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La mujer que me salvó la vida

PARA LEER EN PANTUFLAS 18/02/2024 José Ademan RODRÍGUEZ
hoy

Ademan Por José Ademan RODRÍGUEZ

Qué asombro experimenté al encontrarme con este paraíso de alarde tecnológico que era la sala de operación del hospital Vall d'Hebron de Barcelona. La misma sensación que sentí cuando estuve en Dubai para aquel día de Reyes... Un esplendor de maravillosas colecciones de edificios con su lujo del más puro exotismo arquitectónico, una fantasía en medio del desierto de arabia.

Por analogía nunca había contemplado una sala de quirófanos tan espectacular y que se me ofrecía gratuitamente. No se pueden hacer comparaciones, porque los quirófanos no son objetos de atracciones turísticas como… los volcanes, sino que están para mejorar o salvar vidas humanas.

Para esta intervención que me realizaron tendría que haber vendido el piso donde vivo...

Recuerdo la mesa de operaciones. Fui depositado en la misma con la previa sedación. A pesar de la destreza con que las asistentes me colocaron, reclinado sobre la izquierda, creo recordar me oriné enchastrando todo el lecho operativo... ¡qué vergüenza sentí!

Luego, el sopor, la gradual sensación de que me iba a la inconsciencia en una cuenta regresiva hacia la nada. Pero su mirada, doctora Poca... aun la veo, fue una impronta, un tatuaje en el alma. Me dormí alumbrado con sus ojos de infinita ternura, los más profundos, hospitalarios y dulces que vi. Eran los faros que iban a cometer la delicada tarea de la compleja red de axones y dendritas para convertirme en un señor cuerdo, dañado por un ictus y de volverme con válvulas, catéteres, sinapsis y el proceso de la información a través de los sentidos... bah, poner en orden a la loca de la casa que era mi conciencia... ¡A esos ojos, los guardé en el corazón! Eran cual un halo de confianza placentera y delicada.

Como usted bien apuntó, doctora, yo iba de forma irreversible a la demencia senil. Por supuesto, nadie me vendió previamente parcelas inexistentes en el cielo, estábamos ante un ictus, con paciente anamnesis, diagnóstico y pronóstico, usted me habló de la cirugía.

Sé que es parca en palabras, tal vez porque le sobra elocuencia o porque usted habla con sus hermosos ojos de azúcar quemada.

Se operó en mí una metamorfosis increíble. Y así pude continuar con mi actividad de cronista dominguero.

Recuerdo que le dije: ''Por gente como usted, merece la pena hacerse feminista'' y me contestó, ''Más le vale'' con gracia sin sorna.

Me gustaba la idea de poderle escribirle lo que siento... Lo que nunca hubiera sabido de mí. ¿Sabía usted que respiramos el mismo aire del Vall d´Hebron? Yo trabajé a unos cien metros del hospital, en el San Rafael, durante casi 30 años. A pesar que usted podría ser mi hija, quizás alguna vez nos cruzamos y en gran medida hemos vivido el mismo microclima. En Montbau, tenía una modesta clínica odontológica cerca de Can Travi y Can Cortada a principios de los ochenta. Qué regocijo alzar la vista hacia el Tibidabo y contemplar como los árboles forman ejemplares colonias de buena convivencia, entrelazando sus ramos en breves contactos, se miran, se dan sus bordes, se cobijan, otros nervudos y vigorosos se aferran a la tierra y allá en lo alto, hacia la torre de Collserola, agitan sus melenas al conjuro de viento.

¿Usted sabía, doctora, que mi daño cerebral fue como ironía del destino?

Todo comenzó cuando hice ''pelota'' un cerebro, ¡pomada lo hice al romper el frasco que lo contenía! Usted no me lo va a creer: en el año 1979, vino un amigo de Córdoba que estuvo por dos años alojado en mi casa. Al cabo de pocos años iba a convertirse en el coordinador del primer banco español de cerebros, creado por el Hospital Clínico y la Universidad de Barcelona. Él tenía guardados unos ocho o diez cerebros en lo alto de un armario en el comedor de mi casa, cuando por un ''raro sortilegio'' (eufemismo de flor de borrachera o flor de pedo para los cordobeses), ocurrió el accidente incidental, con daño cerebral, cuando cayó el frasco al piso, con toda la ''sesera'' en medio de los trozos de vidrio. Este amigo, Félix Cruz Sánchez, una mente privilegiada, poliglota, poseedor de una gran memoria, estuvo perfeccionándose en neurología en Berlín, en histopatología del Alzheimer y Parkinson durante 4 años. Por desgracia falleció muy joven cerca de Barcelona en el 2011. Fue autor de varios libros sobre el tema y fueron publicadas en centenares de revistas médicas sus trabajos.

Hasta pareciera, doctora, que yo solo me gané el ictus al rompérseme un vaso arterial (no de los de vino, a los cuales era muy afecto).

Fueron dos operaciones, doctora. Al mes de haberme intervenido, ya comencé a caminar, fue el mayor logro, luego de utilizar la silla de apoyo con rueditas, de esos que algunos ancianos arrastran por las veredas. Después, caminar perfilado, como si fuera a tirar un córner y a veces con una oscilación desequilibrante como los rengos que engañan baldosas.

