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Cristina Kirchner: ¿tiranía o dictadura?

Si el observador no se deja engañar por las formalidades baratas e hipócritas, el sistema de gobierno argentino no tiene hoy nada de democrático, ni tampoco de presidencial

OPINIÓN 13/02/2021 Dardo Gasparré @dardogasparre
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Las palabras no son intrascendentes. Al contrario. Son esenciales a la sociedad y a la mismísima capacidad de formular pensamientos, individuales y colectivos.  Lo sabía muy bien Engels, cuando refutó a Hegel su teoría de formulación de ideas con el concepto del materialismo dialéctico. Engels fue directo al grano: si se puede modificar el significado de las palabras en la cabeza de alguien, se pueden modificar sus ideas, el pensamiento mismo. 

Marx y Lenin se apoyaron en ese principio para convencer a la sociedad de la necesidad de abrazar el comunismo, o el socialismo, para mejor decir, y Stalin perfeccionó tal sistema filosófico matando o encerrando a los que se empecinaron en no dejarse convencer, una actitud brutal que fue imitada por sus seguidores en muchos países, cada vez que la teoría no encajaba con la realidad. (Ver Hayek, Friedrich, Camino de Servidumbre)

Para no abundar en conceptos teóricos, ese materialismo dialéctico de ayer, enriquecido en la práctica por especialistas de signo diverso como Goebbels, Bakunim y Gramsci, se llama hoy relato. Ha servido en el pasado, y sirve hoy, como fácil mecanismo de manipulación de masas, en sus distintas modalidades, desde el testimonio pago de figuras populares, intelectuales, periodistas, educadores y similares, hasta la simple técnica conocida por los expertos como del choripán, o del pancho y coca, como modo de mostrar adhesión de masas para respaldar gobiernos o leyes, y exhibir una legitimidad que hace creer que la mayoría puede cambiar con su adhesión las realidades incambiables. 

Bombardeo de prejuicios
Un ejemplo evidente universal: cualquiera comprende que exigir gobiernos que no roben, que administren como buen páter de familia los bienes públicos, que no los dilapiden ni los desbanquen, que sean austeros, transparentes, responsables y justos en su gestión, que respeten las libertades, la propiedad, la Constitución, la ley y el mérito, es un derecho primario de la sociedad y una obligación también primaria de los políticos. Sin embargo, si a esos elementales requisitos se los agrupa bajo el nombre de neoliberalismo, liberalismo, oligarquía, privilegios de clase alta y similares y se bombardea a los ciudadanos con tales prejuicios acusándolos de todos los males y no aceptando la refutación de ninguna evidencia empírica, salvo el agravio, es probable que una masa inadvertida termine aceptando que el que tiene razón es el que hace todo lo contrario, o sea el inadaptado, el dispendioso, el corrupto, el dictador, el tirano.   

De ahí que se haya llegado a confundir democracia con populismo, progresismo con confiscación, subsidios con trabajo y con negocios sucios, favoritismo y nepotismo con militancia, obsecuencia con lealtad, destrucción callejera organizada con reclamos de la sociedad, y en un rápido salto, partido con Estado. O que se sostenga con absoluto desparpajo, sin ningún prurito y con deliberada ignorancia, que se puede emitir moneda impunemente sin que haya ningún efecto negativo, a menos que unos desorbitados delincuentes dueños de supermercados y terratenientes millonarios decidan aprovechar tanta generosidad del gobierno para subir los precios a sabiendas de que existen suficientes recursos para comprar sus productos a cualquier precio que decidan ponerles. 

Cuando la globalización arrasó en 70 años con la pobreza acumulada durante siglos, ese relato cambió el foco y decidió preocuparse de la desigualdad y lo hizo de paso del peor modo, con índices inadecuados e inservibles y apelando a los más bajos sentimientos de la población: la envidia, el resentimiento, el odio y la ignorancia, un cuasi sentimiento. De paso un conveniente argumento con objetivo eterno, porque la desigualdad sólo se zanja en la muerte. 

En tales condiciones, es evidente que se torna ofensivamente superfluo celebrar elecciones, o que esas elecciones estarán teñidas y sesgadas por ese defecto de fábrica que anula toda capacidad de discernimiento y cierra cualquier posibilidad de persuasión, el corazón mismo del concepto de democracia. Salvo que los gobiernos a cargo del relato sean tan malos e inútiles que aún a pesar de todas las distorsiones que han creado teman los resultados electorales. 

