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¿Podremos los Argentinos superar la grieta?

OPINIÓN 17/01/2023 Isaias Abrutzky / Especial para Diario Córdoba
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Por Isaias Abrutzky / Especial para Diario Córdoba

La grieta política que divide a los argentinos y tiene hoy como expresiones conductoras al peronismo por un lado y a Juntos por el Cambio por el otro es tan profunda y ancha que está resultando intolerable para un país que, teniendo todas las condiciones para ser próspero y dar a su población un alto nivel de vida, ve crecer la pobreza a niveles más que alarmantes.

La alternancia de partidos rivales en el gobierno de una nación es vista con buenos ojos por quienes valoran la democracia. Ciertamente, la permanencia extendida de 
un solo partido político al comando de los destinos de una nación genera cansancio en la ciudadanía y favorece las ideas filo monarquías de quienes, atornillados a los sillones del poder, confunden los intereses de la sociedad con los suyos propios. 

Sin embargo, cuando, cómo en la Argentina, la alternancia se da entre representantes de ideologías incompatibles, la nación experimenta marchas y contramarchas, que hacen muy difícil, sino imposible, el avance. El resultado está a la vista: Perón pagó la deuda externa, y luego de su derrocamiento volvió la sujeción a los acreedores externos, tanto en las obligaciones financieras cómo en la cesión de gran parte de la conducción de la economía nacional a entidades multinacionales cómo el Fondo Monetario Internacional. La misma situación se presentó cuando el presidente Néstor Kirchner pagó el total de la deuda nacional con ese organismo, para que pocos años después, el presidente Mauricio Macri volvió a endeudar al país, esta vez en una magnitud insólita.

 

La grieta política argentina nace en tiempos coloniales, cuando la corona española brindaba magníficas oportunidades a un sector de la sociedad que aprovechaba de su cercania con el virreinato, y de estar localizado en la ciudad de Buenos Aires, desde cuyo  puerto se manejaba el comercio internacional. Esta situacion se mantuvo hasta nuestros días, en los que la CABA exhibe una notoria opulencia frente a provincias cuya porción de torta en el reparto del ingreso nacional es ínfima, en comparacion. Conocidos son los ciclos de endeudamiento externo que comenzaron con el empréstito de la Baring Brothers, cuyo responsable fue Rivadavia, y siguieron con el pacto Roca-Runciman y luego con los préstamos del Fondo Monetario Internacional, todos afectando severamente la soberanía del país y conformando un pesada carga que recae, una y otra vez, sobre la espalda de los argentinos en general.

 

La grieta política es sin duda la principal, pero está lejos de ser la única. Las grietas, esto es el embanderamiento sin limites de un sector, frente a otro -a veces igualmente extremista, aunque no siempre- se producen a un nivel emocional profundo e irracional, pero solamente -lo que resulta curioso- en el grupo más primitivo de sus participantes.

 

La grieta se reduce a una cuestión de intereses. Una parte pequeña, pero poderosa, de la sociedad, se siente cómoda fuera de un sano nacionalismo.  A primera vista, es impensable que un argentino rechace las banderas directrices del peronismo: Independencia Económica, Soberania Política y Justicia Social. Sin embargo, ellas motivan el odio visceral hacia ese movimiento, por parte de quienes que pueden tomar ventaja del dominio extranjero de los recursos naturales Argentinos.

 

La historia local parece repetir el ciclo experimentado por otras naciones, otrora poseedoras de grandes riquezas y hoy sumergidas en la pobreza y el subdesarrollo. La triste historia de el saqueo de los países de América al Sur de los Estados Unidos, que Eduardo Galeano retrata con precisión y sobreabundando en información seria y comprobable, en su monumental obra “Las venas abiertas de América Latina” dan un preciso testimonio de este tipo de procesos. Pero en otras latitudes ocurrieron y siguen haciéndolo los países que predominan en el mundo, sojuzgando a los pueblos e interviniendo con la diplomacia, la injerencia en la politica interna o la invasión lisa y llana.

 

La situación en la Argentina es preocupante: las principales industrias alimenticias y de consumo popular, como las de productos de higiene están en manos extranjeras. Los resortes económicos nacionales están tremendamente concentrados. Baste citar el caso del azúcar, monopolizado por una empresa. Obviamente, a los factores de poder les conviene más tratar con pocos empresarios que con generadores de riqueza numerosos y distribuidos. Y también impulsar a políticos afines a sus intereses. No es casualidad que tantos dirigentes se sientan en su casa al visitar la embajada que mueve los hilos para llevar al país a alinearse con la potencia hegemónica.

 

Puede haber quienes, de buena fe, sostengan que -en un mundo polarizado- es conveniente quedar bajo el protectorado de un país poderoso, en vez de luchar por su independencia y salir adelante con sus propios recursos. La historia muestra que este es un camino erróneo. En ese sentido la historia muestra que la Argentina es un hueso duro de roer, por la pujanza de sus intelectuales y técnicos. Así fue como el poder mundial tuvo que soportar que se produjeran hechos tan notorios como que nuestro país desarrollara vehículos de tecnología propia, como la de automóviles y, singularmente los aviones a reacción, o -más cercana y excepcional, una industria nuclear competitiva a nivel del orbe.

 

Pero no fue sin resistencia: a Perón se lo combatió por dejar ingresar al país a técnicos alemanes, luego de la derrota del nazismo, Kurt Tank, el constructor del Pulqui, entre ellos, mientras Werner Von  Braun -el creador del V2, el misil con el que Hitler causó tremendas pérdidas humanas y materiales a Inglaterra- fue puesto al frente de la cohetería estadounidense.

 

Los trabajos de construcción del primer reactor nuclear argentino, comandados por Jorge Sábato, fueron ridiculizados y se instaba a las autoridades de la Comisión de Energía Atómica, donde tenían lugar, a que dejaran de lado el proyecto. Sin embargo, el RA-1 fue puesto en funcionamiento el 17 de enero de 1958, dando comienzo a una serie de logros muy importantes “como la fabricación y exportación de reactores de investigación y de producción de radioisótopos y el desarrollo de elementos combustibles. Asimismo, se allanó el camino hacia la generación nucleoeléctrica del país a través de centrales nucleares de potencia” según rememora la CNEA.

 

Hoy la Argentina se encuentra en una situación muy delicada. La Constitución Nacional de 1994, al establecer que corresponde a las provincias el dominio originario de los recursos naturales existentes en su territorio, parece enmarcarse en un encomiable espíritu federal. Sin embargo, abre las puertas a los intereses que procuran dividir para reinar; a ellos la balcanización de la Argentina les vendría como anillo al dedo.  

 

Mas que nunca hoy es necesaria la unidad de los argentinos. Pero la patria y la antipatria no pueden unirse. Ese es el desafío que debe afrontar una nación cuya integridad peligra por diversos flancos, que incluyen los artificiales problemas creados con las comunidades indígenas, fogoneados por los terratenientes extranjeros del Sur, y la pérdida de control nacional sobre el río Paraná. A los que puede sumarse la avidez extranjera por el litio. Luchar por la independencia y la soberanía nacionales es imprescindible y urgente. Y obviamente también por la justicia social, sea uno peronista o no. El futuro, bueno o malo, será el de todos.    

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