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Las mujeres que marcaron mi vida

POLÍTICA - LA COLUMNA DE JOSÉ ADEMAN RODRÍGUEZ 06/06/2021 José Ademan RODRÍGUEZ
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Por José Ademan RODRÍGUEZ

LAS MUJERES QUE MARCARON MI VIDA (PRIMERA PARTE)

En qué terreno me he metido?!! Escribir sobre mujeres; que es como jugar con fuego sobre un terreno minado, o hacer equilibrio sobre una cuerda muy tensa, máxime con el auge del feminismo actual.

Uno tiene que opinar con el freno de mano para ser ''políticamente correcto''. Es decir, renegar de los propios criterios. No vaya a ser que se ofendan las féminas...

También voy a omitir las que compartieron mi vida en carácter de esposa y compañera, que me dieron parte importante de sus vidas y ahí sí, se me acaban los versos… solo me resta pedirles perdón. Por mis torpezas, infidelidades y deslealtades hasta convertirme en un cuerpo extraño, irritante y molesto (como la gran mayoría de los maridos). Me conocieron tanto que hasta pudieron contarme los pelos del culo con guantes de boxeo.

El resto de mujeres que irán desfilando no ha pasado ninguna por el altar de las cuatro patas. Unas me han hecho soñar, pensar y hasta volar… también claro está mi madre y mi abuela

 

SULLY MORENO

Esto comienza más o menos con mis siete años. La primera mujer que marcó mi vida, fue “mi novia” Zully Moreno, una bella actriz de la época. Tenía unos bucles brillantes y enormes. Me la presentaron las revistas de esos tiempos, Radiolandia, la cual estaba repleta de fotos más bien descriptivas y domésticas, y por otro lado, Antena, que difundía más la lencería fina. En la revista Radiolandia también se podía ver en la portada las fotos pudorosas de otras artistas como Laura Hidalgo, Amelia Bence, Olga Zubarry, Fanny Moreno... solo mostraban la zanjita de los pechos apenas visible, algún lunar en el escote, el cuello de porcelana, ojos en el colmo de la dicha o la pasión. Todas las fotos parecían dibujadas.

LA PASCHETTA

GetAttachmentThumbnail?id=AQMkADAwATE2ZTQwLWZjZTMtNmU5Zi0wMAItMDAKAEYAAAN%2BVO2yYhkRSaE1sKfJrFRmBwBF Silvana Mangano

Más tarde, con trece años, tuve una profesora de botánica que me fascinó aún más que “mi antigua novia” Zully. De esa ciencia sólo aprendí la medida y contenido que iba del tacón hasta las rodillas de las piernas de mi profesora; le llamábamos “LA PASCHETTA”, el más hermoso conjunto de pantorrillas que jamás vi. Creo que fue la primera mujer que despertó nuestro escozor adolescente, junto con la actriz Silvana Mangano de Arroz Amargo y El negro Zumbon y sus botas que le llegaban a la ingle, cerca del tajo (no el río, que ése era el Po), y la Sara Montiel de El Último Cuplé.

Al ponerse de pie para dibujar en la pizarra con su blusa beige y su pollera marrón tableada, se nos suspendía la respiración. La Paschetta nos miraba sin mirarnos, con el ojo de los presagios. Siempre leía, pero más me parece que simulaba que leía, para que la contempláramos como a una diosa, en tanto intuíamos su finísima ropa interior de seda. Sólo admirar sus piernas enfundadas, o mejor enjoyadas, con aquellas medias de nylon con raya negra paralela al eje de sus largas piernas, era el mejor aprovechamiento de su hora de clase. Nunca la imaginé con esas ligas que dejaban la huella rubicunda en los muslos, como las que usaban nuestras madres; ella seguro sujetaba sus medias con liguero de estrella de cine. ¡Qué bien parida la Paschetta! Debe haber sido engendrada por el mestizaje de una lengua de fuego con un destello de luna. ¡Lo que hubiera dado por superar mis trece años y de pronto ser alto, bronceado y canoso como Lucero Kelly, mi profe de psicología!

