


Por Jorge Levin
En medio de la incertidumbre que rodea a la gestión pública en Córdoba, el gobernador Martín Llaryora y el intendente Daniel Passerini están llevando a cabo negociaciones reservadas para relanzar su gestión en la ciudad. Estos esfuerzos son especialmente relevantes en el contexto de un gobierno provincial que ha enfrentado versiones de crisis tras la reciente derrota electoral del peronismo en las legislativas de octubre.
Ambas administraciones están mostrando un innegable entendimiento en sus propuestas presupuestarias, lo que sugiere un consenso más allá de lo meramente administrativo. La alineación de objetivos en sus respectivos planes es un indicio claro de que Llaryora y Passerini están decididos a trabajar en conjunto para enfrentar las dificultades económicas que han afectado la ciudad, como la eliminación de subsidios al transporte y una pesada deuda que sigue pesando sobre las finanzas de la municipalidad.
Sin embargo, es fundamental reconocer que la gestión de Passerini ha estado marcada por serios desafíos, especialmente en sus primeros dos años. La eliminación de subsidios ha impactado la calidad del transporte urbano y ha desnudado la fragilidad de la situación financiera de la ciudad. En torno a esto, el nuevo plan de obras que Passerini pretende lanzar, denominado “Plan Capital”, busca responder a las demandas más apremiantes de los ciudadanos en áreas como bacheo, iluminación y mantenimiento de espacios verdes. Es un enfoque pragmático que refleja la necesidad de atender lo esencial antes de embarcarse en proyectos más ambiciosos.
Es pertinente recordar que la percepción de la gestión municipal está inextricablemente vinculada a la imagen del gobierno provincial. Llaryora, al haber jugado un papel crucial en la campaña de Passerini, es consciente de que el éxito de uno beneficia a ambos. Esta interdependencia política refuerza la urgencia de una colaboración eficaz por parte de ambos líderes, quienes han mantenido un diálogo abierto a pesar de algunas tensiones entre sus equipos.
No obstante, el anuncio de "retoques" en los gabinetes puede parecer simbólico en lugar de sustancial. La reducción de ministerios y ajustes de personal, aunque necesarios, podrían no ser suficientes para abordar la magnitud de los problemas a los que se enfrentan. La falta de un vocero que encarne con fuerza la gestión de Passerini es un déficit notable; un liderazgo vocal puede ser vital para restaurar la confianza pública, aspecto crucial en una administración que busca reafirmarse tras un inicio incierto.
Así mismo, el desencuentro entre las segundas líneas de ambos equipos no debe subestimarse. Aunque Llaryora y Passerini mantienen su diálogo, las tensiones en el interior de sus administraciones podrían obstaculizar su capacidad de acción. Sin medidas visibles y efectivas, la percepción de ineficacia podría calar en la opinión pública, minando el apoyo que ambos necesitan para mantener la gobernabilidad.
En conclusión, la situación en Córdoba es un fiel reflejo de las complejidades inherententes a la política local. Si bien los pasos que se están dando son ciertamente positivos, queda claro que son insuficientes si no van acompañados de una estrategia clara, integración efectiva del equipo y un liderazgo más sólido. La ciudadanía lo demanda y la historia reciente ha dejado claro que ignorar estas necesidades podría traer consecuencias adversas para el peronismo en el futuro cercano.






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