Por José Ademan RODRÍGUEZ
Hace ya un tiempo, quise rendirle un homenaje en vida, como se tienen que rendir los homenajes, a mi gran amigo Tito Paz. Tito fue un compañero de ruta por muchos años y las anécdotas e historias en común que tenemos son innumerables. No quiero tocar ni una coma de lo que en ese momento le puse. Chau querido Tito, buen viaje, hasta siempre. La voz de Tito Paz siempre va a estar en el corazón de todos los cordobeses, fue un verdadero maestro en la vida y como locutor. Córdoba ya lo extraña.
¡TE ACORDÁS TITO! (mi humilde homenaje al gran Tito Paz, locutor y periodista de LV3)
Mal que les pese a los amantes de los viajes aéreos, un tren cruzando la soledad de la noche sigue siendo la línea más dulce hacia un destino; luego de 25 años sueño que me despierto en el camarote del Rayo de sol, para desayunar en Retiro con pan tostado, mermeladas, medias lunas y manteca. ¡Qué placer mojar la media luna en el café con leche!. Cuando uno parte o arriba, se ve la espalda de la ciudad, la parte trasera de los edificios, baldíos terrosos, basurales, ropa en la soga, como en un reino de perros y cirujas y chicos escuálidos de culito cóncavo, que olfatean barracas de cartón y chapa oxidada, y restos de coches semienterrados con leprosa carrocería. Soy fanático del tren, pero de los de antes y en ciertas condiciones: coche dormitorio, restaurante con el carrito de los manjares, mantel blanco y flores rojas, bar accesorio donde tomar todas las cervezas que se quiera (porque los muchos lavabos están puestos al servicio de las micciones más apremiantes). Y lo más rotundo: el tren parte y arriba como en la película de Gary Cooper A la hora señalada.
El tren tiene escenas muy emocionantes, la más desgarradora la ví en El Secreto de sus Ojos, cuando Soledad Villamil, -excelente actriz y cantante de Tango- sale corriendo por el andén para despedir a Ricaro Darín. Corre, corre, desesperada y en medio del sofoco alcanza a poner los dedos sobre la ventanilla para retenerlo, y mira resignada como el tren se aleja...
¿Te acordás Tito? ¡Pobre Rubén! Las que nos tuvo que aguantar, cuando llegábamos a las transmisiones del Luna Park sobre la hora, derrapando por las curdas que nos agarrábamos. Ya sea en los piringunes del Paseo Colón o en el Principe Napoli dónde inventaron allá por los años 1920 la milanesa napolitana, o la Cantina Pipo y sus famosos vermiccelli, ambos cerrados en la actualidad. ¿Te acordás de la Cuba de Oro y sus famosas ranas?
La primera vez que tuve contacto contigo fue un viernes por la noche, en el ‘64, iba a hacer mi debut en el boxeo, me encontraste en una de las oficinas de la radio y sin más me dijiste: ‘’Hola negro - como si nos hubiesemos conocio desde siempre- Preguntále al “jefe” (el Chino Torri) en que podés serle útil, si no necesita algo... ordenar las tandas publicitarias, por ejemplo...’’. Como buen maestro, me estabas enseñando el camino de la humildad y el saber estar, expresándose con tono y acento nochero (que es idioma universal). De entrada tuvimos la química del entendimiento.
Y las noches de boxeo en el Córdoba Sport Club, con su olor denso de maní tostado y el praliné que vendía el ñato Astrada en la puerta, de la que emanaba un rumor transformado en bufido, en chaparrón sonoro en forma de U gigantesca que envolvía todo el ámbito derramándose en la calle Alvear, por cada piñazo errado, de cuando su tesorero, Luis Luján Tejedor, expresó que a la institución la dejó bien parada (porque vendió hasta las sillas). Y la figura del “Chino” Torri, gran intuitivo, que abarajaba las piñas en el aire para mandarlas al éter por L.V.3.
