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Del dinero de Serrat a la riqueza moral

POLÍTICA - LA COLUMNA DE JOSÉ ADEMAN RODRÍGUEZ 01/11/2021 José Ademan RODRÍGUEZ
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multimedia.normal.b565236476152812.494d472d32303230303930362d5741303031335f6e6f726d616c2e6a7067 Por José Ademan RODRÍGUEZ

Le preguntaron a Juan Manuel Serrat cuál era su canción favorita y contestó: ''La que me dio más dinero y gracias a la cual me permitió grabar las restantes''.

Y mi gran amigo Crist (el famoso humorista y dibujante) a parecida pregunta sobre el mejor chiste que publicó contestó lo siguiente:

''No sé si es el mejor. Es el que más me gusta. Un nenito habla con su abuelo en el patio y el chico le pide que le cuente la historia de su vida. El viejo le dice ''te la voy a hacer corta. Resulta que estaba jugando en el patio de mi casa y de pronto me encuentro hablando con vos''.

Y también tengo otro amigo, el ''Monono'' Skladanowski, que se acuerda de un sángüiche y llora... es que está muy sensible últimamente.

A mí, me preguntaron cuál era el paciente que más recordaba por mi condición de odontólogo, bah, de los dientes... Y, ho sorpresa! cuando le dije que era una mujer desdentada...

Trabajaba yo de dentista en el SUOEM (sindicato de unión de obreros y empleados municipales) de calle Rivera Indarte, entre los años 1975-76, no recuerdo bien, y cerraron todos los consultorios. O sea me que me quedé sin laburo como dentista. Y en la radio, tenía puertas giratorias; entraba, salía... más salía que entraba. El director interino, Saúl Silvestre, me separó de Ruben Torri (que conste que ya me había separado de mi mujer) para colocar en la transmisiones del Luna Park a Damián Cané, periodista famoso de radio El Mundo, como reemplazante mío en los comentarios. ''Así aprendes un poco'' me dijo en tono humillante.

Fueron malos años. Solo me quedaban las transmisiones de Córdoba.

Tenía tanta mala suerte, que a veces pensaba que si me caía para atrás me quebraría la pinchila.

Ya estaba tramando irme del país...

Al final terminé en barrio residencial América en una consulta que había cerrado porque ningún odontólogo quería trabajar ahí.

Estaba frente a la plaza del barrio, que se usaba como vía de paso y para picados de fútbol en medio de calles de tierra.

Encontré el cuchitril con un viejo sillón y un torno con las cuerdas rotas (minga de turbina o esterilizadora) y ninguna enfermera.

Solo me ayudaba una maestra de parvulario que daba clase en una habitación al lado de la consulta. Ella me ayudaba a hervir los instrumentos y meterlos en Espadol para desinfectarlos. Y gracias a la comisión vecinal se puso en marcha la atención odontológica.

Por el ventanal que daba a la calle se filtraba el polvo al pasar los autos.

Algunos colaboraban reparando el mobiliario, otros con una manito de pintura... yo no podía fallarle a esa gente. Hubiese sido como una traición, entonces me la jugué. Tenía que hacer funcionar lo que era una ruina. Y qué alegría serle útil a la gente humilde...

Y funcionó! Ya sabemos las diferencias que se establecen con pacientes de seguridad social o públicos (los pobres) y los de consultorios o institutos privados (los pudientes).

Normalizamos el servicio, yo solito con la maestra, porque de la central del instituto no me tiraron ni el cable de una enfermera. Por supuesto, de vez en cuando me enviaban un inspector de la burro-cracia con sus planillas y formalismos... y ninguna solución.

Como andaba la cosa, yo ni bola les daba... hasta que un día se me apareció Santa Apolonia.

Era una macilenta, desgreñada y desgraciada mujer, de unos cuarenta años, la vida y un marido maltratador le fueron quitando con una tenaza invisible, uno a uno los dientes!

Claro, no podía sonreír mostrando las encías, solo le habían dejado raigones, residuos dentales amputados hasta la raíz.

