María Elena, el hada de los necesitados, el amor personificado


Por José Ademan RODRÍGUEZ
''Si el dinero fuera mierda, los pobres nacerían sin culo.'' Gabriel García Márquez (Premio Nobel)
''De la vida a la muerte, solo hay un paso, y del culo al papo, solo dos dedos escasos.'' Héctor el Zurdo Rivadero (sabiduría de la calle)
Una vez me dijo mi mejor amiga María Elena: ''comer sin necesidad, es como si estuvieran robándole al estómago de los pobres''.
Es que María Elena trabajó como enfermera en París para el ''SAMU-Social'' (Servicio de Ayuda Médica Urgente social) que es un servicio de emergencia social ambulatorio que interviene con cualquiera que necesite refugio. Ahí, ella ''luchó contra la exclusión extrema, acercándose a las personas afectadas y abandonadas, para intentar mantener o recrear vínculos sociales, hacer llegar una petición o buscar la respuesta adecuada a un problema''.
El diario francés ‘’L'Express de París’’, escribía en un artículo dedicado al ‘’Samu social’’, lo siguiente:
''El trabajo de la enfermera es fundamental para ayudar a las personas en apuros durante la noche. Estas jóvenes se ofrecen como voluntarias para trabajar en el Samu, pero en realidad hacen horas extras y no se arrepienten por la felicidad que sienten al ayudar a los demás. Así es María Elena, una colombiana de Bogotá con un rostro encantador que parece de porcelana y cuya autoridad y sentido de la palabra correcta tienen una especie de dominio sobre los hombres en apuros que recoge en la furgoneta. Ella nunca pierde el buen humor (...) Ella se encarga de curar las heridas pequeñas y deja que los servicios de urgencia de los hospitales se ocupen de las patologías graves (...)''
En una de mis visitas en su casa de Paris, y hablando de ese tema, me señaló que ella intenta aliviar el tormento de esas personas sin domicilio fijo, y que no se trata de caridad, que es humillante cuando se ejerce desde arriba, verticalmente, como limosnas, esas dádivas burguesas que frivolizan el sufrimiento y el dolor...
Entonces advertí como le cambia la expresión que se hace grave al tocar ese tema... Es claro... Para ella no es cuestión de inquietudes sentimentaloides donde no se dan la mano el corazón y la lengua, pues en ella habita la plenitud de un sentimiento, es deseo en acción.
María Elena es el arrojo, la implicación, con su coraje personal... es el café, la sopa caliente, la caricia que quizás nunca le han dado... son como los últimos vestigios de hogares ya perdidos. Generalmente las siete de la tarde es la hora de la verdad en que queda poco tiempo para escoger rincones de puerta siempre abiertas y el cielo que les cubre con su manto frio, que va invadiéndole como una niebla, fría que desciende por las laderas de su cuerpo y quizás sea una premonición de la despedida definitiva... Van silenciosos, a hurtadillas, a buscar su refugio de adoquín con el cuidado temeroso de que alguien pueda reprocharles ese atrevimiento de existir en vano cual contrabandistas de nuestras vidas.
Ella no es la caridad, es la solidaridad, que es otra cosa, es horizontal e implica respeto mutuo, cae como la nieve, sin hacer ruido.
Su sentido de la moral no es una contemplación pasiva, deja rastros, comprometiéndose a dar su esfuerzo, sin reclamar precio alguno; Es un embrión de romanticismo que debe alentarse, aunque no fructifique su intención o sea infructuoso el resultado, pero siempre lejos de cruzadas caritativas que usan los estereotipos de siempre... y así se les escucha hablar de ''pobres estructurales'', ''bolsones de pobreza'', ''los sin techo'', que repiten como loros desde los púlpitos ansiosos de moneditas en bandejas pulimentadas o en las bancadas parlamentarias con mentiras demagógicas, ideologizadas.
Así afloran las vulgares y consabidas frases de siempre.
Todavía no conocí a ninguno que haya respondido al reclamo de ''Para esta Navidades, ponga un pobre a su mesa''
o que se mojen el culo en la calle para ayudarlos. Ahí van disfrazados de pobres andrajosos los jóvenes de esta demencia global, con sus pantalones arrastrando la mierda de las aceras, allí pasa indiferente la juventud del botellón, con sus tajos en las rodillas de sus prendas, simulando desgarros con aspecto de zarrapastrosos y zorrapastrosas con sus ambigüedades sexuales.
