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Encuentros que me hicieron más feliz

PARA LEER EN PANTUFLAS 04/06/2022 José Ademan RODRÍGUEZ
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Marcela Kobylanski, una entrañable y verdadera amiga

jose ademanPor José Ademan RODRÍGUEZ

 

LA CHAQUEÑA

Año 1959, barrio Clínicas, destacaban entonces los estudiantes venidos del norte, sobre todo salteños, que formaban castas y sin problemas económicos, que repartían sus gustos entre los Chalchaleros y los Fronterizos y también los Cantores del Alba. Y algunos colombianos de familias acomodadas a los cuales sus padres les mandaban su ayuda en dólares.

Todos ellos dejaron en Córdoba la impronta de la música folclórica en la década de los '60.

Lo único que me unía a ellos y al margen de los libros, era el cine moderno (la Piojera), donde muchos iban en pijama y algunos a tomar mate... Y en el piso de arriba ''succión de petes'', con algunas yiras que eran habitués.

Verdadero páramo urbano, geografía languideciente que invitaba al bostezo leonino (pero el de la Goldwyn- Mayer), refugio de casas, hospedajes y pensiones para estudiantes; inquilinatos promiscuos, algunos; complejo entramado de calles, muros y paredes descascarados, sin árboles, ninguna fuente y la botella verde de leche en la puerta todos los días al alba, con muchos guardapolvos blancos que salían en desbandada a jugar a doctores todas las mañanitas bien temprano (a eso de las doce)… Ahí el dolor de cervicales se desconocía y se registró muy seguramente el índice más bajo de cardiopatías antes del By-Pass: se evitaban con vino Facundo.

En ese barrio pocos se ponían de novios, que resultaban ser aburridos noviazgos con chicas del barrio, mujeres frías, mojigatas, que los enganchaban para asegurarse el futuro con un casamiento...

Ahí la conocí una noche... le decían la chaqueña y siempre acompañada por una señora mayor... era impactante su belleza, pelo renegrido, pechos turgentes, y su andar con una cadencia felina, rítmica, con suave bamboleo acompasado que más que caminar, parecía deslizarse como una pantera sigilosa...

Al finalizar la función, yo me apartaba estratégicamente, fingiendo un aire distraído (como perro que le están culiando)... y decirle a media voz, cosas que le llamaran la atención. Ni bola me daba. Pero yo insistía, siempre inventaba un piropo nuevo...

''Decime cómo te llamás! para pedirte a los Reyes'', ''A vos no te han parido, te han dibujado'', ''Mirá las flores que dan los algodoneros del Chaco!''

Hasta que una noche, sentí junto a mi ventana con rejas, que daba a la calle Neuquén, golpes compulsivos… era ella...

Si alguien es capaz de describir la idea de lo que es nauseabundo, cometería un craso error, no creo que exista mente humana capaz de imaginar aquel momento repugnante que me tocó vivir. Entreabrí la ventana, sucia y borracha, el pelo como crin, convertido en cortina grasienta que le cubría el rostro casi completamente, menos mal que era una ventana con rejas... con mano temblorosa, la estiró para regalarme una etiqueta de cigarrillos Saratoga, hasta ahí, bien... de repente con la luz de la esquina, que le daba oblicua, le alcancé a ver el destello siniestro, y lo peor, lo que balbuceó: ''Sabí que me tení loca!... lo sabí bien... soi mi amor... pero te adelanto una cosa, pendejo, si te iego a ve' con otra, bicho, te gua hacé agarra´con la patota...''

Me paralicé del cagazo. Y solo atiné a mentirle: ''No, mi amor, ¡como te voy a hacer eso!''

Mal asunto era esa coacción en medio de un torrente de baba que le inundaba la boca con alta tonalidad criminógena... era el coraje del amor potenciado por el alcohol, cual un maleficio, una temeraria metamorfosis, un bagallo terrorífico...

Al fin, que la chica de andar felino, quedó reducida a un bulto mugriento de saliva que se escurría por las comisuras... y la hediondez del sobaco.

Fue una lección para mí, por creerme un galancete que había seducido a esa pantera de la tierra del algodón... ¡Ni siquiera era chaqueña! Sino del submundo de Alto Alberdi, más allá de la cuesta de la calle 9 de Julio. Y terminé como un cagón, que me tuve que cambiar de esa casa donde estaba alquilando una habitación... Creo que me lo merecía por engreído...