Se me figuraba que ella era como la patrona, la santa, aquella mártir y virgen que llevaron a la hoguera. Y que era ganadora de un premio literario, por su famosa poesía titulada Japón.

La verdad, me daba pudor atenderla, por la escasez de instrumental y le dije, por decir, uff que calor, ya encargaré un ventilador... es que estos políticos! Ella me respondió: ''Qué importancia tiene eso, doctor, para qué hablar de política? ¿Se ha fijado en este cielo tan azul que tenemos hoy?''

No supe que decirle. Sólo el silencio como respuesta. Como en eso tan vulgar de que cuando las palabras no son mejores que el silencio, más vale no pronunciarlas. No había lugar para hablar ni versear. Me puse ''manos a la boca'', cirugía paraprotética, para eliminar raigones con quistes y granulomas periapicales, regularización ósea con limado para quitar crestas y aristas irritantes y así instalar la prótesis. Para ayudarme en esa empresa tan difícil, llamé a mi amigo protésico, Don Félix Cruz.

Este genio que colaboraba con la facultad de odontología, fue quien más tarde me aconsejo sabiendo mis intenciones de pirarme al extranjero:

"Vayase José a España! ¿Usted no sabe que la suerte llama una sola vez en la vida? Que acá con su fama de bohemio terminará siendo un dentista de las ''3 P'', ''Parientes, Putas y Pobres''. Y en la radio donde trabaja, lo tienen como un loquito de los que tiran el maní y se comen la cáscara''.

En la iconografía de la Santa Apolonia, se la representa con unas pinzas que sostienen un diente o un collar del que pende un diente de oro. Esto me recuerda algunos compañeros de la facultad que se apoderaban de recuerdos, aros, pulseras, anillos para cuando tocaba hacerles las coronas de oro! ''para abaratar costos del mecánico que está carísimo'', les mentían a los pobres viejitos y jubilados o indigentes vulnerables, que precisamente por eso iban a la facultad a atenderse porque no se les cobraba. Estos futuros dentistas ya aprendían a mentir para robar a los pobres. Eran como los buscadores de oro a través de la odontología, con voraces tendencias orofílicas y de paso traicionaban a la patrona Santa Apolonia y su noble entrega que le costó la hoguera. Olvidaron que lo importante era ser buenas personas y no apropiarse de los artefactos (puentes de oro) que eran patrimonio personal de cada paciente.

''Vos sos un hijo de puta'' le dije una vez a un compañero inescrupuloso.

Ya sabemos que antes de las amalgamas lo que se usaba era el oro. Al fracasar eran verdaderas tumbas putrefactas, sarcófagos de oro que encubrían restos de comida, fetidez y focos sépticos, tanto que en 1910 el Dr. William Hunter de Londres atacó a la odontología americana con este tema; les demostró que los dolores y problemas causados por estas prótesis de oro sólo se solucionaban retirando las coronas. ¡Ah! Y encima, al quitar al "cliente" esas prótesis se quedaban con el oro, que aparentemente arrojaban al cubo de la basura junto con el diente extraído, para después juntarlo al final de la jornada como un avaro revolviendo desperdicios.

Se las hago corta. Al final le hice la prótesis. ¡Cómo le iba a cobrar! Si ella me enriqueció. Me hizo mejor dentista. Fue un chute de ética y de moral y dedicación. Trabajé tanto que terminaba hasta muy entrada la noche.

Como a Serrat le hizo rico una canción, creó que ''Mediterráneo'', esta pobre desdentada me hizo rico.

No tomen esto que te voy a transcribirles como un deseo de enaltecer mi vulgar egolatría, o para adornar mis méritos como dentista. Se lo he mostrado a pocas personas, pues me hizo feliz, más que todo el dinero que me puedan pagar por mis servicios profesionales. Esta mujer que me dedicó esas líneas era una poetisa de barrio de Córdoba, ya fallecida, muerta casi en la indigencia y el desamparo total. Ella está viva dentro mío. Se llamaba Raquel de Reyes y creía en la gente. Es una de mis riquezas.

