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DIOS, EL DIABLO, Y LA FRAZADA CORTA

Muchas veces, en términos de conducta, se habla de “quedar bien con Dios y con el diablo”; y, hablando de economía, se recurre a la imagen de la frazada corta

EDITORIAL 15/02/2020 Isaías ABRUTZKY / Especial para Diario Córdoba
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Isaías ABRUTZKY / Especial para Diario Córdoba 

Una vez más la eterna discusión de la posibilidad de conciliar con los dos poderes extremos. Y la implacable lógica de que si nuestra frazada es corta, tenemos que elegir entre cubrirnos los pies o los hombros.

La gestión presidencial de Mauricio Macri devastó la economía argentina: de un país con inflación del 25% anual pasó a otro de más de 50%; aumentó el endeudamiento en todos los modos posibles: pidiendo prestado dólares (lo que equivale a endeudarse con extranjeros) y colocando papelitos nominados en pesos (Lebac, Lelic y toda la parafernalia de bonos), además de otras formas de crédito menos evidentes.

Las bases teóricas que el neoliberalismo provee para tratar este tipo de situaciones resultó -una vez más- en un fracaso estruendoso. Al comienzo de la administración de Cambiemos -diciembre de 2015- se dispuso la liberación de todas las restricciones existentes en materia cambiaria. Esto implicaba que cualquier persona o sociedad podía comprar prácticamente todos los dólares que se le ocurriera y llevárselos al extranjero si le cuadraba; que los extranjeros puedieran traer su dinero del exterior a la Argentina, invertirlo en colocaciones financieras por el plazo que se le ocurra y llevárselo nuevamente fuera de las fronteras nacionales ni bien lo consideraran conveniente.

Con todo desparpajo, el presidente de entonces explicó que semejantes medidas provocarían una “lluvia de inversiones” del exterior. Esos dólares que presuntamente se incorporarían a la actividad, dando impulso a la producción y la economía de la Argentina, simplemente se quedaron en los circuitos financieros, donde obtuvieron ganancias extraordinarias.

A pesar de las devaluaciones que terminaron multiplicando por una factor de 6 (o de 8, según se mire) los dólares siempren estaban sufcientemente baratos como para que los operadores -grandes y chicos- se hicieran de ellos, con una mirada del fisco que por ahi reparaba en una señora que compraba 200 ó 300 de ellos por un viaje al exterior o para resguardar bajo el colchón, y hacía la vista gorda en operaciones de miles de veces esos montos.

Las arcas del Banco Central, que es quien echaba esas divisas al mercado, se fueron vaciando. Frente a eso, el Estado se limitaba a tomar más y más dinero prestado. Y así se llegó al momento en que los prestamistas, que veían como se achicaba la producción y la economía en general, dijeron “no hay más plata para esta calesita”. Fue ahí cuando el gobierno se presentó a golpear las puertas del Fondo Monetario Internacional, un organismo en el que los Estados Unidos tienen preeminencia por la magnitud de su participación, y que “ayuda” a los países con dinero fresco siempre y cuando se quede con el control de la economía del deudor.

Como es bien conocido, el FMI recibió a los pedigüeños argentinos con los brazos abiertos y le abrió sus arcas sin reparar demasiado en el destino que el gobierno macrista iría a darle a esos fondos -violando flagrantemente sus propios reglamentos, por otra parte- uno de los mayores montos prestados de su historia.

Cerrado quedaba así el capítulo independentista protagonizado por el Presidente Néstor Kirchner, quien decidió liberarse del yugo de esa institución avasalladora de las soberanías nacionales, y -aunque las reservas de divisas eran escasas- canceló la deuda y -con el documento acreditante en la mano- se presentó en las oficinas que ocupaban los funcionarios del FMI en el Banco Central y los sacó de allí poco menos que a los empujones.

Así, con el Estado nacional, los provinciales y hasta los municipales, enterrados en una deuda impagable, recibieron la administración las autoridades surgidas de las elecciones de 2019. A todo esto, las empresas privadas y los particulares habían sido llevadas a una situación crítica. Miles de compañías bajaron sus cortinas, dejando a los empleados y obreros en la calle, y las familias debieron también endeudarse (lo hicieron bajo todas las formas posibles, desde quienes se embarcaron en el sueño de la casa propia para estar viviendo hoy la peor de las pesadillas hasta los que debieron entregarse a los usureros para pagar consumos y servicios básicos).

