El poder de la palabra: cómo Milei construye realidad desde el lenguaje

OPINIÓN Agencia de Noticias del Interior
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  • Luis Caputo adoptó el estilo comunicacional de Milei, simplificando y polarizando con slogans como “riesgo kuka” para explicar la suba del dólar.
  • El Gobierno fija agenda señalando enemigos: si no hay adversario, se lo inventa o etiqueta. La palabra “traición” se usa como herramienta de exclusión.
  • El lenguaje es el núcleo del poder libertario: define los límites de lo que se puede pensar y controla la realidad social.
  • La estrategia comunicacional busca movilizar emociones, no convencer con argumentos. El agravio y la simplificación funcionan mejor en la era digital.
  • Milei es prisionero de su propio discurso extremo: no puede moderarse sin perder su identidad política.
  • El desafío es ejercer pensamiento crítico frente a una narrativa oficial que construye realidad desde el lenguaje, más allá de los hechos.

Luis Caputo aprendió rápido. A fuerza de necesidad, el ministro de Economía dejó atrás la sobriedad financiera y abrazó el manual de comunicación del mileísmo: simplificar, polarizar y etiquetar. “Riesgo kuka”, sintetizó para explicar la trepada del dólar. No fue un desliz, fue un mensaje calculado, directo al corazón de la narrativa oficial. En la Argentina de Milei, la economía se explica con slogans.

En tiempos donde el vértigo preelectoral acelera la necesidad de explicaciones rápidas, el Gobierno encuentra en el señalamiento al "otro" la herramienta más eficaz para fijar agenda. Si antes fue “la casta”, ahora es “la kukarda”. Si no hay un enemigo, hay que inventarlo o, mejor dicho, nombrarlo. Porque en la política de este tiempo, lo que no se nombra no existe.

El “ellos” que antes era una categoría difusa ahora se concentra en etiquetas de fácil digestión. Traidores, kukas, inmundos. La lógica es sencilla: reducir la complejidad a una metáfora efectiva. No importa si la corrida cambiaria tiene múltiples causas, lo crucial es quién se responsabiliza. Victoria Villarruel, la vice díscola, fue ascendida de exiliada política a chivo expiatorio con nombre y apellido. El precio de abrir el Senado quedó pagado con la palabra más dura de la política: traición.

La palabra “traición” es una bomba semántica. No admite matices, destruye cualquier puente. El traidor no es adversario, es el enemigo interno, el peor de todos. Convertir una diferencia política en una falla moral es una técnica tan vieja como efectiva. Lo entendió Margaret Thatcher con su “no hay alternativa”. Lo explotó Donald Trump con el “fake news”. Milei hace lo propio con “kuka”.

Pero no es solo una cuestión de formas. El lenguaje libertario no es envoltorio, es esencia. Es un dispositivo de poder que fija los límites de lo pensable. Wittgenstein lo advirtió hace un siglo: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. En la era digital, los líderes populistas de derecha —de Trump a Milei— han comprendido que controlar el lenguaje es controlar la realidad social.

Cada palabra que emite el Gobierno no sólo informa, también ordena, clasifica, excluye. Las metáforas belicistas (“batalla cultural”) habilitan acciones políticas contra el adversario convertido en enemigo. La disrupción comunicacional no busca convencer, sino movilizar emociones: rabia, miedo, frustración. En un ecosistema digital que premia el contenido agresivo, el agravio es más efectivo que la argumentación. El insulto viraliza, el dato no.

Pero el lenguaje también expone. Las palabras moldean la identidad del líder, pero también lo encadenan a su propio discurso. Milei, como Trump, es prisionero de sus excesos. No puede moderarse sin traicionarse a sí mismo. La escalada permanente es su única vía de supervivencia política.

El desafío para la sociedad es comprender estas dinámicas y no ser rehenes de relatos prefabricados. En un contexto donde las palabras no sólo describen la realidad sino que la crean, ejercer el pensamiento crítico se vuelve un acto de resistencia.

Porque, al fin y al cabo, el poder no sólo gobierna con decretos o leyes. Gobierna, sobre todo, con palabras.

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