"Daniel, no me dejes sola, llévame contigo...siempre seré tu vieja amiga"

PARA LEER EN PANTUFLAS José Ademan Rodríguez
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Por José Ademan Rodríguez

Fue un 25 de enero del 1978, aquel enero de atmosfera densa y oscuros presagios... Se cumplió el patético oxímoron, la noche del amargo dulzor, del triunfalismo más patológico, con la más dolorosa derrota...

Drama en Córdoba, porque un tal Ricardo Bochini, se encontró con la pelota, y me vino a la memoria aquel Jacinto Chiclana de Borges... pero no fue en Balvanera...

Algo se dijo de una pelota suelta y de un hombre casi calvo, más bien bajito, fantasmagórico, un desvarío ilocalizable... capaz de no alzar la voz y de jugarse la vida en la parada de barrio Jardín, como aquel Jacinto Chiclana que era alto y cabal...

Y seguirá pasando el tiempo... a pesar de los muchos años, los hinchas de Talleres querrán saber ''Cómo habrá sido ese hombre, capaz de no alzar la voz y de jugarse la vida en medio de una Córdoba dispuesta al jubileo, a festejar toda pintada de azul y blanco, con un triunfalismo patológico, como el Brasil de los años 50. Córdoba lloraba... Si hasta cuentan ''por ai'' que a Don Gerónimo Luis de Cabrera en su refugio detrás de la Catedral, se le mojaron los ojos y esa noche no llovió en Córdoba... y que la vieron a la "Pelada de la Cañada" con una peluca blanquiazul, y los labios bien rojos que en vez de asustar gente se había convertido en musa y que la vieron dirigirse a ese rinconcito escondido de la Cañada donde se guarda la memoria de Carlos Gardel.

A mí me importa un carajo sobre lo que hacía San Pablo en el camino de Damasco... pero sí sabía lo que podía hacer Daniel, caminando esa noche la cancha de su barrio.

Y si hubiese entrado Daniel Willington, teniendo en cuenta que ya Independiente se había adueñado del partido, qué hubiese pasado, seguro la historia sería diferente, no tengo duda alguna.

Ahí, tendría que haber entrado Daniel, cuando la hinchada comprendió que Dios no juega al fútbol, ni canta tangos, pero ahí le había dejado un regalo, de uno que juega como los dioses, y encima canta tangos... Soy del '40 (antes de Cristo) y viejo conocedor de las triquiñuelas del Diablo, y con respecto al Altísimo, nunca me respondió qué estaba haciendo cuando lo del Big Bang...

Era el momento para Daniel. El único capaz de escamotearles el balón entrando al campo como si su cuerpo esbelto se levantara de una hamaca paraguaya en hipnótico péndulo, sin necesidad de las vulgares flexiones que hacen la mayoría de los jugadores, y ponerle fría la piel al diablo, paralizarlos, imponer respeto con dos cachetazos a la pelota, con su sola presencia, como diciendo: ''Quien manda aquí, carajo!'' o como en la timba ''Hagan juego señores!'' como un hombre que sabe diferenciar los gestos de las palabras y las cosas.

Solo el poseía el radar con sistema cartográfico y un balde repleto de estrellas para desparramarlas con el pitido final... como una ofrenda a su barrio Jardin y así volvería a ser el ''Exorcista'' de Fontanarrosa o el ''Adúltero'' de Junín, que se puso de novio con su vieja amiga, la pelota...

Y Daniel no era para el hincha vulgar como tal, que es un enfermo mental, era para un gourmet de paladar fino. ¡Imposible compararlo con cualquiera! sería como elegir un J.B en vez de un Chivas Regal, o una furgoneta para dar unas vueltitas con un Rolls Royce... No es igual comprar en Lafayette o Harrod's que en Casa Tía...

Daniel era para gente entendida en eso del fútbol, como los espectadores de la Fenice de Venecia o la Escala de Milán o para esa gente que aplaude en el cine al acabar la película... un verso suelto, un diamante en bruto, un marqués o un duque, un gentleman o un dandy...

