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PAÍS RICO CON GENTE POBRE

La globalización impacta en la Argentina significando un enorme traspaso de riqueza desde las capas populares hacia quienes más alto se ubican en la pirámide de ingresos

EDITORIAL 16/03/2021 Isaías ABRUTZKY / Especial para Diario Córdoba
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Isaías ABRUTZKY / Especial para Diario Córdoba 

“¡¡A mí no me digan que hay hambre en la Argentina!! Somos un país muy rico; producimos comida para cuatrocientos, quinientos millones de personas. Diez veces la población. Acá el que tiene hambre es porque es un vago, no le gusta trabajar y prefiere vivir de un plan del Estado (que pagamos todos nosotros, los que trabajamos y producimos)”. 

Todos hemos escuchado muchas veces este discurso. Tal vez algún lector lo hizo propio. ¿Cómo va a haber hambre en un país tan bendecido por la naturaleza? 

Y lo hubo, porque los huracanes de la vida suelen ser inclementes y arrojar personas al pozo mas profundo, para dejarlas luego tiradas como hacen las olas del mar con la resaca. 

“...pa' tomar un plato 'e sopa
¡cuantas veces hice cola!
Las auroras me encontraron
ahí, atorrando en un umbral”

nos cuenta el protagonista del tango “La Gayola”, que tan magistralmente cantaron Carlos Gardel y Julio Sosa, entre otros. Pero es el mismo personaje quien agrega en la siguiente estrofa: 

“Voy al campo a laburarla
juntaré unos cuantos cobres
pa' que no me falten flores
cuando esté dentro 'el cajón”.

Y sí, allí en la tarea agraria, particularmente en la cosecha -que requería una ingente cantidad de mano de obra- estaba la forma de sobrevivir. Un recurso duro, que requería que el individuo se desplazara cientos y hasta miles de kilómetros para participar en la recolección del grano o de la fruta. Pero siempre disponible, y quien supiera proteger la escasa paga de los numerosos riesgos de despojo que sufría el portador, podía retornar con unos pesos para llevarle a su familia, desprotegida durante la larga ausencia del hombre de la casa. 

La vida no era fácil para el pobre en aquellas épocas en que transcurre el tango citado, pero al menos para la comida alcanzaban unas monedas. Había mucho ganado, y una población de un tercio de la que habita el país hoy en día. Las achuras se regalaban en la carnicería, y la carne de los cuartos delanteros era bien barata. Las milanesas tampoco faltaban ciertamente en la mesa de los argentinos, aunque su precio era mayor. Los vegetales llegaban a las ciudades desde las quintas que hacían de cinturón verde de las ciudades. Y las vendían al público los propios quinteros en las ferias francas, o a las verdulerías, desde las que llegaban al consumidor por centavos. 

Quien esto escribe solía ir a comprar lo que se llamaba “la verdurita”  un conjunto de hortalizas que se complementaba con la carne para hacer el puchero. Costaba menos que un billete de un peso y consistía, más o menos, en: 

Una zanahoria
una papa
un trozo de zapallo
una cebolla
una batata
un choclo
un zapallito
algunas chauchas
unas hojas de acelga
una o dos cebollitas de verdeo
un tallo de apio
un ramito de perejil. 

Cuando alguien estaba en difícil situación económica alegaba estar “puchereando”, expresión usada para definir un estado de supervivencia. Ahora el puchero es un lujo en la mesa. 

Hoy ya el agro no requiere de los llamados “trabajadores golondrina”. Potentes máquinas levantan la producción a extraordinaria velocidad y la dejan lista para su despacho en forma automática. Muy poco se cosecha hoy a mano. La mecanización, que debiera bajar los costos, no parece tener ese esperado efecto. 

Eso en el campo; por otra parte, los terrenos que ocupaban las quintas fueron vendidos para dar lugar al fenómeno de los barrios privados. La lechuga, uno de los productos más básicos, actualmente se produce muy lejos de los grandes centros de consumo, y se suman costos por el agregado de las etapas necesarias para que llegue al plato de ensalada. El perejil, que antiguamente se regalaba al cliente, hoy se factura al mismo precio por kilo que las frutas caras. 

La globalización

En esas buenas épocas vivíamos “aislados del mundo”. Por estas tierras generosas los productos industriales y los viajes al exterior eran costosos, pero la comida estaba al alcance de las familias de bajos ingresos. 

Luego llegó la globalizacion, aplaudida por los sectores de tendencia neoliberal, y la tortilla se dio vuelta. Las manufacturas, impulsadas por los avances tecnológicos y el crecimiento de la escala de produccion, se abarataron, pero el precio de la comida escaló en forma impresionante. Claro, eso podría ser una buena noticia para los argentinos, con alimentos en abundancia. Pero lamentablemente sucedió al revés. Quienes manejan el comercio exterior de ese tipo de bienes pueden actualmente venderlos a alto precio a otros países, y, con su lógica, pretenden obtener lo mismo internamente. 

Hay dos soluciones para esta paradojal situación de que al país le va bien, pero a sus habitantes mal. Ellas son las retenciones a la exportación, un impuesto que paga la mercadería que sale del país y/o el establecimiento de cupos de exportación, que la limitan. 

Pero es dificil convencer a quienes se aprovechan de las penurias de los sectores menos favorecidos de la sociedad, que consideran que el producto es suyo y reclaman el derecho a venderlo donde mejor precio obtengan, rechazando toda injerencia del Estado. Lamentablemente son los mismos que cuando el campo padece sequías o inundaciones reclaman que se declare la emergencia aropecuaria, que significa subsidios, el equialente de los planes que tanto critican cuando se otorgan a quienes menos tienen. 

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