Constanza Mazzina advierte sobre la “captura de élites” argentinas por parte de China

POLÍTICA Agencia de Noticias del Interior
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  • China busca cooptar élites políticas, académicas y empresariales para legitimar su modelo autoritario.
  • La estrategia se apoya en el sharp power, que combina diplomacia partidaria, intercambios ideológicos y control narrativo.
  • Institutos Confucio, becas y programas de formación son herramientas de influencia cultural.
  • Medios y plataformas digitales difunden una narrativa favorable a Pekín.
  • Las inversiones chinas en provincias argentinas refuerzan la dependencia económica y política.
  • La influencia china atraviesa todos los partidos y se sostiene sobre la falta de cuestionamientos hacia su poder en el país.

La influencia de China en América Latina no se limita al terreno económico. Según la politóloga e investigadora Constanza Mazzina, directora de la carrera de Ciencia Política en la Universidad del CEMA, el gigante asiático despliega una sofisticada estrategia de “captura de élites” políticas, académicas, empresariales y mediáticas con el objetivo de legitimar su modelo autoritario y erosionar la confianza en la democracia liberal occidental. En su informe “La estrategia de China de captura de élites y su impacto para la Argentina”, publicado por Expediente Abierto, Mazzina describe cómo Pekín combina poder económico, diplomacia ideológica y propaganda cultural para afianzar su presencia en el país.

La investigadora sostiene que el fenómeno no se explica solo por las inversiones o acuerdos comerciales, sino por una trama más compleja articulada a través del llamado sharp power, o “poder inteligente”. A diferencia del soft power, que busca seducir mediante la cultura o la cooperación, este tipo de poder “opera sobre las vulnerabilidades de las democracias” y se apoya en la opacidad, la corrupción y las redes clientelares. “Los chinos ponen sus propias condiciones y aprovechan la facilidad para acercarse a las élites políticas, académicas y empresariales”, advirtió.

Entre los instrumentos más eficaces de ese poder se encuentra la diplomacia partidaria, que implica vínculos directos entre el Partido Comunista Chino y partidos locales de distinto signo ideológico. A esto se suman seminarios, viajes oficiales y programas de formación para dirigentes, periodistas y académicos. “Se trata de generar afinidad ideológica y difundir una narrativa favorable al Partido Comunista, donde las violaciones a los derechos humanos o la falta de libertades son silenciadas”, explicó Mazzina.

La expansión de medios en español financiados por intereses chinos también cumple un rol clave en la construcción de ese relato. Según la especialista, “China coopera con otras autocracias en el terreno mediático para lavar la cara de sus regímenes y legitimar su modelo”. Esa “cooperación autoritaria” se refleja en plataformas digitales y en el fortalecimiento de redes de información alineadas con la visión de Pekín.

Mazzina advierte además sobre el papel de las empresas estatales chinas, que no solo buscan ganancias sino también consolidar una dependencia estructural con los países donde operan. “Influyen en la estructura económica y expanden la presencia geopolítica de China”, afirmó. En la Argentina, esto se observa especialmente en las provincias del norte, donde capitales chinos participan activamente en la explotación del litio y otros recursos naturales.

El análisis de Mazzina subraya que la influencia china atraviesa a todo el arco político argentino. Si bien el Partido Justicialista ha mantenido una relación histórica más estrecha con Pekín, “en los últimos años todos los partidos se han vuelto más permeables a la estrategia china”. La politóloga recuerda el caso del gobierno de Mauricio Macri, que pese a sus promesas iniciales, “retrocedió en los cuestionamientos a la base militar china de Neuquén”.

Para la investigadora, esta permeabilidad está alimentada por un sesgo ideológico arraigado en América Latina: el antiamericanismo. “Se ha instalado la idea de que si los norteamericanos son malos, los chinos deben ser buenos. Esa falacia permitió a China avanzar más rápido con su agenda y ocupar espacios que antes eran de Estados Unidos”, explicó.

El riesgo, sostiene, es que esta influencia no se limite al terreno económico o cultural, sino que apunte a “socavar las voces críticas, desde el periodismo hasta la academia, y a imponer un relato afín al Partido Comunista Chino”. Frente al declive de la hegemonía estadounidense, China busca posicionarse como un modelo alternativo.

“Lo ideal sería que ningún país influya en tu política interior —concluye Mazzina—, pero el aprovechamiento de nuestras debilidades institucionales permite a China avanzar sin resistencia, legitimando un modelo que naturaliza la opacidad y relativiza las libertades.”

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