El poder del voto en democracia que los populistas quieren diluir

Jorge Levin
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JORGE LEVINPor Jorge Levin

No votar en una elección no es otra cosa que un acto de cobardía inadmisible. Este sentimiento se ha agudizado en el contexto actual de la política argentina, donde el ausentismo electoral se ha convertido en un fenómeno alarmante, reflejando un creciente descreimiento de la ciudadanía hacia la política y sus actores. En las últimas elecciones, las estadísticas de participación han mostrado cifras preocupantes, un escenario que no solo afecta la legitimidad de los resultados, sino que también erosionan la confianza en el sistema democrático mismo.

La democracia, en su esencia más pura, es la herramienta que el ciudadano tiene para premiar y castigar. Con el voto, cada persona tiene el poder de elegir a quienes consideren capaces de representar sus intereses, de llevar adelante políticas que mejoren su calidad de vida o, por el contrario, de rechazar a aquellos que han fallado en cumplir sus promesas. Este acto de elegir es un derecho fundamental y debe ser visto como un deber cívico. La historia nos ha enseñado que la apatía es la mejor aliada de los gobiernos que no rinden cuentas a la ciudadanía. La desidia frente a las urnas no solo implica una falta de interés por lo que sucede en el entorno político, sino también un abandono de un derecho que ha costado mucho lograr.

Es crucial que la gente comprenda que la única manera de transformar la realidad de Argentina es participando activamente en el proceso electoral. Cada voto cuenta; cada decisión en la urna es un paso hacia el cambio. Si bien el voto en blanco puede ser un mensaje claro de descontento, el abstencionismo se traduce en una renuncia a la oportunidad de ser parte de la solución. La falta de participación electoral puede ser vista como un asenso tácito a las condiciones actuales, lo que crea un ciclo vicioso en el que los mismos problemas persisten año tras año.

El fenómeno del ausentismo no es casual, y es alarmante que fuerzas políticas como el peronismo, especialmente en su variante más populista, a menudo parezcan favorecerlo. Esta lógica de "despolitización" busca que los ciudadanos se sientan tan desilusionados que opten por no emitir su voto, facilitando así que se mantenga el poder en manos de aquellos que son más cómodos para el sistema actual. Al disuadir la participación activa de la ciudadanía, se crea un espacio donde el gobierno puede operar sin la presión de un electorado que exige rendición de cuentas.

Es esencial que, como sociedad, fomentemos una cultura de participación activa. Este llamado se dirige a todos, tanto a quienes tienen fe en el sistema democrático como a aquellos que se sienten defraudados por él. La crítica y la desilusión son válidas, pero el cambio no se logrará a través del silencio; se necesita voz, se necesita voto. Ir a votar es ejercer ese derecho indelegable, es plantar una semilla de cambio. La política debe ser vista no como un juego ajeno, sino como una extensión de nuestras vidas, donde cada decisión colectiva puede modificar el rumbo de nuestro país.

Así, hacer de la participación electoral un pilar de nuestra identidad cívica es un desafío que cada ciudadano debe asumir. Urge una movilización que impulse a las personas a comprender la magnitud de su voz en el proceso democrático, porque solo así podremos forjar un futuro que refleje la voluntad de la mayoría, y no la de una minoría que opera en la sombra del desencanto. La democracia no es perfecta, pero es nuestra responsabilidad perfeccionarla a través de la participación.

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