


Hubo un Martín Llaryora hasta el 26 de octubre a las 8 de la noche. Hay otro desde entonces: el gobernador ya no confronta ni dice que el modelo económico nacional ha fracasado. Su actitud desde que las urnas volvieron a respaldar a Javier Milei es de colaboración; su discurso plantea ahora que apuesta al crecimiento del país y que su gestión hará todo lo posible por acompañar el rumbo que marcó la gente. En las notas que dio en la última semana repitió un concepto: hay que aceptar con humildad el mensaje que dieron los cordobeses.
El resultado de las elecciones de medio término no sólo operó un cambio en un gobierno que venía debilitado como el de Milei sino que además en todo el sistema político. Para el oficialismo cordobés lo que pasó el 26 de octubre fue un shock.
Una semana antes de la elección, Llaryora y los suyos ya sabían que venía difícil: las encuestas les hablaban de una derrota ante La Libertad Avanza pero de una dimensión todavía digerible: hasta 5 puntos abajo. Con un aliciente: cada uno se llevaría 4 diputados. Esa distribución les habría dado un argumento. Siguieron convencidos de que ese sería el panorama hasta ese domingo a las 7 de la tarde. Pero cuando empezaron a llegar los datos de las mesas, todo empezó a ensombrecerse. “En ningún escenario esperábamos 14 puntos de diferencia”, se sinceró un dirigente.
Pero más allá de lo numérico hubo un aspecto cualitativo que desacomodó al peronismo cordobés: junto con Provincias Unidas se había asignado el rol de ser la voz del interior productivo. Sin embargo, ese interior prefirió a Milei y dejó en segundo lugar a quienes decían defenderlo de un modelo que prescinde de ellos.
“Perdimos el rumbo al final de la campaña. Nos hicimos los troskos y terminamos del lado de los kirchneristas. Los antimileístas nos puteaban por haber aprobado la Ley Bases y los mileístas por estar en la misma vereda que Cristina y Kicillof”, evaluó un dirigente cordobesista.
La magnitud del resultado, y sobre todo su significado, obligaron a Llaryora a tomar una decisión central para él mismo, para su gobierno y, sobre todo, para la sostenibilidad del proyecto político no ya nacional sino provincial:¿Dónde ubicarse? ¿Qué hacer con un Milei fortalecido?
El gobernador decidió recalcular por segunda vez: ya lo había hecho al principio, en los primeros meses de 2024, cuando se plantó como un antagonista prematuro y debió dar marcha atrás cuando comprobó que caía en las encuestas. Ahora decidió dar un giro pero de mayor alcance: es narrativo, es político pero también conceptual y de gestión.
Llaryora acaba de anunciar una rebaja impositiva que calificó de histórica y que implicará para la Provincia una pérdida de recaudación de 900.000 millones de pesos. En términos políticos, el gobernador busca dar vuelta la página: dejar la derrota atrás, reimpulsar su gestión, retomar la iniciativa y hacer que la oposición quede relegada al papel de comentarista de las medidas que aplica el Ejecutivo.
De todos modos, el nuevo esquema impositivo no está exento de riesgos. Las reducciones en Ingresos Brutos y en el Inmobiliario Rural y Urbano parten del supuesto de que Argentina crecerá el año próximo al menos un 6 por ciento. Si así fuera, la Provincia podría seguir funcionando igual porque la expansión de la actividad económica compensaría los fondos perdidos. Pero ahí hay un ruido: la caída de ingresos por la baja impositiva es una certeza mientras que los recursos adicionales derivados del crecimiento son sólo una posibilidad. ¿Qué pasará si no se cumplen las proyecciones del gobierno nacional?¿O si sólo se concretan parcialmente: si la actividad repunta no el 6 sino el 3 por ciento? En ese punto habría un problema de financiamiento que el gobierno debería resolver vía ajuste o vía endeudamiento.