Porque era el Daniel del barrio, con alma de tallarín, el mismo chico como millones de cordobeses, amasado con la misma masa que la vieja nos dio en tortas fritas. 

Era el momento de ponerñe un pelotazo a Bocanelli o a Bravo, dejenme soñar que la historia hubiese sido diferente, dejenme soñar.

Como cuando con el pecho erguido y el mentón levantado... cerrando los ojos y abriendo el faro de la nuca, le creaba el espacio servido para el Pichino Carone.

La oportunidad no llegó y él se quedó esperando... Y estoy seguro que si en vez de la hinchada de Talleres, hubiese estado la de Vélez, hubiera brotado como por arte de magia, pidiéndolo al clamor del... “¡"Y ya lo ve / y ya lo ve / es el famoso Cordobés!” Ese cordobés que florecía y maduraba en Liniers y Villa Luro, convertidos en caja de resonancia, llegaba por el tren Sarmiento hasta Plaza Once y hasta muchos agitaban su nombre alrededor del Obelisco, ese Cordobes de aquella tarde del '68, el año de su gloria al salir campeón.

Pero parece que para algunos que de fútbol no entienden un carajo, el Daniel estaba más cerca del Riachuelo que del Río Primero... Talleres jamás le reconoció los méritos como se los brindo Vélez Sarsfield. Y no es lo mismo cantar un tango a la orilla del Ríachuelo, que al lado de una cabra, a esta altura de mi vida me importa un pingo que algún pelotudo se enoje.

Daniel estaba esperando esa gran noche y Saporiti lo dejó plantado como árbol a la orilla del partido.

Ya en su momento sufrió el humillante desprecio de un farsantes de la raya. En el año 1964, con motivo de la Copa de la Naciones, Juan Carlos Lorenzo (asentado como Carlo Giaccomo Lorenzo) que entrenaba en la Lazio haciendo correr gallinas a sus jugadores, le dijo en el vestuario de la concentración y apuntándole a la cara: ''¿Y qué hace usted acá pibe?!" Daniel solo lo miró fijo, agarró su bolso y empredó la retirada. El Loco Gatti le dijo a Lorenzo: "Toto, Toto, no es un extraño, es el famoso cordobes", Lorenzo salió corriendo a pedirle disculpas, El Daniel lo miró de frente, se acordó de la madre de Lorenzo y el Mundial de Inglaterra se perdió al mejor.

Quiero soñar cómo fue el final, te pido permiso querido Daniel

Ay, Daniel, las cosas que habrán pasado por tu cabeza. Te imagino en ese vestuario (UTI) de tu último partido...

Cuando todos se han ido y quedaste tú solo, mordiendo los recuerdos...

Y echando una última mirada mientras se va extinguiendo el vapor de las duchas, como un manto de nostálgica neblina que solo tú podías comprender en eso del último adiós. El retumbar de los tapones y el olor a linimento presagian ese mundo de ovaciones cuando se van al túnel...

Tal vez respiraste hondo y una lágrima rebelde se desprendió de tus ojos, sabiendo que no hay vuelta atrás; el propio cuerpo ya te había enseñado las cartas.

Pienso que pediste la pelota para llevarla contigo, para dormir junto a ella, como cuando eras niño. Me imagino que la depositaste con mimo en la banqueta, debajo de los percheros. Sí, ya sé, es difícil despedirse de una vieja amiga. Y como en un desfile acelerado, seguro repasabas tu infancia, acunándola en el pecho, durmiéndola en el empeine. Ella, sumisa y dócil, obedecía a tus caprichos geniales, porque la acariciabas tú, el mejor.

Seguro la tenías a tu espalda y, de repente, sentiste un toc, toc, toc, y comenzó a picar suavemente hasta tus pies. Tal vez te rozó sin querer. Dicen los duendes misteriosos del barrio Jardín que, cobrando animación, te dijo: "¡DANIEL, NO ME DEJES SOLA! ¡LlÉVAME CONTIGO... SIEMPRE SERÉ TU VIEJA AMIGA!"

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