


El peronismo de Córdoba atraviesa un momento de considerable tensión tras las elecciones recientes, donde las diferencias internas emergen a la superficie. En este contexto, varios intendentes ya comienzan a expresar, aunque en voz baja, su decepción con el "partido cordobés" de Martín Llaryora, señalando que ha fracasado y demandando un reagrupamiento del PJ que incluya el regreso de Natalia de la Sota. Esta situación es, sin duda, una oportunidad perfecta para reflexionar sobre la dirección y las estrategias futuras del movimiento en la provincia.
Sin embargo, en los despachos de El Panal, algunos funcionarios se muestran reacios a abrir un diálogo con De la Sota. Aseguran que con el 8% de apoyos que obtuvo y el 5% del kirchnerismo duro, la balanza de poder no obligaría a Llaryora a acercarse al peronismo nacional. Este análisis se sustenta en números: en la elección de 2021, De la Sota y Alejandra Vigo lograron 490.200 votos, en comparación con los 205.500 del kirchnerismo. En las elecciones más recientes, la lista de Provincias Unidas, encabezada por Juan Schiaretti, alcanzó 549.800 votos frente a los 98.700 del kirchnerismo y los 170.000 de De la Sota.
La evidencia con la que se sustenta este argumento muestra que los votos de De la Sota, al sumarse con los del kirchnerismo, resultan en una cantidad superior a la de los últimos años. Este panorama invita a cuestionar si el partido de Llaryora debe aislarse del peronismo nacional o, por el contrario, buscar una reconciliación estratégica con figuras que, a pesar de sus diferencias, pueden ser cruciales para fortalecer un frente unido.
Por otro lado, dentro del peronismo derrotado también existen voces que ponen en duda este enfoque. Recuerdan que en 2013, Llaryora, como intendente de San Francisco, obtuvo 130.000 votos frente a Schiaretti en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO). Si tomamos como base esta referencia histórica, entonces los 170.000 votos que aportó De la Sota en las últimas elecciones le otorgarían, como mínimo, una candidatura a vicegobernadora en 2027.
Pero aquí se plantea una trampa en la lógica de comparación. Hay matices que no pueden obviarse: cuando Llaryora consolidó sus 130.000 votos, el kirchnerismo había logrado 210.000, lo que evidencia que sus apoyos eran fundamentales para avanzar en la estructura del poder en aquellos años. La misma dinámica se repite ahora, donde los 170.000 votos de De la Sota, sumados a los del kirchnerismo, crean una masa crítica que no debe ser menospreciada.
En este complejo escenario, la reflexión es clara: el peronismo cordobés tiene ante sí un desafío crucial. La necesidad de cohesión y estrategia es innegable. Mantener una postura cerrada frente a alianzas potenciales podría llevar a un aislamiento que no solo debilitaría al partido, sino que también podría abrir la puerta a otros actores políticos que buscan aprovechar la fragmentación del voto peronista. Es tiempo de reconsiderar lo que realmente significa unir fuerzas y aprender de la historia para avanzar hacia un futuro político más sólido en Córdoba.






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