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El Gobierno camina en tinieblas y las internas en el oficialismo hierven

OPINIÓN 10/10/2021 Eduardo van der Kooy*
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Tres plataformas vertebrales del gobierno de Alberto Fernández no han podido ser reparadas después de la paliza electoral de septiembre en las PASO. Esa realidad explicaría el desorden y la confusión del Gobierno. También la disgregación que, más allá de las arengas públicas, se advierte en el Frente de Todos.

La figura del Presidente continúa declinante. Una dificultad seria para un sistema democrático maquetado alrededor del primer mandatario. El laboratorio kirchnerista imaginó, aún antes de la derrota, que esa posible falencia sería subsanada con el liderazgo de Cristina Fernández. Pero el veredicto de las urnas también ha debilitado fuerte a la vicepresidenta.

El tercer aspecto refiere a la estructura política del oficialismo. Fue pensado ubicando a La Cámpora como epicentro de la escena. En desmedro del peronismo tradicional. Septiembre desnudó la rusticidad de esa organización. También la de su conductor, Máximo Kirchner. Cuando las papas quemaron debieron recurrir al peronismo rancio, feudal, para darle estaque a los gobiernos de Alberto y de Axel Kicillof, en Buenos Aires.

Esa radiografía ayuda a comprender muchas de las cosas que suceden. Alberto ha perdido foco y agenda. Santiago Cafiero, el nuevo canciller, dijo al asumir que su aspiración era juntar al Presidente en una foto junto a Joe Biden, jefe de la Casa Blanca. Debió conformarse, por ahora, con dialogar amablemente con L-gante, el popular cantante de cumbia.

Cristina hizo una fugaz aparición en el Senado. Sigue sin intercambiar con Alberto. Pero utiliza el Instituto Patria para gestiones discretas: los últimos días convocó a dos economistas, uno de ellos de renombre. Desea diagnósticos distintos a los que ofrece Martín Guzmán. ¿Habrán tenido que ver esas reuniones con la salida de la secretaria de Comercio Paula Español?

La funcionaria, cobijada por Kicillof, perdió una pulseada con Julián Domínguez, el titular de Agricultura. El gobernador es pura resignación; vio cómo la vice ubicó allí a Roberto Feletti, propio sin discusiones.

Tanto comportamiento inarmónico incrementa los enigmas sobre el mes que falta atravesar hasta los comicios del 14 de noviembre. El Gobierno hizo dos lecturas básicas. Actuó en consecuencia. Interpretó que el porrazo obedeció, sobre todo, a las penurias económicas y el impacto de tantos meses de pandemia.

Decidió distribuir dinero de diferentes formas, hasta obscenas, sin reparar en las consecuencias futuras sobre una macroeconomía que está descuartizada. Dio casi por concluidas las restricciones por el Covid sin atarlas siquiera a un mínimo fundamento de política sanitaria. La Argentina salió de su confinamiento como había entrado: de repente.

El kirchnerismo ─en menor escala también Juntos por el Cambio─ no estaría decodificando la saga electoral que se viene desarrollando en el país desde años después de la crisis del 2001. Quizá la última apuesta colectiva, que tuvo un origen fragmentario, ocurrió con Néstor Kirchner. El caso de la reelección de Cristina en 2011 fue excepcional. Explicada por razones emocionales y económicas. Desde antes de tal fenómeno, empezó a instalarse la prevalencia del voto castigo por encima de proyectos que esperanzaran.

El punto de partida resultó el 2009. La sociedad condenó el conflicto inútil con el campo detonado en 2008. Luego del 54% de su segundo mandato, Cristina perdió los comicios de medio término apenas dos años más tarde. En 2015 resultó desalojada por Mauricio Macri.

El ingeniero contuvo las expectativas sociales hasta 2017 gracias a un enorme endeudamiento externo que le permitió administrar el gradualismo. Cuando los recursos se agotaron entró en una pendiente que a duras penas le permitió convertirse en el primer mandatario no peronista en terminar un ciclo en 90 años.

Los Fernández, con una construcción política ingeniosa para las elecciones, pero incompetente para gobernar, ganaron con la promesa de “ser mejores”. En otro par de años parecen haber sido condenados a la intemperie en un desierto.

La descripción indicaría que, desde hace tiempo, existe una enorme brecha entre la oferta de la clase política y las demandas, cada vez más acuciantes, de la sociedad degradada. Las mayorías en el poder resultan antes circunstanciales que duraderas. Eso agrega inestabilidad e incertidumbre a la necesidad de afrontar la solución de los viejísimos problemas que arrastra la Argentina. Cabría una interpelación: ¿no sería hora de que la clase dirigente pruebe otra fórmula que la de aquellas mayorías que ganan y pierden con igual facilidad?

Pretender ese ejercicio en esta coyuntura sería más que una utopía. El Gobierno está empeñado en recuperar votos como sea para revertir la derrota en las PASO o, al menos, atenuar sus efectos políticos nocivos. Debe administrar hasta el 2023. Esa significa, precisamente, la gran meta para Juntos por el Cambio a partir del segundo domingo de noviembre.