Ella nos hablaba de estambres, pistilos y corolas sin darse cuenta que para nosotros la flor era ella. Por su culpa no aprendí botánica... ¿Cuántas veces me habré deslumbrado con la belleza de caléndulas, nenúfares y petunias? pero no sabía que así se llamaban. ¡La falta que me hubiera hecho saber sus nombres para ataviar una frase y engrupir a alguna mina! Hablarles sólo de margaritas y claveles era vulgarote. Teníamos

impúberes trece o catorce años, edad forjadora de sueños eróticos que terminaban en el colchón de la mano derecha. Más tarde, los que no teníamos el rebusque, nos quedábamos como viudos al no verla más. Con ella descubrimos lo que era la elegancia en una hembra; en un mundo de estampitas, estatuas y deidades donde una Reina era una Reina y una profesora era "la vieja", la Paschetta era una hembra y estatua a la vez… O una real hembra, como se quiera. ¿Habrá sido inteligente? Sí. Al contrario de lo que la gente dice, las guapas son más inteligentes que las feas (con lo cual no quieren decir que estas no lo sean). Me dirán ¿en qué me fundo? Aquí está la explicación:

LA DESPREOCUPACIÓN que tienen con respecto a su figura les hace estar en actitud más relajada, la mente se hace más receptiva y dúctil para todos los actos de la vida. Están menos tensionadas sin apelar a tics neurotizantes (fumar, comerse las uñas, etc...).

Los domingos por la tarde noche, luego del familiar, en el cine Gran Sud, venía la vuelta al perro en la plaza. Ésa era ya la realidad, mechada con ilusiones sí, pero realidad donde cada uno debe hacerse "realizador" y artífice de su propia película; para andar por la vida hay que adoptar mil caretas y tinturas, ser actor y a veces acomodador, o estar sentado en el gallinero como los demás, de espectador viendo hacer la película. En la "vuelta al perro" de la plaza jugábamos al amor, ese amor de insinuaciones, de mentirita, entre hileras de adolescentes que iban y venían en medio de un melodioso murmullo que se mezclaba con el de las aves. Nunca se pudo comprobar si era verdad aquel gesto de arrobamiento; tal vez lo copiaban de Audrey Hepburn. Lo que sí, ¡cómo pataconeaban! Ellas parecían haber inventado aquello de que "el movimiento se demuestra andando". Fueron heroínas del amor pedestre, un movimiento repetido de orden preestablecido, con sensación de engranaje perfecto, hecho comparsa y vaivén, con flujo y reflujo de marea. Visto de arriba de la catedral, quizá lo hubiéramos asociado con la perfección de las hormigas en sus traslaciones, pero amaestradas por Eros, o algún designio maquinal absolutamente inservible.

Las chicas giraban en un sentido, los muchachos en el opuesto, en hileras de dos y hasta cinco. Entraban y salían con mayor sincronización que en los molinetes de los subtes, pero con todos los vaivenes imprevistos y lúdicos, racionales y calculados con emociones y jeroglíficos. Eran como pensamientos que juegan a las escondidas entre ojillos que mienten y verdades que quieren dibujarse en los labios. Algunos no caminaban tanto para no gastar los zapatos; el presupuesto no daba para dos pares.

Sobre todo era un ensayo básico del instinto para seducir (que no instinto básico, que es otra cosa). Era también deshojar la margarita (un pétalo en cada vuelta). Nos hicimos expertos en interpretar códigos de gestos y coqueterías, colores y coloretes; si era un rubor de mejilla emocionada, o toques de Elisabeth Arden, o piel blanca de frío o indiferencia, o con leve tinte de enojo o turbación, que les hacía virar el blanco lívido de la epidermis hacia el rojo carmesí. Todos jugábamos a Casanova cuando nos parábamos en las esquinas o los laterales de la plaza, para calificar y clasificar ese caudaloso río estrogénico; generalmente con mano en el bolsillo, sobándose el pelo, simulando que estás tratando un tema importante con el de al lado, para disfrazar nuestra puerilidad.

Ya más directo era el cabeceo, la guiñada, mirar de súbito con retiro fantasmal (esto último era estratégico del que estaba seguro le podía acompañar), y el sí tácito de la chiquilla que se dejaba entrever con un mohín o un leve asentimiento de cabeza, que te decía que sí, que en la próxima se iba contigo, en medio de un asedio de "mirones". Aún siento las voces de énfasis admirativo: "¡Qué tetas!". ¡"Qué culo! Seguro que no lo hizo fregando escaleras". "Dejame a mí la del medio y vos levántate a la gorda, que son amigas y se van juntas". “¡Mirá! Ahí va la colorada que vive detrás de las vías yendo para el Alberdi. ¡Ligera como todas las coloradas!”. ¿Y la envidia de las mujeres cuando uno les lanza un piropo o un requiebro? ¡Siempre salta la más fea reaccionando como si la intentaran violar! Todas las mujeres son ligeras, salvo las feas, porque no pueden; son castas, a pesar de ellas. O la más empalagada, orgullosa, reprimiendo su carcajeo, con sonrojos virginales… Otra con caderas bamboleantes que acicatean a algún guarango de ademanes pornos… O una con el seno levantado, poniendo todo el énfasis en la intención, pues sabe que los tiene chiquitos… Y se

encoge la que tiene mucho…Pícaras colegialas de aire suelto… Las ninfómanas respondonas eran super valoradas por la inexistencia del Sida.