Pero más allá de la cuestión presupuestaria y de su sentido político, el anuncio de Llaryora inaugura una reconfiguración conceptual: adopta el mantra de Milei de que es imperativo reducir la presencia del Estado para potenciar la economía. “Tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario”, suelen decir el gobernador y su antecesor, Juan Schiaretti, citando a Willy Brandt. La Provincia parece estrenar una etapa que potencia el primero de los dos términos de la frase.
¿Cómo explica el oficialismo provincial el reacomodamiento que está ejecutando? Primero, por supuesto, está la justificación electoral. Segundo, argumentan que el propio Milei les facilitó la transición: convocó al diálogo, los ministros ahora reciben a los gobernadores y, sobre todo, ya no los tratan de degenerados fiscales. “Pasaron de insultarnos a reconocer que hicimos un esfuerzo enorme por equilibrar las cuentas. No es poco. En estas circunstancias ¿qué vamos a hacer, ponernos en la vereda de enfrente? No sería lógico”, dicen en el Panal.
En el poder provincial siguen creyendo, como insistieron durante la campaña, que el modelo económico de Milei es difícilmente sostenible, sobre todo para un distrito como Córdoba, anclado en la producción y la industria. Pero después del 26 de octubre no quieren aparecer entre los que fogonean el fracaso. “Si a los libertarios les va mal, será por ellos mismos. Nadie va a poder culparnos a nosotros. Vamos a acompañar y si esto sale mal, será responsabilidad de Milei”, resumen. Esa posición tendrá, por supuesto, un correlato en el Congreso: la definición de Llaryora es que los legisladores cordobeses sostengan al gobierno. “Tenemos que ser parte de la solución, no del problema”, dijo el gobernador y repiten sus colaboradores. Es decir, el cordobesismo votaría a favor de las profundas reformas que se vienen, aunque podría reservarse algún rechazo a artículos particulares con los que no coincida. “Lo que no nos puede pasar es ubicarnos en el mismo lugar que los kirchneristas”, plantean.
Cada uno de los movimientos que está ejecutando Llaryora son defensivos. Al gobernador, la derrota del 26 de octubre le cambió hasta la geografía: su cálculo político ya abandonó el país y lo volvió a depositar en la provincia. Archivó el proyecto de convertir a Córdoba en un modelo nacional y de instalarse en 2027 como posible candidato a presidente. Su prioridad se redireccionó: está tratando de defender el poder que el peronismo cordobés ejerce desde 1999.
La estrategia del mandatario ahora apunta a la posibilidad de su reelección. Y contempla, por un lado, no contraponerse al Milei que el electorado de su provincia ratificó pero, paralelamente, reforzar sobre todo la obra pública: la circunvalación en Río Cuarto y Villa María, las 14 universidades provinciales que se prevé inaugurar en los próximos meses, la pavimentación en Córdoba capital.
En el oficialismo provincial observan el estado de situación de la oposición y creen que, una vez más, puede servirles de ayuda. Dos años antes de las elecciones, Luis Juez y Rodrigo De Loredo ya están peleándose por la candidatura. Es una película que ya se vio. El senador primereó y dijo que buscará nuevamente ser gobernador y el radical replicó que en 2027 habrá, sí o sí, una boleta con su nombre. Fue, incluso, un poco más allá: le pidió a su socio/rival que se baje, que ya tuvo su oportunidad y que demuestre que él también es capaz de replegarse, como hizo De Loredo, para que haya unidad. Los dos simulan no tener en cuenta un actor que alteró el escenario: el triunfo del 26 de octubre, en Córdoba y en el país, fue de Milei y, seguramente, entre sus pretensiones estará poner a un libertario puro para pelear en Córdoba. Todos miran a Gabriel Bornoroni, el jefe del bloque de diputados que escaló posiciones en el esquema de poder libertario.
Esa disputa, si se sostiene, puede ser funcional a Llaryora. En el Panal se imaginan y se esperanzan con que ninguno ceda y el voto opositor termine dispersándose. Harán todo lo posible para que esa eventualidad suceda.
CON INFORMACION DE PUNTUAL.COM





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