




La manera en la que el radicalismo empezó a crujir en las últimas horas a partir del fracaso en Diputados para voltear el veto al presidente Javier Milei puede consolidarse como una consecuencia o bien, convertirse en una causa. Una más dentro de los varios capítulos de una crisis sinfín que a la UCR le tocó transitar en las últimas décadas, con más contundencia desde el estallido político, económico y social del 2001, momento a partir del cual le costó hasta el presente volver a ser una opción nacional con autonomía.
Tras el fracaso de la Alianza, luego vino el radicalismo K y la transversalidad que les impuso Néstor Kirchner, hasta el rol secundario dentro de Cambiemos, con Mauricio Macri que los tomó como mano de obra calificada sólo para menesteres legislativos, pero sin sillas en el Gabinete. De ahí a esto que se parecía mucho a una autonomía con respecto al vínculo con otras fuerzas, el momento para demostrarle al PRO la carencia de liderazgos emergentes en el espacio amarillo, sacar provecho de la incertidumbre en el PJ nacional y recostarse en los gobernadores del partido para pensar en ser una opción 2027 con territorio.
Pero no, la antropofagia instalada en el radicalismo desde hace años los vuelve a poner en el centro de las críticas. Esa necesidad constante de algunos radicales de ser conducidos antes que conducir los dejó expuestos esta semana tras la foto con Milei y la visita, con desesperación y selfie incluida, de cinco diputados que horas después se mostraron colaboracionistas.
Lo que dejó en evidencia esa adolescencia radical, casi como la de esos chicos que quieren dejar la casa de los padres, pero no se van del todo. Se asoman a la puerta, prueban, se van a algún lugar transitorio, se divierten con lo que es moda, pero vuelven a lavar la ropa y comer en lo de los padres. Con los radicales desesperados por enrolarse en las fuerzas del cielo, como aquellos que lo hacen con el peronismo o el kirchnerismo, pasa lo mismo; se van, pero no del todo. Se alejan, aunque no se desafilian, se raspan los codos para participar de una interna que no se concreta, pero de reojo observan el lugar en la foto con referentes de otros partidos. La mayoría de los radicales está atravesada por una misma cualidad: el oportunismo.
Atrás quedaron las ideas, la base ideológica, el debate democrático y, también, el respeto por las autoridades que conducen la fuerza y los bloques. La manera en la que el diputado cordobés Luis Picat desautorizó y expuso al jefe del bloque Rodrigo de Loredo lo deja condicionado al líder de la bancada, pero no sólo para continuar en ese rol, sino que también lo perjudica a futuro. Lo lima.
Aun más, lo expone ante un peronismo cordobesista que, al igual que los libertarios, tienen la aspiradora en marcha y debilita, de manera inoportuna, la asunción de la nueva conducción del radicalismo cordobés. Discusiones que la UCR de De Loredo y Ferrer deberá dar rápidamente puertas adentro para saber con quiénes cuenta hacia adelante, pero fundamentalmente para qué, con qué propósito buscan las riendas de un partido que, cuando debía lucir fortalecido, el peronismo y Milei hacen todo lo posible para que parezca lo contrario.
CON INFORMACION DE DIARIO ALFIL, SOBRE UNA NOTA DE SILVA GABRIEL.




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