Quizás sean los mismos hijos de puta que, en 2005, quemaron viva a Rosario Endrinal, una indigente que dormía en un cajero de banco... tres adolescentes catalanes de alta alcurnia del barrio de San Gervasio de Barcelona (yo los hubiera quemados vivos, sin juicio ni otras dilaciones judiciales).
En el medio artístico, es frecuente encontrar gente que hace demagogia con la miseria, te pueden conmover como me ocurrió hablando de la vida con el ''polaco'' Roberto Goyeneche. Me dijo: ''Negro, sabes que hermoso es comer pan duro con la vieja...''¡Qué va a comer pan duro con la vieja!! si la Argentina es el único país en el mundo donde los vagos pesan más de ochenta kilos! Ni que fueran un producto de la guerra civil como en España.
Es que el polaco hablaba recitando como nadie. Era espectacular, la forma de decir las cosas y creo que ningún actor de teatro o de cine podía igualarlo. La forma en que lo decía, aunque fuera una exageración o una mentira, tenía magnetismo expresivo, para admirarlo.
O como Woody Allen que encontró la mejor amante en su propia hija, también coqueteó con la pobreza: ''de pequeño quise un perro, pero mis padres eran tan pobres que me regalaron una hormiga''.
El que sí es cierto que termino en la miseria, sin un peso, fue el ''peruano parlanchín'' Hugo Guerrero Marthinheintz, quien inventó un estilo único de hacer radio, muy por encima de las figuras más populares de la radio como Cacho Fontana, Antonio Carrizo o Héctor Larrea.
Acabó dando charlas a domicilio, durmiendo en los pasillos de una emisora.
Y como no recordar a un artista de la pelota, Orestes Omar Corbatta que acabó jugando a cambio de comida y viviendo abajo de una de las tribunas del Estadio de Racing de Avellaneda. Corbatta fue el que inspiró la frase inventada por un periodista chileno ''un jugador de dibujos animados'' repetida después por Jorge Valdano refiriéndose a Romario.
El contrasentido de los partidos homenajes que son un como un beneficio caritativo a un rico, al que se apuntan los enfermos mentales de los hinchas, la obsecuencia del periodismo deportivo con su ''amiguismo'' hacia los jugadores y los de siempre, los culipanzones de los directivos.
Recuerdo mi infancia de fines de semana en Holmberg, junto a mi abuela, a principios de los 1950, cuando los padres decían ''¡Como no tomes la sopa! Llamaré al viejo de la bolsa'', y en nuestras canciones infantiles era común escuchar:
Aserrin aserran los maderos de Sanjuan piden pan no les dan piden huesos y les dan queso piden vino y si les dan se marean y se van...
Y vaya si se van... ese viejo de la bolsa eran los crotos o linyeras retratados por Antonio Tormo, el cantor de ''las cosas nuestras'', que entonaba la canción del ''linyera''. No se sabía bien su precedencia, si de Moldes o Vertientes, eran nómades descalzos de sueños, que iban y venían, indiferentes al amor y en su eterno trajinar ellos desechan melancolías, no tenían norte ni guía, no sabían llorar, ni en la vida deseaban triunfar,
algo así rezumaba la letra dedicada a esos pobres peregrinos que se apartaban por la periferia de los pueblos donde nacían...
Junto a las vías o bajo los puentes de la ruta 8, llevando como el caracol la casa a cuesta y al azar...
Siempre a la espera de que algo sobre, mientras las puertas se le van cerrando, sin siquiera saber sus nombres.
Antes nos daban miedo con ese hombre de la bolsa, ya no andan vagando por los campos, se han transformado en partes constitutivas de ciudades y grandes urbes.
Ya instalado en Córdoba, solía de vez en cuando ir a ver mi madre en Río Cuarto... Todavía estaba esa cancha de la liga que conservaba los leños secos que un día fueron columnas de la tribuna. Voces y ovaciones dormidas llegaban en el eco evocativo. El campo de juego, que nunca fue césped en el sentido del verde pleno, cada vez más yermo. Y entre escasas matas de yuyos infecundos aún se conservaba la casucha del vestuario. Los sábados luego de comer iban a jugar los del cuarenta y pico... Cada año que iba veía también un personaje en las adyacencias de la cancha: Rodriguito, el Linyera.