Con usted, aprendí lo que es el relativismo y el realismo en la medicina, como aquello de que la ''salud es el bienestar de la enfermedad'' o que lo normal es el término medio de lo anormal y no la perogrulladas como las de Borges diciendo que el hombre es memoria, o de Gregorio Marañón, que ''no hay enfermedades sino enfermos'' o está del doctor House que ''para tratar enfermedades somos médicos y que tratar pacientes es el inconveniente de la profesión'’… o es un discriminador o un incapaz para la clínica médica.

Una anécdota: frente a mi cama, usted dio una clase para alumnos suyos, unos cuatro o cinco, creo que residentes. Una doctora de Venezuela, con bolígrafo y papel, me preguntó, entre otras cosas, en qué años estábamos. Y como en un juego de ingenio, de treta o jugarreta propia de los argentinos que se creen pícaros, le contesté simulando un vacío mental: ''en el 1820''!! (yo pensé, te embromé)

Y en el casillero, anotó un signo negativo. Pero usted, doctora Poca, no se lo tragó y le dijo a la alumna que yo era un paciente especial o diferente. Yo me puse ancho por el subidón de ego. Ahí fue donde la entré a valorar en toda su dimensión, doctora, y demostraba cómo con una mentira uno se puede ganar el respeto (es que me acordé de José Ingeniero y su libro ''La simulación en la lucha por la vida'').

Se había convertido usted en la dueña de mis tormentos, utopías, excentricidades, devaneos, ilusiones; era feliz bajo sus manos; hacía muisca con las teclas de mi cabeza y así pasaba por prodigiosas ensoñaciones mientras usted trabajaba mi cabeza... Vislumbré el sensualismo cadencioso y policromo del faisán para seducir, al compás de Paco de Lucía con su ''Entre dos aguas'' o el merodeo de una mariposa bordeando el arco iris... Mientras usted seguía en faena, me sentía en el paraíso. No sé el tiempo que habrá empleado pero era el éxtasis, como fogonazos o flashbacks encadenados en delicioso sueño pleno de ensoñaciones y absurdos episodios… y de repente, tirado en la costa brava, en Pals, me asaltó una luna llena, grandota, celosa y vermella, como el mapa de Lucifer, entre la coníferas.

 

 

Y me acordé que el sol y la luna eran íntimos y antes vivían juntos en el cielo. El sol tenía hijos que brillaban mucho, y la luna celosa le propuso arrojarlos al mar. Por amistad, el sol aceptó y luego descubrió que la luna se había burlado

de él, pues ella mantenía sus propios hijos brillantes, ¡las estrellas! Los hijos brillantes del sol son los peces del mar. El sol se sintió engañado y se alejó de la luna... por eso hoy ocupan lugares distintos en el cielo, pero a veces el sol se acuerda del engaño de la luna, la asalta y ¡es el eclipse! También. los prodigiosos vuelos de los estorninos, reproduciendo parábolas y bellezas curvilíneas al estilo que solo Gaudí hubiera imaginado; o sentir la musiquita de la barcarola de los cuentos de Hoffman que escuché con mis hijos en las Covas del Drac de Mallorca cuando vinieron por primera vez a España con siete añitos...

Le decía, doctora, que volví a caminar como antes, de San Andrés, pasando por Valldaura hasta la rotonda, sigo viendo diferentes caminantes y el aire sigue oliendo a resina. La gran zancada del atleta, la contorsión de los que practican marcha, los mayores que luchan contra las coronarias a rítmico paso… al doblar la rotonda, me encamino por la amplia acera que conduce al Vall d'Hebron; La pena es que la verdadera pandemia no es la virósica, son los sonámbulos del móvil, los sucios perros que llenan de soretes las veredas y los patines que son un peligro para los niños y para los viejos y que van a causar traumatismos craneoencefálicos, futuros pacientes suyos… Sigo la caminata y al pasar frente al tanatorio (casa de sepelio) hago amagues, me encorvo para que no me tomen las medidas!

Y día ha pasado, ya vendrá la noche, los pájaros comienzan a volar más bajo y los sonidos adquieren toda la riqueza de los matices en una verdadera coral alada. El lucero se prende en el ojal de la pizarra del cielo, es la hora en que la oscuridad arde llena de rumores, preñada de secretos y se puede percibir allá, en lo alto, la estrella más bonita del Vall d'Hebron, el Cristo iluminado como en una bombonera refulgente, parece gritar su júbilo a los pájaros azules, esbozando una sonrisa de satisfacción por tener servidores y voluntarios como los que tiene muy cerquita suyo, doctora, y hasta me dan ganas de tomar carrera y en un impulso, sobrevolar las laderas para ir a saludarle y darle un abrazo. Es que ya nos conocemos hace tiempo, solo elevándome en puntitas de pie, hasta se pueden tocar las estrellas y ponerles nombre a algunas de las más chiquitas. Ya tengo elegida una nueva, se llama esperanza, aunque yo la bauticé como María Antonia Poca Pastor.

… Está refrescando mucho, estamos en noviembre. Seguro a esta hora alguien que vuelve a casa disfrutará del goteo sublime de un geranio recién regado y un astuto gato estará buscando el cubil de alguna rata enamorada. Disfruto de un dulce cansancio, tengo un poco de hambre, solo comeré una manzana.... hay que cuidarse, la historia es larga y tengo que estar atento. ¡Qué bien que se está en casa!

Estoy loco de contento, lleno de endorfinas, dopamina, también secretó ''pocamina'' en su honor. Quisiera volar por las cornisas, como aquel loco de la balada y un ángel y un soldado me dan un valsesito bailador...

Gracias.

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