Por eso de la importancia de las palabras hace bastante tiempo se viene discutiendo en la región y en el mundo, si el accionar del gobierno venezolano es propio de una dictadura o no, algo que luce evidente. Pero se resiste por sistema tal calificación y se encuentran innumerables vericuetos verbales para designar eufemísticamente las tropelías, barbaridades y atropellos del payasesco pero no por eso menos nefasto Nicolás Maduro, del que nunca se sabrá, como suele ocurrir, si es títere o conductor de la fuerza de ocupación venezolana.  Prestidigitación habitual de la burocracia estatista. Aunque parezca increíble, no haber llegado aún a una conclusión unánime se debe a esa falta de precisión idiomática fomentada, una herramienta de fondo para alterar las ideas y para mostrar la farsa de un apoyo institucional de ciertos gobiernos, de ciertos políticos de ciertos países y ciertas organizaciones burocráticas fruto y fuente del mismo relato, del mismo materialismo dialéctico. El negocio del materialismo dialéctico, para hacerlo más claro. 

Calificar con precisión
Por esa misma razón, importa poder calificar con precisión el accionar de Cristina Fernández de Kirchner sobre la sociedad argentina, en todos sus aspectos. Junto con esa definición, deberá ensayarse la de los gobernadores, el círculo del que ella proviene, que tiene costumbres similares o peores. 

Como punto de partida, la señora de Kirchner está en la práctica conduciendo los destinos del país, tarea para la que no está habilitada ni por la Constitución, ni por los resultados electorales, que apenas la consagraron como vicepresidente, con las limitadas funciones que ese cargo implica. Su tarea en el Senado, por otra parte, no sólo excede y fuerza los reglamentos de la misma Cámara, sino que avanza sobre el resto del poder Legislativo y crea permanentemente vacíos legales o conflictos que hacen que esa Cámara imponga su criterio,  mejor dicho, el criterio de quien la preside. 

Mucho más grave que ese accionar: la viuda de Kirchner ha designado virtualmente su delfín y candidato a la presidencia de la Nación del partido, movimiento o como se le llame hasta ahora mayoritario, que es su propio y precario hijo. Al que se le ha subordinado toda la fuerza política hasta ahora mayoritaria, o más grave, se le han subordinado los funcionarios del Estado.  La Cámpora, la formación paralela que su hijo preside, una fuerza de choque parapolítica, está imbricada en el poder, salteando todas las reglas escritas e informales de su propio movimiento, creando organizaciones mellizas en la administración que controlan el funcionamiento del Estado y toman cartas cuando el mismo se desvía de su ideología o de su plan. Todo ello sin tener entidad política formal. Ni mandato. Eso es percibido generosamente por parte de la prensa como una estrategia inteligente, como una lucha interna casi pintoresca, cuando en rigor pasa por encima y desarticula el sistema político y a quienes ocupan los cargos que fueron votados por el electorado. 

Doble capricho
Con su mecanismo de enojos, amenazas, berrinches, carpetazos, aprietes y reclamos públicos y privados, evidentemente respaldados con armas y secretos argumentos contundentes, la expresidenta controla toda la gestión del Estado, e inclusive se da el lujo de hacer retrotraer decisiones de las autoridades constituidas legales y hasta acuerdos alcanzados con organismos externos. Y doblegar a personalidades externas, o eternas. 

Ha destrozado el sistema de independencia de poderes, es decir el concepto mismo de republicanismo, con su doble capricho de conseguir fallos favorables que la exculpen en las avasallantes acusaciones judiciales en su contra y al mismo tiempo transformar el poder judicial en una sucursal del partidismo político, convertirlo en trofeo electoral y someterlo a los vaivenes electorales, políticos e ideológicos al sistema de turno, que avizora estará conducido por ella y/o su hijo. 

En esa tarea, no sólo ha forzado la interpretación de algunas resoluciones del Senado, que está actuando muy por encima de sus atribuciones, sino que ha arrastrado a los demás poderes a tomar posiciones públicas en su misma línea, y a votar de acuerdo a lo que les ordena. 

En el ínterin, ha desbaratado el sistema judicial designando jueces que a todas luces son militantes o fieles obedientes, ha manoseado y desvirtuado el Consejo de la Magistratura, que ahora le responde, en contra de la esencia constitucional, y se ha tomado revancha de algunos fallos en su contra atacando o separando a quienes la condenaron o la investigaron. 