EL RETRATO DE... '' Quisiera decirle: "¡qué tipo macanudo es usted!". Decírselo de frente, verbalmente, pero no puedo. Estoy inhibida. Es que resulta más fácil insultar a una persona que decirle cuánto lugar fue capaz de ganar en el terreno de nuestro afecto, por temor de que nuestras palabras sean confundidas con elogio, o lo que sería peor, con la servil adulación. Está hecho para dar, DAR, DARSE... única consigna del AMOR VERDADERO hacia la humanidad. Para él, la vida es un juego equilibrado donde danzan el trabajo, el deber, lo cotidiano (que con su sutil inteligencia tiñe de humor, para quitarle ese no sé qué de grisáceo que tiene a veces lo cotidiano, que por ser repetido suele abrumarnos). Y esos "diez minutos buenos que tiene la vida" (como denomina él a ese salirse un rato de la realidad y meterse en la fantasía). Lo presiento humano. Lo siento humano. HUMANO (con mayúscula). Se expresa por medio de su profesión, ésa que eligió. Su manera de persuadir, y quitar el miedo al dolor, al guardapolvo blanco, al sillón (que no es otra cosa que una camilla o mesa de operación con asiento). Sobre todo, esa voz, suave y sugestiva, a la que me animó a denominar "VOZ CON MÚSICA"... Lo experimenté en mi misma, y espié cómo trata a los demás seres humanos. Sé que no es una máscara, que él goza con ser así y cosecha a mares por ser así. Por el agradecimiento mudo que lee en los ojos de los pobres, a los que diariamente trata. Ese haber ascendido en el espiral esotérico de colores superiores, que lo hace flotar por sobre el absurdo, las pequeñeces de los necios, los chatos convencionalismos. Ese aceptar a la gente como es, con sus errores y aberraciones, sin pretender cambiarles. Pero yo sé que no sería capaz de ser amigo de los malditos. De los locos, sí, pero no de los destructivos conscientes, que no saben dar, sino destruir. De los neuras, sí, porque su intuición aguda le hace adivinar, tras un gesto, un rictus, o a veces un pliegue demasiado marcado sobre una boca, cuánto pudo haber llorado (hombre o mujer), ese ser humano que en este momento está sentado frente a él. Lo que más aprecio de él es ese hacerlo todo, cualquier gesto, cualquier acto por pequeño o grande que sea, sin marcarlo con la solemnidad. Como por ejemplo: invitar a la señora que limpia el consultorio a tomar una cerveza en un negocio del barrio. Eso sólo lo haría un político que está buscando votos para trepar a gobernador o presidente de estado. Pero él no busca nada de todo eso. Todo lo hace de la manera más natural del mundo. Quizás la charla de la viejecita le gustó y quiso demostrarle su estima, compartiendo con ella una cerveza. Hoy llueve, estoy contenta. Tengo un amigo nuevo y rico, rico por dentro, claro está... Entonces, como no sabría decirle de frente cuánto le aprecio, lo que pienso de él, he tratado de hacer su retrato, un poco torpemente quizás... Ustedes habrán adivinado ya que se trata del retrato del Dr. Rodríguez, el dentista nuevo que tuvo la suerte de obtener nuestro barrio.''

¿Y saben para qué me sirvió? Para intentar ser modesto y querer un poco más a mis pacientes. Cuando alguien se sentaba en mi sillón, me acordaba de ella y que la estaba traicionando si no cumplía con dignidad profesional mi tarea. Decían algunos vecinos que estaba loca... ¡Mejor así! Es el mejor homenaje que podían

hacerle los "normales". Cuando un mediocre hable mal de ti, ¡alégrate! (son rastreros de la capacidad ajena), porque si hablan bien posiblemente es que eres igual que ellos. Ella era desdentada y añosa, y tenía el pelo desgreñado; ni sabía de afeites ni de cosméticos. Era como Santa Apolonia para mí, esta patrona de los dentistas, a quien antes de morir le arrancaron todos los dientes.

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