 

ÓMNIBUS

A principios de los años 1960, compartí almuerzos durante una semana con Roberto Goyeneche cuando se separó de Aníbal Troilo y antes de ser famoso. Entre varios temas hablamos por supuesto, como no, del amor y, en este caso, del amor más sublime, el amor de madre hacía un hijo.

-''Mirá, negro... resulta que una vez, una señora se arrimó a la cafetería del hotel donde yo estaba parando y venía a buscar a su sobrino de unos tres añitos que compartía conmigo los desayunos junto a su mamá. Se lo llevaba a su casa por un fin de semana. Al llegar el lunes, de vuelta el nene, soltó la mano de su tía y solo verla a la madre, el niño salió corriendo con los bracitos abiertos y le salió un ''¡MAMMÁ!''

Ese ''mamá'' que dijo el nene no lo puede imitar ni el mejor actor del mundo! Y se prendió fuerte a su pollera como queriendo fusionarse''.

Era conmovedora la forma expresiva del polaco!

Paso un tiempo, una vez finalizado el viernes del Córdoba Sport Club, nos esperaban doce horas de viaje (que te dejaban los cachetes del culo aplastados como unas milanesas), para lo cual tomamos un taxi rumbo a la terminal vieja de Avenida Vélez Sarsfield, para viajar a Buenos Aires en un ómnibus de la empresa Ablo.

Tito (Paz) y Rubén (Torri) se ubicaron en los asientos traseros, yo por el medio y como siempre en pasillo. Al parecer mi acompañante sería una señora llenita, más bien inmensa junto a la ventanilla, me levanté para darle sitio, dejando entrever una cadena de ''michelines'', nuestras miradas se cruzaron un instante, que fue suficiente para quedarme prendado de su cara regordeta y plácida, que daba cobijo a dos ojos coquetos y chisposos, y unos labios encarnados, mullidos, como cojines de terciopelos... Se sentó con dificultad, meciendo su cabello suavemente hacia ambos lados, sacándose un gorro de lana que cubría su cabeza, pues afuera hacía un frío que calaba los huesos. Y el pelo recogido a modo de coleta sobre la nuca más sensual que había visto...

Así que partimos...

Pero a la altura de Villa María, comenzamos a tiritar de frío... se había averiado la calefacción.

Ella, pidiéndome permiso, se levantó para enfundarse en su enorme abrigo que estaba colocado arriba (seguro un XXL), amplio como una madriguera y me dijo ''si no te molesta... nos puede cubrir a los dos...''

A los pocos minutos, sentí su aroma de perfume exquisito, y un rubor encendió mis mejillas, la respiración se me aceleraba... se apoyó en mi hombro, el contacto fue inevitable, entonces noté como la sangre afluía precipitadamente hacía mi sexo, comenzando a moldear entre mis piernas el bulto delator... La sombra de la noche cerrada solo se rompía con el refulgir impertinente de las luces de los pocos autos que se nos cruzaban... Noté que mis dedos temblaban levemente en tanto describían círculos concéntricos sobre el mapa de su anatomía, comencé a estrujar sus músculos, sentí húmedas mis sienes que bajaban en riachuelos hasta mis comisuras, dejándome su impronta salada...

Percibí un contoneo paulatino de su cintura en ondas embriagadoras y pensé en aquello tan sabio que rezaba ''mientras haya lengua y dedo no habrá hombres al pedo''.

bajé el dedo medio, separando su braga fui bajando lentamente con sensibilidad de ciego y destreza de carterista, hasta encontrar la maraña suave y sedosa del vello púbico... Y comencé a masajearla entre las ingles, ofreciéndome su flor insinuante, cálidamente mojada que invitaba a internarme en sus entrañas hasta estrellarse sobre una mullida trinchera que se agazapaba en su interior con contracciones férreas y tórridas de su guarida encantada...

La atraje más hacía mí, buscando su boca y se fundieron nuestras lenguas en una trenza sedosa y solo recuerdo que ya no pudieron separarnos en toda la noche en esa simbiosis del encaje perfecto...

