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La pelea entre “el gordo” y “la reina”

OPINIÓN 08/05/2022 Eduardo van der Kooy*
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Cristina Fernández y La Cámpora lanzaron la última semana la ofensiva más salvaje contra Alberto Fernández. El menú introdujo también al ministro de Economía, Martín Guzmán. El resultado ha sido el mismo de siempre: esas disputas siguen horadando la consideración popular del Gobierno y del Frente de Todos. No logran ninguna modificación en el estado de cosas. 

Tal derivación no puede adjudicarse a ningún encomio especial del Presidente. Escucha y responde, no siempre con imaginación. Sigue su camino. Los días que se avecinan serán ardientes por varias razones para aquella interna. Alberto estará de gira por Europa. Cristina a cargo del Poder Ejecutivo. El kirchnerismo ha empezado a interpelarse si, en verdad, el problema de tanta pelea recurrente y aún estéril no obedece a sus propias limitaciones y errores.

En primer lugar, no está claro el plan de la vicepresidenta. Hasta podría interrogarse si existe tal plan. O si las arremetidas son producto de la ira que le causa la defraudación política de Alberto. La ofensiva incesante siempre hace una primera escala en Guzmán. Pero la estación terminal parece Alberto. Esa intención, entre tantas, se descubre en los proyectos para una moratoria jubilatoria y el adelantamiento de los aumentos del salario mínimo. Entorpecen el cumplimiento del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Es la única viga sobre la que descansa el Presidente.

La arremetida podría cesar si el ministro se alejara. Pero ¿en qué situación quedaría Alberto? ¿Con qué herramientas sostendría el acuerdo con el FMI? En tal caso, Cristina podría asomarse a un escenario extremadamente complicado. Una crisis político-institucional que nadie sabe si está en condiciones de afrontar ante una sociedad muy crispada. ¿Habilitaría en beneficio de ella misma la línea sucesoria? ¿O dejaría paso a Sergio Massa? El titular de la Cámara de Diputados siempre hace los deberes. Incorporó al Frente Renovador en la módica marcha que reclamó la renuncia de los jueces de la Corte Suprema.

Al cabo de estos dos años largos, en especial desde la dura derrota electoral, se puede apreciar el fracaso del diseño político que en mayo del 2019 ideó la vicepresidenta. Alterando la lógica y el sentido común en la construcción de la fórmula presidencial. También, en la vertebración de un gobierno pensado sólo en satisfacer los intereses de los grupos del Frente de Todos. Nunca reparando en la eficiencia de una gestión deshilachada. Cristina ha admitido su nuevo error. Como aquel de Amado Boudou en la vicepresidencia. O Aníbal Fernández pujando en vano por Buenos Aires.

En ese punto afloran los falsos mitos de la infalibilidad. Y ciertas incompetencias. Veamos. La Cámpora sigue siendo una estructura importante con despliegue territorial -sobre todo en Buenos Aires- y ocupación del Estado. Pero tiene una llamativa incapacidad para generar cuadros dirigentes que puedan espolear expectativas. Que Andrés Larroque, el ministro de Desarrollo Social de Axel Kicillof, se alce como principal contendiente público de Alberto es una verificación. Tampoco se pueden obviar las figuras de Máximo Kirchner, el diputado, y Eduardo De Pedro, el ministro del Interior.

Máximo es el jefe de La Cámpora y titular del PJ bonaerense. Su figura parece haber entrado en un eclipse a partir de la disidencia que marcó por el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Su agenda dejó de tener el contenido que tuvo cuando el Frente regresó al poder. Circulaba periódicamente en el mundo del empresariado interesado en escucharlo.

Ahora se cobija en la interna camporista, en parte del peronismo bonaerense, sin transformar aquella imagen de opacidad que transmitió cuando primero renunció a la jefatura del bloque en Diputados y luego votó en contra del acuerdo con el FMI. Recobra real protagonismo únicamente si puede aferrarse al pasado. Lideró la masiva marcha por el Día de la Memoria.

Aquel refugio constante en el pasado cuenta con otros registros. Acorde a los tiempos. Ayer organizó en nombre del PJ bonaerense un acto en la localidad de Los Toldos para conmemorar los 103 años del nacimiento de Eva Perón. Estuvo junto a Kicillof y peronistas. Contraste: se ausentó en 2019 cuando fue celebrado el centenario. Estaba entusiasmado con el regreso kirchnerista al poder y la definición de la fórmula presidencial que ungió su madre.

De Pedro levantó muchísimo su perfil con salidas al exterior. En especial, la última y llamativa visita a Israel. Ha hecho una transición: de ser la “quinta columna” cristinista en el gabinete de Alberto a intentar diseñar, en contraste con Máximo, algo para su futuro. Su tarea tiene costos. Nadie le deja de reconocer la moderación. Por el estilo antes que por las ideas. Pero el trabajo sucio en el Gobierno despertó hacia él prevenciones y desconfianzas.