A veces una imagen se contoneaba fantástica y grácil con sencillito vestido de campesina, todo el trigo ondulando en el pelo... una diosa Ceres fantasmagórica tan fugaz como lo que dura un colibrí en la retina de un miope. La vimos pocas veces; o creimos que la vimos, tal vez cruzó rápido la plaza en diagonal, o dio una sola vuelta, o atravesaría fulgurante el crepúsculo a la hora en que las golondrinas teñían de azul noche los árboles de la plaza ¿De dónde vino? De Moldes, Ucacha o Sampacho. La vimos pocas veces, o soñamos tal vez que la vimos...

LA NENECHA

Un día la vi, y Cupido me dio un flechazo de esos impregnados en miel y babasa erótica. ¡Era ella! La Nenecha. La Nenecha Curchod y su eterno aspecto de poupée. Manejaba un vaivén juguetonamente sexi demostrando que el sex appel no radica en ser alta ni delgada sino en el gracejo, más que Nenecha... estaba bien hecha. Cuando la vi por primera vez comprobé la naturaleza divina de las cosas, como decía un cura. Para ponerla en un altar, sin tocarla. Era un merengue con crema chantilly que se saboreaba sólo a través de los ojos, con un vestido color té y un pañuelito como un toque de sueño. Algunas tardes llevaba boina azul, que la convertía en una silueta de la Saint Michelle pintada por Monet. Pensé que nunca había besado porque nadie se lo merecía, o que daba besos de azúcar impalpable, así debió ser Isis, la Diosa de la fertilidad, la fortuna, la felicidad, magia blanca que nos dio la suerte de verla sin pagar un mango. Me transporté y eché a volar... Pasó sonriendo coqueta y me pareció que insinuaba: “Ya sé que te estás muriendo por mí. Seguíme, Negro bandido. ¿A que no te animás?”. Acto seguido, la imaginé tomándome de la mano y llevándome lejos, después de cruzar la plaza del Palacio Municipal; nos perdíamos sin decir nada, por una callecita atrás del Colegio Industrial. Estaba por caer el sol. Yo temblaba como un cervatillo cuando detuvo sus pasos y se puso de espaldas a la pared, justo debajo de una planta de palán-palán, pisando las uvitas del campo que crecían en la vereda. La boca entreabierta, oferente, con cuatro puntitos de nieve debajo del labio superior, los ojos fundidos en caramelo marrón con una chispita de luz en la pupila... Y cuando iba a suceder, ya con los ojos entrecerrados... de un chirlazo en la nuca, el loco François me puso otra vez en la realidad, es decir, lejos de ella. Precisamente por eso, en el recuerdo la llevo muy cerquita mío. Yo la amaba con admiración, como un juguete imposible, ella nunca lo supo. Hubiera sido muy vulgar intentar el beso, pues casi todos lo hacen inclinando la cabeza hacia la derecha. Muchos años más tarde, treinta más o menos, al dar vueltas uno a la vida y empezar a leerla por la última página, me conoció. Supo que yo existía... muy tarde ya.