Ella me desprendió pausadamente los botones de la bragueta y frotándome por encima de la tela, pude sentir sensaciones que creía olvidadas, como el calor del semen escapando de mis entrañas... y el ejército de hormigas que preceden a la pulsión eyaculatoria, con la dulce electrificación que anuncia la satisfacción más buscada por el hombre...

Después el sueño nos invadió....

Y así, permanecimos en el éxtasis pegajoso de la extenuación... Horas y horas. Quiso decirme algo y puse mi mano sobre sus labios, ''shhhhhhht''. No hubo una sola palabra, ninguna pregunta...

Al llegar, creo a San Pedro, a unos cien kilómetros de la capital, ella se incorporó, retocándose coquetamente el peinado, sin levantar la vista, abriendo un tanto la ventanilla para airear nuestro denso microclima de burbuja amorosa, ya el día clareaba... La brisa fría del amanecer golpeó mi rostro y pude ver en el horizonte, las primeras luces sonrosadas del alba...

Y simulamos seguir durmiendo, hasta llegar a Constitución. Era el final de trayecto. Y como siempre, la gente se amontona para ganar con prisa la salida... de entre la hilera de los que esperaban para la bienvenida, a través de la ventanilla, vi a un señor con dos niños de corta edad... uno de ellos, el más pequeño, corrió hacía la escalera del ómnibus para gritarle emocionado: ''¡MAMMMÁ!''

Reflexión: Aquella ocasional compañera de ómnibus, de la cual no supe nunca ni su nombre ni su estado civil, me demostró como una mujer puede disponer a su antojo de su propio cuerpo, y no por ello dejar de ser sublime como madre para su hijos. Y me acordé del polaco Goyeneche, y de aquel ''¡Maaaaaamá!'' del nenito.

 

UNA AMISTAD VERDADERA Y VALORADA

Me esperaba sentadita en el umbral del bar, sola en el bordillo de la puerta de entrada, como cualquier chica de barrio, tímida, campechana, mansa, envuelta sobre sí misma, agarradita con sus brazos que circundaban sus rodillas y con los destellos de sus ojos bellísimos... Nunca volveré a ver unos ojos verdicanela tan brillantes, alegres y a la vez melancólicos, cual si una estrella se hubiera posado en ella.

Bien podía encarnar el sueño de muchos pibes de barrio que añoran el primer amor, esos que nunca se olvidaron del color de los ojos de esa mocosa que les despertó la primera ilusión del metejón...

Yo estaba en el bar, como en la canción de Leonardo Fabio... también fuiste mía un verano... metafóricamente, claro, y junto a tus padres, que también fueron míos...

Y no lo podía creer, era como una ensoñación, ¡me estaba esperando a mí!... y en un bar, como nunca nadie lo había hecho, sin la pose de la mujer coqueta, sino como le dio la gana, relajadamente dulce, con ese estilo sin estilismo, que arranca desde el fondo de su personalidad atrevida y desafiante.

Fue en la esquina de Olmos y Rivadavia, pleno centro de Córdoba, justo frente al edificio más angosto de sud américa y que mucho le han comparado con el Flat Iron de Nueva York, entonces nada cuesta imaginarse

que uno esta protagonizando una película, pero no era un atrezzo de ficción, ni como el sueño de otra persona, era realidad...

Ocurrió bien temprano, apenas se clareó el cielo con el alba cuando adquiere ese gris rosado opalescente del amanecer, ahí estaba esperándome...

Solo nos faltaba una panadería recién abierta y comeríamos un bollo caliente. Fui feliz. Mentalmente era Cantinflas, bamboleando la cintura frente a una de sus Lupitas; o con la feliz inocencia de Chaplin con el chico... o irnos en bici a pedalear al parque Sarmiento; o quedarnos en la esquina y bailar, ese canto a la vida, el sirtaki de Theodorakis tomados del hombro como en Zorba el griego. O cuando abran las librerías, regalarle un libro, no... ni pensarlo, no tenía su estatura intelectual para elegirle un libro que sea de su gusto, capaz de complacer a semejante bestia intelectual, capaz de trazar una analogía entre el imperio romano y el egipcio... ¿qué le voy a regalar? A mi hubiese gustado la Mafalda de quino, o un libro del negro Fontanarrosa, para mí los mejores retratistas sociológicos de la Argentina, con la más refinada mordacidad satírica. O hacerle una flor con el papel plateado de los cigarrillos. No, pensé, eso es para novios... y no soy tan cursi.