Como casi todos los vagabundos de su condición, no se sabe bien de dónde provenía. Él no tuvo tiempo, o jamás se preguntó, ni le interesó saber por qué era el "hombre de la bolsa" para muchos niños. Era como si formara parte del paisaje de yuyos. Todos los sábados por la tarde a la hora del fútbol, se arrimaba al borde de la cancha.
Y creo que su emoción era enorme. Se sentía niño este viejo saltador de hambres y muchos inviernos, aventajado estudiante de faquir.
Le hacían chistes; le humillaban con bajezas: "Che Rodriguito, si nos mostrás la pinchila te doy para un tubo". Como su único disfrute sexual era pelar la chota para orinar, se ganaba la botella. Pero él, contento igual. Lo importante era que se mezclaba con los muchachos; hasta alguno lo tocaba, pues él los conocía a casi todos. Así era "alguien", se convertía en un "ser social" y dejaba por unas horas de ser el Linyera o el "hombre de la bolsa". Seguro él sabía bien aquello de que el dolor, aunque sea el de la humillación, es un buen anestésico que te cura de otro dolor más fuerte: el del abandono absoluto.
En mi barrio español de San Andrés, los vi ocupando las antesalas de las oficinas bancarias en los inviernos crudos, sin embargo, es como si se encontraran en ''casa'' en el sitio más inhóspito donde para hacer sus necesidades se esconden entre los contenedores de basura, yo los veo desde la ventana de mi casa durmiendo al lado de una tienda de comestibles que esta abajo...
Ya son parte del decorado normal, son la voz de la miseria, náufragos de la calle, con sus islotes del alcohol que los hace aptos para nada... dispuestos a todo, van subsistiendo, esquivados por la gente que pasa, solo son más los que mueren por hipotermia o más precisamente por indiferencia.
Ahora hay uno, gordo, que lleva puchos en los bolsillos del pantalón; y su botella de vino caliente en el saco raído y lustrosamente mugriento; bolsillo que de tanto meter y sacar botellas se le ha hecho grande como la bolsa de un canguro. Ese saco es de verano, de invierno, de los domingos; es su colcha de todos los días, su misma piel-costra. Cuántas veces anduvo con sus alpargatas transformadas en sandalias de tanto aplastar el contrafuerte con el talón, o con zapatos de segunda mano (o tercera pata) por donde se le mete el barro por la suela rota, muerto de calor por exceso de frío, pues al dormir a la intemperie se levantará con su saco-cubierta-dormitorio-caparazón que forma parte de su cuerpo.
El forro interior del mismo cuélgale como hilacha relumbrona y sigue con él al rayo de sol, sin sacárselo, como las tortugas, envuelto como si arrastrara su casa. Y si llegara a deshilacharse se cubrirá del frío con las noticias del diario de ayer o de un cartón. A lo mejor eso le ayuda a desintoxicarse, por la transpiración. Lo que es seguro es que debajo de su saco pardo-negruzco-grasiento yace su ego, calcinado o congelado.
Antes de ponerse a dormir abajo de mi casa, es como si se llevarán guardadas las risas de las mesas de fondo en una fiesta del bar donde se encuentra... antes del cierre, con el penúltimo vino, a la hora en que se mueren los poetas, el se queda solito en la calle, junto a los adoquines donde una pareja de enamorados quizás estén eligiendo el nombre de su primer hijo... ni siquiera repararan en él, es como una estatua que esta dormida, es transparente, es la sombra de un brillo apagado, es uno de los ''sin techo'' que duermen con sus perros en un portal o con enorme carro de la compra de algún supermercado que hicieron muy bien en chorear.
El suelo aun esta mojado... los aromas de la mañana aun no huelen a café y las panaderías más madrugadoras ya fabrican panes con la harina del olvido para ellos...
Ya va a ser hora de levantarse, pesadamente como si hubiesen extraviado algo que nunca poseyeron... en tanto Jesús, en algún templo, seguirá cobrando en nombre de ellos... pero siempre tarde...
