




Un gobierno que había cerrado el 2024 convencido de que tenía los “planetas alineados”, y que había comenzado el 2025 envuelto en un clima de triunfalismo rayano con la euforia, pronto se vio conmovido por una serie de acontecimientos que parecían cambiar radicalmente su posicionamiento en un escenario de por sí muy complejo.
Si bien hubo factores externos de peso, a los que se sumaba el agotamiento de un programa económico que cimentaba el control de la inflación en un dólar pisado sin contar con las reservas necesarias para evitar las recurrentes turbulencias cambiarias, es innegable que también tallaron con particular intensidad los errores no forzados, la escasa visión estratégica, la priorización de la narrativa por sobre los hechos concretos, la obsesión por sobreactuar el estilo de liderazgo rupturista, o el exceso de confianza (Davos, cripto-gate, rechazo de los pliegos de la Corte, etc.), por mencionar algunos de los tantos factores que le produjeron al oficialismo múltiples heridas autoinfligidas.
Hace exactamente un mes, tras el acuerdo con el FMI y una liberalización cambiaria y levantamiento del cepo que, aunque parciales, no produjeron las grandes convulsiones ni turbulencias que muchos vaticinaban, el Gobierno parecía haber recuperado la centralidad y gravitación política, la iniciativa política, y la capacidad para establecer la agenda que había comenzado a perder en la saga negativa que se venía sucediendo desde el destemplado e inoportuno discurso en el Foro Económico Mundial.
Sin embargo, con el telón de fondo de una elección porteña absurdamente nacionalizada por el oficialismo, volvieron las urgencias y necesidades, y el Gobierno volvió a privilegiar los cálculos de corto plazo, de dudoso rédito para la sostenibilidad de su proyecto y con enormes riesgos potenciales, no tanto en términos electorales como de imagen y posicionamiento frente a temas que inexorablemente irán creciendo -más temprano que tarde- entre las preocupaciones ciudadanas, entre ellos el de la transparencia y la corrupción.
Hablamos del patético episodio del pasado miércoles en el Senado de la Nación, donde ante la perplejidad de la mayoría de los protagonistas y espectadores -incluida la opinión pública que seguía el tema en el prime time televisivo o a través de las redes sociales-, y fruto de la sorpresiva intervención de los dos senadores que responden al caudillo misionero Carlos Rovira (que hasta entonces habían acompañado disciplinadamente al oficialismo en el Congreso), se rechazó el proyecto de ley de “ficha limpia” que tenía por objetivo impedir candidaturas de condenados por corrupción en el ejercicio de la función pública. Una iniciativa no solo polémica por su constitucionalidad sino por su inocultable sesgo contra Cristina Fernández de Kirchner que, si bien condenada en doble instancia, aún espera si la sentencia será confirmada y quedará firme tras la intervención del máximo tribunal.
Lo que siguió a continuación de la sesión fue incluso más patético que lo que arrojaba el tablero del recinto, y dejó en evidencia que el Gobierno no solo está dispuesto a embarrarse sino incluso embarrar la cancha para conseguir sus objetivos: difícilmente pueda ya argumentarse que la ciénaga es patrimonio exclusivo de la casta. La supuesta indignación oficialista ante la decisión del Senado lució a todas luces impostada, no solo porque que los antecedentes daban cuenta de la reticencia original de los libertarios a tratar el proyecto en Diputados, de sendas maniobras para demorarlo en el Senado y de un “impulso” tardío al calor de la campaña porteña, sino más aún por la rápida y coordinada reacción comunicacional del gobierno.
Apenas tres minutos después de que el tablero de votación nominal del Senado se tiñera mayoritariamente de rojo, se conoció un comunicado de la “Oficina de la Presidencia” calificando al Senado como el “refugio de la casta” y apelando a construir un frente “comprometido con la defensa de la transparencia y la Republica”. Simultáneamente diversos referentes libertarios y caracterizados trolls comenzaban a apuntar al PRO como el responsable de haber forzado el debate por conveniencia electoral y sin tener asegurados los votos, al tiempo que paradójicamente comenzaban a querer instalar un slogan de inocultable tufillo electoral: “libertad o kirchnerismo”.