Creo que ni Humphrey Bogart en Casablanca tuvo esa sensación cuando se despedía de Ingrid Bergman en la pista de aterrizaje... en vez de Paris, yo diciéndole ''Marcela, siempre nos quedará Barcelona'' me imaginé mientras se perdía en la despedida, en el tumulto de Colón arriba.

Todo había nacido cuando viajó meses antes a Barcelona con sus padres y quedamos para recordar la complicidad de los momentos compartidos y siempre queda pendiente una conversación que quizás nunca tendría lugar, le hubiera dicho ''uy, me olvidé...'', o alguna frase callada o una ocurrencia derivada del viaje que ya había quedado atrás; por eso quedamos en vernos. Nada como los viajes internacionales para que afloren amistades verdaderas... uno va relajado y más si la puede pasar junto a amigos, donde se establece la complicidad de una ruta compartida, y así fueron desfilando en el recuerdo, la Costa Brava y aquella cala cerca de Lloret de Mar, o cuando Marcela y su papá nos despidieron desde el ático donde se hospedaban con baldazos de agua... y por supuesto, muchos rincones de mi barrio de San Andrés y claro, con tiempo para apurar la última copa. Todo era como una invitación a asomarse al balcón de las cosas que quedaron grabadas.

¿Saben quién era esa chica? Un prodigio intelectual, una enciclopedia en la mesa de un bar, la sabiduría disfrazada de mujer, la simbiosis y síntesis de la condición humana donde se dan la mano el razonamiento con el corazón; la chica diez, el mejor promedio de los estudiantes de abogacía, que ocupó las primeras planas de todos los diarios y revistas de Argentina desde la Quiaca a Ushuaia y desde el río de la Plata a la Cordillera de los Andes.

A mí, me llegaron los ecos de sus logros académicos a través de Bernardo Neustadt que viajó a Córdoba en avión para entrevistarla, y perdón por esta improlijidad veleidosa, a pesar del avión y toda la fanfarria, yo le gané de mano, la entrevisté mucho antes, y en un bar.

Pero, con todo, buen ojo el de Neustadt, que dejo de hablar de doña Rosa para entronizar como un bien cultural a esa mocosa en el olimpo de las universitarias ejemplares. Muy lejos del clima bastardo y populachero de la Argentina de esos años donde siempre habrá un Tinelli para escupir a un anciano desde un balcón o darle una zancadilla para regocijo de telespectadores... y una Mirta Legrand para hablarles de porcelanas de Limoges o cristales de Murano a cualquier fulano que se come su pucherito cotidiano. Y un asexuado ideológico como Mariano Grondona con ojos somnolientos de pensar frases hechas, y lánguida gestualidad de perfidia antinegra, dando soluciones de Harvard y College americanos a maestras de aulas con piso de tierra y adobe, mezclando entre líneas a Heráclito con Demócrito y al soldado Chamamé con el sargento Cabral.

Menos confundir a esta chica 10 con la del cine, Bo Derek. Una es para el intelecto, y la otra para la curiosidad morbosamente vulgar.

En esa entrevista con Neustadt, Marcela Kobylanski se repitió en lo de la familia, lo de ella fue genético, su padre era maestro de la alegría de vivir; su propia vida resonaba melódica y musicalmente, extraordinario traumatólogo, cada vez que nos envolvíamos en sus charlas, eran clases magistrales, un sabio que sabía repartir su días de quirófanos con la giras futbolísticas, y a veces tenía por lógica, acostumbrarse a inaugurar el día con las cenizas de la noche, pero alguien le esperaba como una flor campera que cierta vez recogió en el pueblo de Moldes, como trovador de Hugo Forestieri, pero esa flor tenía el alma de los girasoles, no hacía falta ningún Van Gogh colgado en el living, ella giraba llenándole la casa de hijos y de amor, del comedor a la cocina, siempre con su sonrisa inigualable, esperándolo para mirarlo de frente y darle los buenos días a su sol... Pocos como él interpretó en Córdoba arias de óperas... inolvidable el ''Mamma son tanto felice, perche rittorno da te... la mía canzone ti dice, che il piú giorno per me...''

 

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