Milei en guerra con todos: el riesgo de confundir liderazgo con aislamiento

OPINIÓN Agencia de Noticias del Interior
03-JM2
  • Milei apuesta a la confrontación constante como estrategia política, pero corre el riesgo de quedarse aislado, lo cual es peligroso en política.
  • Culpó a Victoria Villarruel y al Senado por la suba del dólar, un gesto de autoboicot que muestra su dificultad para convivir con las instituciones.
  • Rechaza construir alianzas políticas y descalifica al Congreso, a los gobernadores y a su propio espacio, lo que amenaza su capacidad de gobernabilidad.
  • A tres meses de las elecciones legislativas, Milei polariza con un peronismo debilitado, pero su desafío será lograr una mayoría parlamentaria para imponer su agenda.
  • La Libertad Avanza carece de cohesión interna, con candidatos de distintas tradiciones políticas, lo que complica la fidelidad legislativa al presidente.
  • Las negociaciones con el PRO están trabadas por las condiciones impuestas por Karina Milei, reflejando una lógica de humillación más que de alianza.
  • El verdadero desafío de Milei es político, no económico: sin gobernabilidad, su proyecto corre el riesgo de quedar atrapado en un ciclo de confrontaciones sin resultados.
  • Las elecciones de octubre serán decisivas para definir si su estrategia de confrontación le permite gobernar, o si quedará limitado a su núcleo duro de seguidores.

Javier Milei está librando una guerra política en todos los frentes, convencido de que la confrontación constante es su mejor estrategia. Pero en la política —a diferencia de las redes sociales— la soledad es un lujo peligroso. La última semana fue una muestra nítida: el presidente eligió culpar a su vicepresidenta, Victoria Villarruel, por la suba del dólar, descalificó al Senado y trató con desprecio a cualquiera que no forme parte de su círculo íntimo.

El problema no es solo de formas, aunque las formas importan. Es de estrategia política. Milei se empeña en construir poder a partir de la confrontación, pero al hacerlo está dinamitando los puentes con actores institucionales clave: el Congreso, los gobernadores, e incluso su propia coalición. En vez de sumar aliados, Milei los obliga a tomar distancia, y ese aislamiento puede volverse un boomerang en octubre.

El episodio con Villarruel es ilustrativo. La vicepresidenta no hizo otra cosa que cumplir su función institucional al presidir una sesión ordinaria en el Senado. Sin embargo, Milei decidió convertirla en chivo expiatorio de la volatilidad cambiaria, en una acusación tan injusta como políticamente torpe. Porque en un Congreso donde el oficialismo está en minoría, atacar a quien preside el Senado (y que además es la principal referente política que le queda dentro del espacio) es simplemente un acto de autoboicot.

Pero Milei no se detuvo ahí. En sus apariciones públicas —ya sea en la Rural, en radios, o en canales de streaming— repite un patrón: descalifica a la política como un todo, como si no entendiera que necesitará de esa política para gobernar. La contradicción es evidente: busca avanzar en reformas profundas, pero al mismo tiempo se niega a construir mayorías parlamentarias.

A tres meses de las elecciones legislativas, Milei apuesta a polarizar con un peronismo que no logra ofrecer alternativas renovadoras. Puede que eso le alcance para ganar, pero la pregunta crucial es: ¿ganará con la fuerza necesaria para imponer su agenda? En un Congreso fragmentado, los números son clave. Y la obsesión de Milei por cerrarse sobre su núcleo duro, despreciando cualquier intento de acuerdo, amenaza con dejarlo sin margen de maniobra.

El oficialismo necesita sumar al menos 87 diputados para blindarse ante vetos legislativos. Pero muchos de los candidatos de La Libertad Avanza provienen de tradiciones políticas ajenas: el menemismo, el massismo, incluso el kirchnerismo. Confiar en que todos esos legisladores responderán ciegamente a Milei es, cuanto menos, arriesgado.

Mientras tanto, la política busca reorganizarse. El PRO, debilitado por sus propias internas, negocia su supervivencia en una posible alianza electoral con los libertarios. Sin embargo, las condiciones impuestas por Karina Milei —como vetar la participación de Jorge Macri— muestran que la familia presidencial no está interesada en construir alianzas estratégicas, sino en humillar a sus potenciales socios.

El desafío de Milei no es económico, es político. Puede tener éxito en reducir la inflación, pero si no logra transformar eso en gobernabilidad, su proyecto quedará atrapado en un ciclo de confrontaciones estériles. Gobernar no es hacer campaña permanente. La pregunta es si el presidente está dispuesto a aprender esa lección o si, fiel a su estilo, prefiere quedarse solo, apostando todo a la polarización, sin importar el costo institucional.

Las próximas elecciones serán, en ese sentido, un punto de quiebre. No solo para medir la fortaleza electoral de Milei, sino para saber si su estrategia de guerra total le permitirá gobernar algo más que su propio círculo de fanáticos.

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