América Latina enfrenta un triángulo complejo y frágil, compuesto por tres vértices: avance de la tecnología, debilidad democrática y creciente desigualdad. Este triángulo escaleno, donde cada lado es distinto al otro, refleja una realidad irregular y en constante tensión. En América Latina, el continente más desigual del mundo, 660 millones de personas compartimos un territorio marcado por profundas brechas sociales:
● 172 millones de personas están en situación de pobreza, y más de 26 millones en pobreza extrema.
● 90 millones de niños y niñas son pobres, y 12 millones no participan en el sistema de educación formal.
● Más de 10 millones de menores de 5 años están malnutridos.
● 1 de cada 4 personas vive en asentamientos informales.
● El 66% no tiene acceso a servicios de saneamiento seguros, y el 25% carece de acceso al agua potable.
● El estudiante promedio presenta un rezago de 5 años en Matemática respecto a los países de la OCDE.
● 1 de cada 2 personas en edad de trabajar está en empleos informales.
● El 10% más rico concentra el 35% de los ingresos, mientras que el 10% más pobre apenas recibe el 2%.
En Chile, por ejemplo, el 1% más rico percibe el 23% de los ingresos, mientras que el 50% más pobre apenas alcanza el 7%. En Brasil se requieren aproximadamente nueve generaciones para que una persona nacida en una familia del 10% más pobre alcance el nivel de ingresos promedio del país. En ciudades como Bogotá, Ciudad de México y Lima, las personas de menores ingresos dedican, en promedio, 2 a 3 horas diarias al transporte público. Lo que representa hasta el 30% de su tiempo productivo diario.
Estas brechas generan una enorme situación de frustración y violencia. Porque la desigualdad fomenta la violencia. Por eso, a pesar de que América Latina representa sólo el 8,2% de la población mundial, concentra 1/3 de los homicidios del mundo. 8 de los 10 países con mayores tasas de homicidios del planeta están en nuestra región. Con un agravante, la violencia perpetúa la desigualdad: incrementa la frustración social; impacta de lleno en el crecimiento económico, debilitando comunidades e instituciones; y refuerza la trampa de bajo crecimiento y alta desigualdad.
Por su parte, la tecnología, con un desarrollo exponencial, podría ser un puente para cerrar brechas, pero en América Latina su impacto ha sido desigual: la mitad de la región sigue desconectada o con acceso limitado y el 80% del desarrollo tecnológico está concentrado solo en Estados Unidos y China. Mientras tanto, la ansiedad de comparación generada por la hiperconectividad redefine expectativas y aumenta las demandas sociales. Sin embargo, las respuestas gubernamentales son lentas e insuficientes, debilitando la confianza en las instituciones. Por eso cada vez menos personas confían en el Estado. En muchos países de la región solo 1 de cada 2 apoya la democracia. Como consecuencia en los últimos 4 años hubo muchas más movilizaciones sociales que entre 1990 y 2000.
Hacia un nuevo pacto social y tecnológico
Resolver este triángulo frágil implica repensar los modelos económicos y sociales, incorporando estrategias que reduzcan las brechas, refuercen la confianza en las instituciones y fortalezcan la democracia:
* Articulando el desarrollo tecnológico con políticas que prioricen la equidad y el fortalecimiento institucional.
* Promoviendo la inclusión digital y garantizando acceso universal a tecnología.
* Y alineando la velocidad de la tecnología con la capacidad de los Estados para gestionar el cambio.
América Latina tiene el talento, los recursos y la diversidad cultural para transformar este triángulo escaleno en una figura más equilibrada y estable. Pero para esto se requiere entender que nuestra región está en un punto de inflexión: o renovamos el pacto social y tecnológico o perpetuamos las desigualdades que nos han frenado. La historia nos exige estar a la altura del desafío.
* Para www.infobae.com