En ese panorama, Alberto Fernández se dio a la tarea de reparar los tan profundos daños inflingidos al país y a sus habitantes en apenas cuatro años. Lo primero es lo primero, se dijo, y la ciudadanía lo acompañó en la decisión de comenzar paliando el hambre y la indigencia.

Los seis meses iniciales suelen ser -en casi todos los casos- tranquilos para los gobiernos. La sociedad le otorga normalmente un crédito por ese tiempo, ya que nadie puede pretender que los problemas se resuelvan de un día para el otro. El verano, por otra parte, es por lo general tranquilo, porque la naturaleza es menos inclemente, los alimentos vegetales se vuelcan en abundancia con respecto a otras épocas del año, y prima un espíritu vacacional.

No está teniendo esa suerte Fernández. A escasos dos meses de asumido el mando se le (se nos) presentan tremendas disyuntivas. El equipo gobernante necesita que el inflexible Fondo Monetario Internacional acepte renegociar la deuda que el país contrajo (para colmo a muy corto plazo). Eso movió al presidente a entrevistarse con Angela Merkel, Emmanuel Macron y Pedro Sánchez, mandatarios de países europeos que, en conjunto, reunen una cuota de poder significativa dentro del FMI, y cuyo apoyo a la Argentina en las negociaciones que está llevando a cabo tiene peso.

Claro que, al menos Alemania y Francia, con gobiernos afines al neoliberalismo, serán tanto menos reticentes a brindar su ayuda cuanto mejor se inscriba Argentina en los lineamientos clásicos del Fondo.

Y aquí llegamos nuevamente a metáfora de la frazada. Quienes tienen a nuestro país agarrado por el cuello, quieren que el gasto del Estado se reduzca. Y el gasto previsional insume tanto como la mitad de todo lo que se destina a sostener al Estado. Para el neoliberalismo, el déficit fiscal es el causante de todos los males (la experiencia macrista mostró que no es así, porque junto con la reducción del déficit la economía y la sociedad se fueron al fondo del pozo, pero la visión perdura pese a todo). Ergo, si se va a reducir el gasto no se puede pensar en aliviar la situación de jubilados y pensionados.

La salida que encara el gobierno del Frente de Todos es equivalente a deshilachar la frazada para conseguir que se alargue: mejorar las jubilaciones menores por cuenta de quienes ganan más y patear las deudas hacia adelante sin que los acreedores le declaren el default. Con suerte, y con tiempo, la frazada crecerá, y podrá tapar ambos extremos del cuerpo. En tanto, los de abajo sufren, y tienen paciencia. El haber de los jubilados de la mínima, después del alivio de los dos bonos de 5000 pesos, pero también de la inflación de enero (que para quienes están en el nivel de subsistencia no es el índice general de 2,3% sino el de alimentos, del 4,7%) vuelve a cifras indignas, aunque el aumento de marzo será superior a lo que hubiera dado la fórmula macrista, de seguir en vigencia.

En términos crudos, se trata de pactar, hasta donde se puede, con Dios y con el diablo.

Según una encuesta de Raúl Aragón, un amplio porcentaje de la población general evalúa un período de un año para que la economía comience a despegar. Y tanto como un 82% de los encuestados está dispuesto a concederle ese lapso al gobierno.

En tanto, se descubren nuevas, y se actualizan viejas, trapisondas de funcionarios macristas y empresarios que saquearon las arcas del Estado. La monumental defraudación de la empresa Vicentin al Banco Nación, los 500 millones de dólares que el gobierno le concedió graciosamente a la concesionaria de autopistas para -presuntamente- evitar un juicio ante el CIADI, y las prebendas tarifarias otorgadas a los prestadores de ese servicio, así como a las de servicios públicos energéticos, ya son exhibidas por medios de comunicación que antes preferían hablar -como si fueran verdaderos- de los informes truchisimos del perito Cohen y de la elegancia de la primera dama.

El pueblo, frente a la paciencia que se tiene con esos delincuentes, que obtuvieron cifras mil millonarias que seguramente ya se habrán diluído en la maraña de compañías que los expertos evasores arman para estos casos, tiende a pensar que -una vez más- el hilo se corta por lo más delgado. Y reclamará, con todo derecho, una acción más enérgica de quien fue elegido para defender sus intereses.

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