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Milei priorizó la economía por sobre la política

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El presidente Javier Milei abrazado al ministro de Economía, Luis Caputo

El 13 de febrero último, el J.P. Morgan publicó un extenso informe sobre la Argentina donde señalaba que el éxito del primer año de gestión de Javier Milei se debía a que el Presidente había priorizado las decisiones económicas sobre la comodidad política. En particular, destacaba el fuerte ajuste fiscal que se había hecho, pese a la debilidad política que tenía en el Congreso y en la representación territorial.

“El hecho de no aprovechar el escenario actual para comenzar a flexibilizar los controles de capital por razones electorales no parece coincidir con las preferencias reveladas”, advertía el texto.

 
Para la grata sorpresa de la mayoría de los analistas financieros en Wall Street, el Gobierno volvió a priorizar este año la economía sobre la política. El equipo económico tomó la decisión de liberar el tipo de cambio oficial (que eventualmente podría llegar a saltar 30% si llega al techo de la banda cambiaria establecida), pese a estar a menos de 40 días de las elecciones porteñas. Su principal capital político en 2024, que fue la baja de la inflación, se pondrá en jaque transitoriamente durante algunos meses.

La mayoría de los analistas económicos cree que las circunstancias actuales obligaron al Gobierno a salir del cepo, pese a que las autoridades remarcaron que todo era parte de un plan. En el último año, hubo otras oportunidades para quitar las restricciones y no se hizo. Ocurrió, por ejemplo, en noviembre, cuando gracias al blanqueo de capitales, la brecha cambiaria se comprimió al 10%, mucho menor que el 25% al que estaba ahora de manera forzada por las intervenciones oficiales.

Otra prueba de ello es que el Banco Central (BCRA) tomó la decisión en febrero de bajar el ritmo de devaluación al 1% mensual, pese a que la inflación nunca perforó el 2% de meta que se habían establecido.

 
El Gobierno podría responder que antes no contaba con el enorme apoyo financiero que logró ahora de parte del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que entre los tres otorgarán US$23.100 millones solo este año. Pero tal vez el equipo económico tampoco fue a pedir ese dinero antes por las exigencias que estos organismos imponen a cambio.

Lo curioso es que, hasta diciembre, era difícil encontrar analistas económicos, operadores financieros o empresarios que pensaran que el Gobierno iba a liberar el tipo de cambio en un año electoral. El escenario base era que el oficialismo iba a aguantar con los controles de capitales hasta octubre, para llegar con una inflación mensual que arrancara con un 1%. Eso, creían, iba a permitir al Gobierno sumar más legisladores en el Congreso para encarar la segunda parte de la gestión con reformas estructurales.

“Hasta fin del año pasado, al Gobierno le entraban todos los goles. El blanqueo había ayudado a ganar tiempo y parecía que tenían margen para llegar a las elecciones sin devaluar”, analizó un economista de un banco internacional, con sede en Manhattan.

“Cuando te está yendo bien, hay menos incentivos para arriesgar. Es la naturaleza humana. Nadie quiere que vuele todo por los aires y vuelva el populismo en la Argentina”, señalaba otro operador financiero con varios años en Nueva York.

Sin embargo, como dijo Alejo Czerwonko, analista del banco suizo UBS, el gran talón de Aquiles del Gobierno es que no logró sumar reservas en el Banco Central ni recuperó el acceso al mercado internacional de crédito.

Signos de agotamiento
La situación la reconoció el ministro de Economía, Luis Caputo, el viernes en la conferencia de prensa. El Banco Central compró más de US$25.000 millones desde que asumió Milei, pero aun así las reservas netas se encuentran negativas en más de US$8000 millones. Esto se debió en gran medida a que el Tesoro no pudo refinanciar los vencimientos de deuda y tuvo que pagarlos al contado, utilizando dólares de las escasas reservas.

Para esta altura del año, la expectativa del Gobierno era que el riesgo país, que mide la tasa de interés que le cobran a la Argentina por el financiamiento externo, estuviera por debajo de 500 puntos básicos, para poder refinanciar los vencimientos a un dígito. De hecho, el 9 de enero, el índice había tocado el piso de 560 y el Banco Central hizo la primera colocación de deuda desde 2019, donde consiguió US$1000 millones.

La asunción de Donald Trump en Estados Unidos, el 20 de enero pasado, sin embargo, cambió el contexto internacional de manera abrupta. El shock externo negativo afectó particularmente a la Argentina, porque generó un rebote del riesgo país de más de 300 puntos básicos (hoy cerca de 900), cuando en el resto de los países de la región, hubo caídas de entre 50 y 60 unidades, como remarcó la consultora Quantum.

