sabía que era imposible callar.
Días más tarde, fui llamado a la oficina del director.
—José, tu arrebato ( en realidad dijo tu pelotudez) no quedó sin efecto... , era otra de las tantas patadas en el culo que recibí en mi vida de periodista por nunca callarme nada y siempre decir las cosas como son. En realidad les puedo decir que fue lo buscado, estaba cansado de seguir las directivas de algún director chupa culos del poder, con migo esos no van.
Mientras mi voz se alzaba en las ondas, supe que el pueblo, a pesar de su imprecisión, seguía siendo la fuerza detrás de cada palabra. Y aunque me despidieran, había logrado lo que pocos: dar voz a quienes no tenían.
En las sombras de la ciudad, el eco de mi voz aún resonaba. Me había convertido en un símbolo de resistencia, no solo por lo que dije, sino por atreverme a decirlo. Aunque los popes del poder me consideraran un rebelde pelotudo, para mí, el verdadero crimen era permanecer en silencio. La auténtica fuerza reside en el grito del pueblo.





Martín Juez respondió con dureza: "Están haciendo todo lo que dijeron que venían a combatir"





“Hoy soy mujer, mañana seré hombre y después vaya uno a saber”







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