Ha acorralado, amenazado, desvirtuado, desafiado y denostado a la Corte Suprema, que ahora teme su reacción y se obliga a jugar al empate en todos los fallos que a ella le interesan, que son no solamente los que hacen a su impunidad sino a sus fantasiosas ideas de la patria grande y otros despropósitos trasnochados. 

Ha atacado a la prensa con operaciones evidentes, y ha desplazado de los medios obedientes a periodistas que son sus críticos, tratando de anular todo reproche a su comportamiento pasado y presente, y cualquier investigación, pasada o presente. Está extendiendo esa garantía de impunidad a sus adláteres en el gobierno y en los estrados de la justicia, ahora forzando la aplicación de normas que no establecen lo que ella sostiene que establecen, transformando de ese modo la seguridad jurídica en una farsa, o en una farsa más grande todavía.  

Su discurso es, además, mentiroso y tiende a confundir no sólo a la opinión pública sino al propio gobierno elegido por el pueblo, que, más allá de sus propias limitaciones, pierde más tiempo y energía explicando las marcha atrás y tratando de complacerla que en la resolución de los problemas en sí. Esos relatos confunden con relación a la deuda, el gasto, la emisión, la seguridad pública, en las manos inexpertas de sus propios fieles o controlados o limitados por ellos, combinados con el garantismo y abolicionismo sistémico judicial que también preconiza. 

Suma de poder
Todo el sistema jurídico, político y socioeconómico argentino, depende hoy implícitamente de Cristina Kirchner. Esa suma de poder no le ha sido concedida por ningún resultado electoral, aunque es probable que termine siéndolo si prosperan los cambios de legislación y autoridades que está procurando en el aspecto electoral, partiendo de las PASO, donde se hará finalmente lo que a la exprimera mandataria le convenga. 

Eso es en lo institucional. En lo social, el colectivo monstruoso que preside la viuda y que usa como una fuente de urticación en lo social, también está en pleno funcionamiento. Un listado de reivindicaciones cancelatorias, que no tienen que ver con las preocupaciones serias que conmueven a la sociedad, sino con su uso como estandarte o bandera. Las recientes declaraciones de la ministra de la Mujer, ese organismo burocrático, inepto, caro e inoperante, la mostraron indignándose frente a un crimen horrendo, pero meramente comentando el caso, una especie de entronización de la impotencia, o de la inoperancia. Su impostada indignación ante un crimen aberrante e intolerable, debió expresárselas a su mentora, que al mismo tiempo mantiene y respalda a una recua de jueces venales elegidos a dedo aplicando una justicia en broma. 

En lo provincia como se expresa más arriba hay una réplica, de estos temperamentos, con un par de excepciones, como mucho. No es posible discernir si los gobernadores copian a la presidente virtual, o viceversa, si ella simplemente repite lo que aprendió en su provincia sobre el modo de gobernar: pequeños tiranos, sátrapas jefes de mafia que obran dictatorialmente, con alguna apariencia de democracia. Pregunte en Tucumán, en Santiago, en… donde quiera, y de paso, acérquese a una intendencia y verá el mismo triste panorama. 

En consecuencia, la pregunta del título empieza a contestarse sola. Con una combinación balanceada de ambas definiciones, tanto el sustantivo “dictador(a)”, como el adjetivo “tirano (a)”.  

No sólo es Venezuela la que oculta ciertas definiciones que identifican a su sistema de gobierno. Es bastante más generalizado. Una técnica del materialismo dialéctico. Mejor conocido hoy como relato. El idioma de los impotentes. 

Cristina Fernández de Kirchner se comporta hoy como dictadora y como tirana. La nación y la sociedad sufren duramente ese abuso. Cualquier solución, de cualquier tipo, cualquier formato y cualquier signo, parten de que ceje en ese comportamiento. O de que el sistema deje de validarlo. 

 De la RAE

Dictador(a)

1.n. En la época moderna, persona que se arroga o recibe todos los poderes políticos y, apoyada en la fuerza, los ejerce sin limitación jurídica. 

2.n. Persona que abusa de su autoridad o trata con dureza a los demás.

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Tirano(a) 

1.adj. Dicho de una persona: si obtiene contra derecho el gobierno de un estado,    especialmente si lo rige sin justicia y a medida de su voluntad. 

2.adj. Dicho de una persona: Que abusa de su poder, superioridad o fuerza en cualquiler concepto o materia, o simplemente, del que impone ese poder o superioridad en grado extraordinario.

Por Dardo Gasparré @dardogasparre para La Prensa

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