Observando el posicionamiento de aquellos tres actores (Cristina, Máximo y De Pedro) se podría inferir cómo la dama imagina los futuros movimientos en el tablero. Su posible retorno en 2023 fue verbalizado por primera vez por Carlos Bianco, asesor de Kicillof. No se animó a proclamar la “presidenta vitalicia”, como Hebe de Bonafini. Si esa opción no fuera posible tendría a disposición la senaduría por Buenos Aires. Los fueros.

De Pedro visualiza dos casilleros. Candidato a presidente en una interna si Cristina no lo fuera. O pelear por la gobernación en Buenos Aires. Pleito en puerta: Kicillof dice que irá por su segundo mandato. La vicepresidenta no lo cree factible para retener el principal distrito electoral. Su gestión ha sido pobre. El vínculo con el peronismo también. ¿Máximo? No vería con desagrado pelear la gobernación de Santa Cruz. Donde su padre empezó la carrera.

Alberto no está presente en ninguno de aquellos planes. Algunas voces débiles de su círculo insinuaron la chance de jugar la reelección. El Presidente, en verdad, pilotea como puede tres frentes: la ofensiva cristinista, la realidad económico-social conmovida por la inflación galopante; los desconciertos de su propia gestión. Decidió enfrentar esa tormenta abrazado a Guzmán.

El ministro se ocupó de ratificar el rumbo económico en varias ocasiones. La última, un almuerzo en el Consejo Interamericano de Comercio y Producción, donde sucedieron varias cosas. Invocó la necesidad de una acción unida y racional para que sus recetas tengan éxito. Fue asentido por los comensales –por lo bajo comentaron otras cosas- que creen ver en Guzmán el único antídoto para evitar el desembarco de un ultra kirchnerista en el ministerio. Ingresó y escapó por la puerta de la cocina del hotel donde se realizó el encuentro. Prefiere eludir las preguntas incómodas.

Los días de Guzmán

El funcionario se enfrenta a exámenes difíciles. Esta semana serán las audiencias de tres días que servirán para fijar los aumentos de las tarifas energéticas a regir desde junio. Lo incrementos promediarían el 38%. Con un plan de segmentación superpuesto que nadie sabe cómo se podrá aplicar. Tal superposición nació de una propuesta del subsecretario de Energía Eléctrica, el K Federico Basualdo, y una réplica ideada por Guzmán. Pastiche técnico. Tanto aquel funcionario como su jefe, el secretario Darío Martínez, decidieron no asistir a las audiencias. Que el costo recaiga sobre el ministro. Pormenor de la disputa.

El índice de inflación de abril será de nuevo un trago difícil para Guzmán. No por esperado dejará de tener impacto. El ministro promete que “lo peor ya pasó”. La baja real, jura, comenzará a percibirse en junio. Lejos para que la interna oficialista aguante. De hecho, Cristina celebró con un tuit el cierre de la paritaria de bancarios de un 60%. En cuatro tramos, retroactivo desde enero, y con una revisión en el último trimestre. Los especialistas del Instituto Patria cosechan más datos para objetar a Guzmán. El pan aumento un 41% en los primeros cuatro meses y la paritaria del sector clavó en 43%. Con revisión. Las frutas y verduras en igual período crecieron un 45%. El acuerdo salarial ha sido del 47%. Remotos de aquel 60% para 2022 previsto como mínimo por el bancario Sergio Palazzo. Con esas pizarras denuncian el ajuste y la falta de distribución del programa del ministro.

La vicepresidenta sintetizó el desagrado con la frase de que “la gente está muy mal. Las únicas víctimas son las que no llegan fin de mes”. Habló delante de una coreografía militante en Chaco. Donde delineó escenas para el psicoanálisis. Aseguró que entre ella y el Presidente no hay ninguna pelea, como dice el periodismo. Sólo un debate de ideas. Hace 69 días que no se hablan. ¿Cómo sería un debate en silencio?

La detracción al Presidente pareció ligada a la realidad económico-social. No únicamente. Estuvo implícita además no bien objetó al Poder Judicial. En especial, a la Corte Suprema. Cristina está convencida de que Alberto no hizo lo suficiente para aliviar sus causas de corrupción antes de la derrota electoral.

Las culpas circulan, por cualquier tema, entre la Casa Rosada y el Instituto Patria. Sobrevuela el desprecio. Cuando hablan de Alberto, en el mejor de los casos, aluden a “ese gordo”. La más esmerada diplomacia albertista refiere a Cristina como “la reina”

Así de mal y degradadas están las cosas. 

 

 

* Para Clarín

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