La campaña oficial está plagada de incongruencias. La cara visible del kirchnerismo pasó a ser un peronista de la vieja guardia. Juan Manzur, ex gobernador de Tucumán, de lazos con la Iglesia más conservadora y relaciones fluidas con Washington. Quizás posea mejores canales que Cafiero para conseguir aquella anhelada foto de Alberto con Biden.

El Presidente comenzó en sus paseos de campaña a reponer el timbreo que, en algún momento, le dio resultados al macrismo. También se blandió la idea de copiar la versión 2019 del ingeniero. Tras su debacle en las PASO, largó caravanas por el país que, al final, vistieron la derrota con un decoroso 40%. El Presidente y los movimientos sociales regresaron con actos multitudinarios. Sin cuidados. Con la impudicia que sellaron el velatorio de Diego Maradona o la fiesta clandestina en Olivos de Fabiola Yáñez, la Primera Dama.

El oficialismo planea incluso una gran movilización para el 17 de octubre. Pero no existirían simetrías con aquella experiencia del macrismo. Las caravanas del ex presidente representaron la novedad de la dinamización de las clases medias. Cierta épica. Parecen no prometerlo por ahora los previsibles actos peronistas. Se observó el jueves en Nueva Chicago.

Alberto y Cristina podrían estar incurriendo en una equivocación. Inducidos por el mareo. Se empeñan en reponer a Macri como anabólico indicado para la remontada. La vicepresidenta le dedicó un tuit irónico, en una de sus dos intervenciones públicas de los últimos días. El Presidente lo fustigó en el acto con las organizaciones sociales. El fantasma del ex presidente serviría para retener los votos que el Frente de Todos obtuvo en las PASO. El dilema consiste en que requiere sumar muchísimos más para recomponer el desastre.

Por ese motivo transcurre un intenso debate en los equipos oficiales de campaña. Dos consultoras que asesoran al Gobierno señalaron la insuficiencia del “método Macri”. Con un dato estadístico: las primeras encuestas en Buenos Aires luego de las PASO marcan un fluir de desencantados hacia las fuerzas de izquierda. Poquísimos retornos al Frente de Todos. No se logra achicar la diferencia de 4 puntos entre lo que obtuvo para diputada Victoria Tolosa Paz en las PASO y los guarismos de las listas de concejales en el Conurbano.

La verificación empujó a uno de los expertos K a desempolvar, adaptada, la célebre frase de la campaña de Bill Clinton en 1992. “Es la economía, estúpido”, dijo entonces el ex mandatario de Estados Unidos. “El problema ahora somos nosotros. No es Macri”, apuntó el consejero. Sin recurrir a las ofensas.

El kirchnerismo, sin embargo, está lejos de ordenar algún plan. A través de la Justicia también Macri fue colocado como un actor principal. El juez de Dolores, Martín Bava, dispuso la indagatoria del ex presidente por presunto espionaje contra los familiares de las víctimas del submarino ARA San Juan, hundido en 2017. Detrás de la decisión del magistrado se ocultarían manos de la política.

En primer caso, las del ministro de Seguridad, Aníbal Fernández. En segundo lugar, las de la titular de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), Cristina Caamaño. Dicen que la mujer nunca espía a nadie. Por casualidad, el ex presidente fue citado para el 20 de octubre. Tiene pasaje de regreso desde el exterior para el 19. Sorprendió la precisión del magistrado.

El Poder Judicial, como la nación en general, transita tiempos de reordenamiento a la espera del desenlace de noviembre. Muchas de sus decisiones obedecen al imperio de los vientos cruzados. La vacante dejada por Elena Highton en la Corte Suprema tiene relación con ese clima. La composición de fuerzas cambió en el Tribunal con la designación de Horacio Rosatti como presidente. Y los soportes de Carlos Rosenkrantz y Juan Carlos Maqueda. La mujer ya no tiene la voluntad ni la cintura que exhibiría Ricardo Lorenzetti para amoldarse a la nueva realidad.

La novedad no ha resultado grata para el Gobierno. Es también un incordio para el funcionamiento de una institución clave. Dependerá del Gobierno y de Juntos por el Cambio que el cuerpo pueda completarse en el par de años que vienen. La ilusión de empinar a Daniel Rafecas, apoyado por la oposición para la Procuración General, se diluye por dos razones. Cristina no lo quiere. El lugar corresponderá a una mujer. Los radicales fantasean con Mónica Pinto e Hilda Kogan como alternativas.

La Justicia ofrece también otros paisajes. Afines, tal vez, con un mapa político antiguo. Los jueces del Tribunal Oral Federal 8 anularon la realización del juicio por el Memorándum de Entendimiento con Irán, vinculado al ataque contra la AMIA, que dejó 85 víctimas. Y a la misteriosa muerte de Alberto Nisman.

La decisión implicó el sobreseimiento de Cristina. El silencio además de 300 testigos que tenían cosas para decir. Puede que aquel pacto políticamente bochornoso no fuera judiciable. Esa disyuntiva debió resolverse escuchando las explicaciones que la vicepresidenta siempre rehusó dar. Nunca condenando la tragedia a la oscuridad eterna.

 

 

* Para Clarín

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