


Isaías ABRUTZKY / Especial para Diario Córdoba
Se dice -y concuerdo- que es mejor que los chicos participen en actividades deportivas institucionalizadas, en vez de estar en la calle. De allí se desprende que el deporte debe ser fomentado por el Estado, ayudando a los clubes.
Lamentablemente, hoy vivimos en una sociedad en la que los valores del compañerismo, la empatía y el amor al prójimo están en mínimos históricos. La competencia muestra actualmente su rostro más salvaje, y esto se evidencia palmariamente en el fútbol. Muchos padres sueñan ahora con que sus hijos lleguen a ser un Messi o -por lo menos- un Di María. Y ese impulso en gran parte nace de la fortuna que jugadores de ese nivel amasan, parte de la cual podría alcanzar a sus mayores, en una suerte de herencia al revés.
Difícil interpretar de otra manera el modo en que muchos padres se comportan con sus hijos, los otros pequeños jugadores, y los mayores que los acompañan. No sorprende, entonces, que las mismas conductas se evidencien en el fútbol profesional, donde los numerosos negocios que se general alrededor del deporte provocan la aparición de las conocidas -y toleradas- barras bravas, en las que los intereses y el fanatismo se combinan para producir incidentes con frecuencia trágicos. Y quien se permite hablar de los costos que generan los derechos debiera pensar también en lo que la comunidad toda debe pagar para que las fuerzas del orden puedan evitar y contener los desmanes que ocurren en los partidos que convocan multitudes, sin contar los ingentes daños que sufren los particulares que viven o transitan por la cercanía de los estadios.
Al Estado le compete terminar con las mafias del fútbol y otros deportes, y lograr que los cotejos sean verdaderas fiestas deportivas, con hermandad entre rivales de dentro y fuera del campo de juego, para lo que es importante ayudar a los clubes a combatir los malos sentimientos que pueden anidarse en su accionar.
Parte de esa acción estatal debe reforzar también otras instituciones sociales, como las bibliotecas y centros culturales, los que los jóvenes deportistas debieran frecuentar para moldear su carácter. En las bibliotecas abundan los posibilidades de encontrar palabras sabias y orientadoras, que, es casi ocioso decirlo, poco se perciben en las canchas.
¿A dónde entonces debiera dirigirse la ayuda? Sencillamente a fomentar la actividad cultural de los clubes de fútbol y las actividades deportivas de las bibliotecas y centros culturales. Agregar lo bueno a lo bueno, para ayudar al desarrollo integral de los niños y los jóvenes, y avanzar así hacia una sociedad justa y solidaria.





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