Los submarinos nucleares de Donald Trump: ¿disuasión o amenaza real?

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La historia no siempre se repite, pero pocas veces nos trae experiencias verdaderamente nuevas. Desde la crisis de los misiles de Cuba, los momentos de tensión entre Estados Unidos y Rusia —que, bajo la bota de Vladimir Putin, ha recuperado los modales de la antigua URSS— se han sucedido sin que nunca llegara la sangre al río. De hecho, la posibilidad de un enfrentamiento entre las dos grandes potencias, que no estuvo tan lejos en aquellos 13 días de octubre de 1962, ha disminuido enormemente desde que el mundo académico y el militar se han unido para reconocer que una guerra nuclear no se puede ganar.

 
Uno de esos momentos de relativa tensión se produjo en torno a la breve guerra de Georgia, en agosto de 2008. Quiso el azar que el autor de estas líneas se encontrara en el mar Negro, al mando de la Fuerza Naval Permanente número 1 de la OTAN —un pequeño grupo de fragatas y buques logísticos— cuando las tropas rusas cruzaron la frontera del antiguo aliado soviético.

 
La experiencia no resultó lo intensa que podría parecer vista desde fuera, pero me hizo aprender algo sobre cómo funcionan las amenazas del Este y el Oeste. Empezando por las primeras, el general ruso que estaba al mando de las operaciones en Georgia realizó unas controvertidas declaraciones —aparecieron en portadas de periódicos de todo el mundo… menos en las españolas— para asegurar a quien quisiera oírle que no tardaría más de 20 minutos en hundir todos mis buques. Obviamente —y lo mismo podemos decir del payaso de Medvédev— aquel buen soldado no hizo mención alguna a nuestra mejor línea de defensa: lo que la OTAN podría hacer después de su ataque.

A decir verdad, el locuaz general no consiguió inquietarnos demasiado. Teníamos la certeza de que no había nada detrás de sus fanfarronadas desde que los agregados navales rusos en todas las capitales que tenían buques en la fuerza —además de España, había barcos de los EE.UU., Alemania y Polonia— habían corrido a los cuarteles generales aliados para recordar a sus hipotéticos enemigos los convenios en vigor para prevenir incidentes no deseados. Unos y otros teníamos prohibido acercarnos a los buques del otro bando a menos de 1.000 yardas —unos 900 metros— norma que todos cumplimos escrupulosamente.

En el lado opuesto, es verdad que la OTAN no acostumbra a amenazar en vano. Sin embargo, tampoco renuncia a la posibilidad de sembrar dudas disuasorias. Recuerdo que, en aquellas fechas, recibí instrucciones de explicarle a la prensa internacional que nuestros buques se encontraban en el mar Negro por casualidad, en una visita programada varios meses antes —lo que era rigurosamente cierto— pero… que no me esforzara por ser demasiado convincente.

 
Si juzgamos por este precedente —repetido en infinidad de ocasiones— las amenazas del expresidente Medvédev no significan absolutamente nada. El propio Peskov acaba de declarar que cualquiera puede dar una opinión, pero solo Putin habla por la Federación Rusa. En cambio, la respuesta de Trump, que anunció el «despliegue cerca de Rusia de dos submarinos nucleares» me parece un poco más difícil de interpretar.

Para empezar no sabemos si lo que dice Trump es completamente cierto. No es que tenga dudas de que dos de sus submarinos nucleares se estén acercando a Rusia —al contrario, estoy seguro de que es así— pero es difícil discernir si se trata de una decisión súbita del presidente o, como había hecho la OTAN durante la guerra de Georgia, se limita a aprovechar un despliegue ya planeado para sacar pecho frente a las baladronadas de Medvédev.

Tampoco sabemos de qué submarinos está hablando Trump. En los EE.UU. todos los submarinos en servicio son de propulsión nuclear, pero sus capacidades y sus misiones son muy diferentes. Para empezar, catorce de las dieciocho unidades de la clase «Ohio», armadas con misiles balísticos intercontinentales Trident II, integran el componente naval del tridente de la disuasión nuclear. En condiciones normales, un tercio de estos buques están de patrulla en sus áreas de despliegue y en absoluto necesitan acercarse a Rusia para tenerla dentro del alcance de sus misiles, superior a 11.000 kilómetros.

 
Junto a estos enormes submarinos estratégicos, portadores de una veintena de misiles balísticos de ojivas nucleares múltiples, la US Navy cuenta con otras cincuenta unidades de carácter táctico y armamento no nuclear. Entre estos buques se encuentran cuatro de las unidades de la clase «Ohio» modificadas para reemplazar los Trident nucleares por misiles de crucero tácticos Tomahawk. Estas unidades sí que necesitarían acercarse a Rusia para alcanzarla con sus armas, pero no tendría mucho sentido responder al desafío nuclear de Medvedev con armas tan comparativamente livianas.

Si detrás de las palabras de Trump hay algo de verdad, la única explicación lógica podría ser el despliegue de otro tipo de buques: los submarinos de ataque de la clase «Virgina», «Sea Wolf» y «Los Ángeles». Estas potentes unidades tienen entre sus capacidades las de la lucha antisubmarina y, si es cierto que Trump quiere estar listo para actuar «en caso de que las declaraciones absurdas y provocadoras de Medvédev fueran más allá», tendría sentido enviar unidades adicionales para presionar a los submarinos balísticos rusos en sus lugares de despliegue habitual.

Con todo —y pido perdón por la insistencia— es muy probable que estemos hablando de despliegues ya programados a los que el presidente quiere dar ahora un nuevo sentido. No hay, pues, motivo alguno para que en este caluroso mes agosto nos agobiemos con el miedo a un apocalipsis nuclear.

Dicho esto, habrá quien critique a Donald Trump por ponerse a la altura de un bocazas como es Medvedev. Por una vez, yo no estoy del todo de acuerdo. Solo por ver a Peskov, el payaso listo del Kremlin, desautorizando al perdonavidas de Medvedev y poniéndole en el sitio que le corresponde, ya merece la pena celebrar las palabras del presidente norteamericano. No sé lo que pensará el lector pero, puestos a elegir, yo prefiero que sea Trump el que amenace a Medvédev a que el payaso tonto del Kremlin me amenace a mí.

*Para El Debate

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