Acceder al mercado internacional era una pata fundamental del programa económico, porque la Argentina enfrenta vencimientos importantes cada seis meses (producto de la reestructuración de deuda que se hizo en 2020). En junio, por ejemplo, hay otra obligación con bonistas por US$4200 millones. La expectativa del Gobierno era conseguir al menos US$3000 millones en el mercado para afrontar este compromiso. Pero, para esta altura, las cuentas ya no cerraban, cuando se comparaban los niveles de reservas netas, de tipo de cambio oficial y de riesgo país.

Para los analistas, el esquema cambiario mostraba signos de agotamiento desde enero, cuando las exportaciones de bienes ya no superaban con holgura a las importaciones y la balanza comercial solo era superavitaria porque habían mejorado los términos de intercambio (los precios de los productos importados cayeron más que los precios de las exportaciones, lo cual ayudó a que el resultado sea positivo en el primer bimestre).

También generaban ruido los datos de turismo emisivo, con cifras récord desde 2018, previo a la última crisis cambiaria, y la baja de los precios de las commodities, que obligó al Ministerio de Economía a anunciar una reducción de las retenciones para mejorarle el margen de rentabilidad al agro y que no se corten las exportaciones.

La situación se terminó de complejizar a mediados de marzo, cuando en una entrevista Caputo fue evasivo sobre la continuidad del crawling peg. Ya sea si lo hizo de manera deliberada, como algunos creen, o fue un error de comunicación, en ese instante se terminó de romper con el carry trade, el instrumento por el cual tanto importadores como exportadores preferían vender los dólares para tener pesos y aprovechar que la tasa de interés superaba la tasa de devaluación controlada del 1% mensual.

Ese esquema le había permitido al BCRA sumar reservas desde noviembre, aunque no eran divisas genuinas generadas por mayores exportaciones. En el sector financiero se percibía la tensión por la fragilidad del mercado cambiario.

“En los últimos meses, había un feeling negativo de los inversores con la Argentina, pero para bien, porque están esperando para volver a meterse y comprar activos, a diferencia de 2018, cuando estaban esperando el momento para salirse del país”, opinó un administrador de fondos de inversión internacional, que considera que la quita del cepo le volverá a dar oxígeno a la economía.

“La película termina bien, pero había que hacer estas cosas. La señal de que se sale del cepo es la más importante. El contexto internacional cambió y va a seguir estando complicado. Hay que adaptarse al nuevo contexto global con un esquema de mayor flexibilidad. Y es un gran momento para hacerlo, cuando está por arrancar la liquidación de la cosecha, los datos económicos son buenos, hay apoyo de Estados Unidos e incluso viaja para allá el secretario del Tesoro, Scott Bessent. Si no se hacía ahora, iban a perder más reservas. Seguramente haya un período de inflación alta, pero va a bajar, porque los fundamentos de la economía son sólidos”, agregó el operador financiero.

Otro economista de un banco internacional coincidió con esa visión y sumó más puntos a favor del nuevo esquema cambiario. “El Gobierno tenía que aprovechar que la oposición está fragmentada, que tiene la calle bajo control y que el Presidente sigue con popularidad alta. Está la sensación de que esta es la última guita que le da el FMI a la Argentina. No había más margen para demorar lo inevitable”, dijo.

La gran pregunta hacia adelante es que, si llega a haber una suba del tipo de cambio el lunes, cuánto se podrá trasladar a precios (lo que en la jerga se dice pass-through). Durante la gestión económica de Sergio Massa, el traslado fue lineal: todo lo que se devaluó, al poco tiempo se reflejó en una suba de precios. En este caso, el Gobierno cuenta con varias ventajas: tiene superávit fiscal y no depende de la emisión monetaria del Banco Central; el consumo masivo sigue deprimido porque ni la construcción ni el comercio reactivaron todavía (ambos sectores son intensivos en mano de obra), y el flujo de ingreso de divisas es positivo hacia adelante gracias al crecimiento del sector energético.

En contra de este optimismo se encuentra el nivel de los salarios, que, al estar todavía bajos, hace que no haya mucho margen para otra licuación.

Por lo pronto, las nuevas medidas fueron bien recibidas en el exterior, porque además mostró nuevamente que el Gobierno puede ser pragmático cuando el plan original no fluye. El riesgo por delante, indican, es el impacto que una eventual devaluación (si la hay) tendría en el proceso electoral, pero es una variable que perdió fuerza en el último tiempo, sobre todo después de los logros políticos que tuvo el oficialismo el año pasado, siendo minoría. “Si la economía marcha bien, la política se acomoda”, opinan en Nueva York.

Sobre una nota de Sofía Diamante para La Nación

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