Es que Río Cuarto es una de las ciudades donde más cruda se hace la discriminación socio-económica, y hasta diría que son "enfermos del status". Así había muchachos que por más que una chica los mironeara se iban con el que tenía coche, que encima no era de él sino del padre, profesional o pequeño y mediano empresario de la gastronomía, tienda, carnicería, ferretería, almacén, etc., daba lo mismo; la cuestión era que si las "burguesitas del imperio" detectaban que no eras de alguna familia solvente... ¡TE DECRETABAN SORETE! A veces, uno quedaba en juntarse luego de la seña afirmativa de la mina, en la esquina o mejor en la semipenumbra de la mitad de la cuadra, al menos para pasear el uno junto al otro, o hacer promesas que, aunque nunca se cumplan, son preferibles a las de los políticos. ¡Me quedé esperando tantas veces! Tan boludo era que no me di cuenta que para que las chicas fueran detrás de mí sólo tenía que caminar delante de ellas. No faltaba el hijo de fulano de tal, que te las levantaba con un bocinazo del auto, como diciendo: "¡Aquí estoy yo!". Ella se subía al coche en tus mismas narices. Yo me quedaba con mi pequeño bolsito con medias de fútbol, pantaloncito y toalla, pues ni botines tenía (y eso que ya jugaba en la 4ª división de Estudiantes). Y una vez que me miraba la facha de croto en la vidriera de Casa Norton, pensaba: "¡Qué poca cosa eres Negrito! ¡Ya vendrán tiempos mejores!". Se me puso en la cabeza que si el dinero fuera mierda, los pobres nacerían sin culo. Ahí dejé de creer en uno de los pilares de la democracia: la igualdad.

Con respecto a la belleza de las mujeres, hay una sola verdad: que la belleza, como el poder, va de la mano de la cama y del dinero. La belleza hace juego con la fortuna, le sienta perfecto, como el óvalo colorado de la uña que remata una mano bien blanca. Así se escucha eso tan remanido o inconsistente de que “Las mejores minas están en Río Cuarto”, “O en Córdoba. ¡Qué guachas increíbles!”. Es de preguntarse si se refieren a las de barrio Fénix o del Golf; y si se trata de la Docta, si son de San Vicente o el cerro de las Rosas. “Pero como las andaluzas…” Sí, las que van a Marbella con la jet, las de la Feria de Abril de Sevilla que llevan la marca de la guita en la sonrisa, la peineta, la mantilla y el clavel, alternando entre señoritos y jeques árabes, que ésos no buscaran ninguna chica de las chabolas. “Y las de pelo azabache y dulzura sin igual, como las chilenas”, es de aclarar si viven en los Altos de Viña del Mar, Valparaíso o en Las Condes de Santiago, o si pertenecen a suburbios donde subsisten madres con quince hijos colgadas de la cornisa del hambre. “Y el glamour librepensador cuasi francés de catalanas peinadas à la garçon”, ¿dónde lo encontraremos? Seguro en los barrios de Pedralbes, Sarrià o de la Bonanova y no en Santa Coloma o en la Mina; claro que hay gitanas de ojos alucinantes y cuerpo de rumba flamenca que te derriten sólo con morderse el labio inferior con perversidad provocativa… Un tipo con dinero es más probable que compre un Chivas Regal que no un JB. Y los feos acaudalados se casan generalmente con guapas, y así se mejora la raza, al menos exteriormente.

Y con estas bellezas ya he agotado mi colección de favoritas que fue desde la niñez hasta el ecuador de mi vida.

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Un Bonus Track de esta primera parte de tres que con gusto escribiré para ustedes

Era un merengue con crema chantilly 
que se saboreaba sólo a través de los ojos, 
con un vestido color té 
y un pañuelito como un toque de sueño. 


Algunas tardes llevaba boina azul, 
que la convertía en una silueta de la Saint Michelle 
pintada por Monet. 


Pensé que nunca había besado 
porque nadie se lo merecía, 
o que daba besos de azúcar impalpable. 
Así debió ser Isis, 
la Diosa de la fertilidad, la fortuna, la felicidad, 
la magia blanca que nos dió la suerte de verla
sin pagar un mango. 


Me transporté y eché a volar... 
Pasó sonriendo coqueta y me pareció que insinuaba:
 “Ya sé que te estás muriendo por mí. Seguime, Negro bandido. ¿A que no te animás?”. 
Acto seguido, la imaginé tomándome de la mano 
y llevándome lejos, después de cruzar la plaza del Palacio Municipal; 
nos perdíamos sin decir nada, 
por una callecita atrás del Colegio Industrial. 
Estaba por caer el sol. 


Yo temblaba como un cervatillo cuando detuvo sus pasos
 y se puso de espaldas a la pared, 
justo debajo de una planta de palán-palán, 
pisando las uvitas del campo que crecían en la vereda. 


La boca entreabierta, oferente, 
con cuatro puntitos de nieve debajo del labio superior, 
los ojos fundidos en caramelo marrón con una chispita de luz en la pupila... 
Y cuando iba a suceder, 
ya con los ojos entrecerrados... 
de un chirlazo en la nuca, 
el loco François me puso otra vez en la realidad, 
es decir, lejos de ella... 

                                              José Ademan RODRÍGUEZ

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