¿Te acordás Tito? Nos perdíamos en el tiempo y en el espacio, en inolvidables tertulias de esa época cuando a uno le enseñaban cosas (como qué es lo que no se debía hacer), porque se creía que aún servía para algo eso de aprender a través de las palabras. A
pesar de que los “modernos” digan que una imagen vale más que mil de ellas, creo que algunas no pueden ser expresadas por mil imágenes. Aprobábamos en base a opiniones con fuerza de ley, como la de que “El que chupa Coca-Cola no puede ser buen periodista”, que eso lo daba el automatismo del alcohol; un doble magisterio para valorar oficios y profesiones. Nunca faltaba el grupito de amigos que te hacían creer que uno es el mejor a cambio de alguna entrada de favor, cosa que tácitamente aceptábamos con inigualable sentido del ridículo. Compinches que nos decían, para nuestro consuelo, que éramos unos genios incomprendidos, razón por la cual a Fioravanti actualmente no lo hubieran escuchado, y a Dante Panzeri ¡menos!.
En fin, cenáculos y tertulias de heliófobos, noctívagos y nictálopes, sabiamente prolongadas que te obligaban a decir: “¡Carajo! ¿Qué estoy haciendo a estas horas?’’, para desesperación de Torri, momento en que el sol siempre aparece y los amantes tienen que retornar a sus casas. Pero no nos quedábamos hasta tan entrada la noche sólo por los tragos, sino porque a eso de las tres venían las musas a decirnos lo que necesitábamos para estar animados, o reinventar la esperanza que muere horas más tarde.. porque la emoción se lleva muy mal con la pasión. Todo nos llega del fondo del recuerdo, Tito.
El escenario eran los bares, esos de busecca y vino en pingüino (santo grial de las misas herejes), reductos del reaje más representativo de la noche, como el Torino frente a la estación del Mitre, cuyo dueño, el gallego Sebastián, tenía siempre el escarbadiente hecho escobilla jugando entre los labios y la rejilla en el hombro, repasando siempre el mostrador. Allí germinaron las utopías y las vulgares comedietas de nuestras vidas.
Tanto podíamos hacer el vermouth en Chilecito y cenar en Kurdistán, como podíamos tomar un colectivo, bajarnos a cenar en Bell-Ville y desayunar en Fraile-Muerto, hasta perder la identidad y farfullar palabras en ugandés: “¿Gutabino nego?”. “Chi guta, ta güeeeno”.
Los codos flaquean y se caen al querer apoyarse. Era el momento de irse, instante en que el patrón comienza a apagar las luces y las sillas se van poniendo boca abajo sobre las mesas. Al retirarnos de las guaridas tintofílicas no nos despedíamos como el resto de los mortales, sino que se montaba todo un ceremonial; pararse cada 20 o 30 metros para despedirse por enésima vez, donde 3 o 4 formábamos un círculo a la manera de un conciliábulo ambulante de abrazos y besos.
Tito, sos el locutor deportivo por excelencia en Córdoba. Cual pregonero que da vida a los productos publicitarios que a su vez dan de comer a todos los de la radio. Para mí, tu voz de nicotina, única, auténtica, natural, extraída de tu tierra (no voz de platino como Fioravanti le apodó a Leopoldo Costa por la Gilette), así como la Edith Piaf era la voz de Paris y Franck Sinatra, la de Nueva-York... y esqueleto sentimental, prolijo corte de pelo, uno o dos dientes ausentes de tu sonrisa (pues es vulgar en un bohemio reirse con todos los dientes, para eso están los Kennedys y los Gardeles) ojos duros e infantiles, arrugas como navajazos en la frente, y tus manos trazando metafísica en la dialéctica de las cuatro de la madrugada, atrapando sensaciones y arrojando anécdotas miles con sus modales de noble caballero que sabe comer Choripán sin mancharte jamás la camisa ni hablar con la boca llena y la cabeza vacía.
Sos un lector empedernido ¡Tito! También fuimos sexófilos de inesperada monta, peregrinos lecho. En fín, para nosotros, acostarse a medianoche era como negarse a desflorar la madrugada que te invita:
- “Me surgen las frases... ¡Vamo’nos Tito! Alcemo’ el gallo, que es muy tarde y es hora de recordar, Tito’’.
La mejor forma de asumir la vejez es recordar nuestra niñez... las Cuchillas, Departamento La Paz, donde naciste. Allí, quizás balbuceaste tus dotes como locutor, igual que los chicos del potrero que sueñan con ser cracks del futbol.
¡Grande Tito! Si Dios me da vida espero verte en poco tiempo y que vayamos a caminar juntos por las calles del recuerdo