El cálculo que había hecho el Gobierno, a esta altura, era más que obvio: por un lado, el convencimiento respecto a la conveniencia de mantener la amenaza latente de Cristina Kirchner para azuzar la polarización, apelar a una eventual campaña de “miedo” y concretar el anhelado objetivo de hegemonizar el espectro que va del centro-derecha a la extrema-derecha; por el otro lado, evitar a escasos días de la “nacionalizada” elección porteña que Silvia Lospennato, quien encabeza la lista del PRO en la Ciudad y fue la principal impulsora de ficha limpia en Diputados, no capitalizara electoralmente una victoria legislativa.
Como mínimo, un exceso de confianza que da cuentas de que el oficialismo y, en particular, los estrategas que pretenden marcar el rumbo de este inédito experimento político, subestiman no solo a una oposición que si bien aún esta fragmentada y golpeada comienza -por convicción, pragmatismo o mero instinto de supervivencia- a mover más agresivamente sus mermadas fichas en el tablero, sino a una opinión pública que, si bien sigue valorando positivamente la estabilidad económica, comienza a tener otras preocupaciones que inciden negativamente sobre las expectativas de futuro. Una señal de alerta, como la que se evidenció en la impugnación masiva que permeó la conversación en unas redes sociales que el oficialismo considera un espacio no solo estratégico sino un lugar que dominan a discreción, y que debería impactar en el comando estratégico libertario.
Lo cierto es que más allá de estas hipótesis y especulaciones habrá que esperar a cómo evoluciona la situación, sobre todo teniendo en cuenta que -a diferencia de lo que sostenía por entonces Perón- la única verdad no es la realidad, sino lo que la gente percibe como realidad. En este marco, seguramente una primera lectura podrá derivarse del resultado de las elecciones porteñas del próximo domingo, en donde los libertarios no aspiran a ganar sino a derrotar al PRO, y no quedar tan lejos de Santoro, para encarar la decisiva disputa bonaerense para poder terminar de “liquidar” las aspiraciones del partido de Macri a través de una suerte de integración de facto de sus principales dirigentes en el principal distrito electoral del país.
Como era previsible, las reacciones en el partido “amarillo” fueron duras. Lo importante para tomar nota no es tanto la esperable y durísima reacción de la propia Lospennato, sino la del propio Macri, que hizo declaraciones fortísimas no solo con respecto a lo ocurrido en el Senado sino que puso en duda la posibilidad de confluir en territorio bonaerense. Más allá de las declaraciones, el ex presidente respaldó explícita y personalmente este fin de semana a la candidata porteña, en un poco habitual gesto -al menos en los últimos tiempos- de “ponerle el cuerpo” a la disputa identitaria entre el partido que supo fundar y LLA.
El ex presidente pareciera querer dejar en claro que lo que viene sucediendo, tanto en la disputa electoral en la ciudad como a nivel macro, conspira contra la posibilidad de alguna especie de acuerdo político en la provincia de Buenos Aires para competir juntos contra el kirchnerismo. Macri sabe que, pese a que un envalentonado Milei le quiera bajar el precio, más aún antes de las elecciones porteñas, el Presidente quiere y necesita competir junto a los amarillos en territorio bonaerense para no dividir el voto anti-kirchnerista. Más aun, si en el pan kirchnerismo no se consumara una división que todavía es una posibilidad latente.
Así las cosas, el panorama, ahora agravado por lo ocurrido con “ficha limpia”, termina complicando el plan libertario de evitar un acuerdo institucional o un esquema coalicional entre partidos para avanzar en una suerte de frente “de facto” para enfrentar al kirchnerismo en su tradicional bastión. Y, todo ello, sin la interlocución de Macri. Todo esto, que ya se había complicado por las tribulaciones y roces de la campaña porteña parece, al menos por ahora, haberse detonado con la votación del Senado el miércoles pasado.
*Para www.infobae.com





Superdomingo Electoral en Argentina: Elecciones en Chaco, Jujuy, San Luis y Salta
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F440%2Ffa9%2F8f2%2F440fa98f2dec16fa7af3c29fb6013135.jpg)




