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La oportunidad perdida

OPINIÓN 03/09/2022 Mónica Gutiérrez*
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“Cuando los extremos se abroquelan y tensionan, aumentan las chances de que aparezca un cisne negro”.

La frase resonó en una conversación en off con un alto referente político de la oposición. Ocurrió esta semana, apenas unas horas antes de que un hombre de 35 años de confuso perfil fetichista y neonazi gatillara en dos oportunidades un arma calibre 38 a centímetros de la cabeza de Cristina Fernández de Kirchner.

No están aún dadas las condiciones para identificar al atacante de CFK con el anunciado Cisne Negro, ni siquiera se puede asegurar que se trate de un “lobo solitario”, pero nadie puede negar que la carga incremental de violencia simbólica que ocupó la conversación pública la pasada semana generó un caldo de cultivo apto para la puesta en acto de la más temida de las amenazas: la violencia física.

La reacción destemplada del kirchnerismo tras el pedido de condena presentado por el fiscal Diego Luciani y la diatriba de la principal acusada, Cristina Fernández de Kirchner, habilitó un nuevo y dramático escenario político.

El kirchnerismo logró transformar el defecto en virtud. Hay que reconocerles ese mérito. La muy áspera situación judicial que enfrenta CFK pasó por los algoritmos del relato K y devino épica. La lideresa acorralada por las circunstancias, se deslizó del banquillo de los acusados al improvisado altar popular montado en la Recoleta.

La militancia, que yacía aletargada tras el desconcierto que generó en el sector más duro del FdT la entrega del Gobierno a Sergio Massa, recuperó una mística, una nueva razón de ser, una nueva consigna para ocupar la calle.

Cristina Fernández de Kirchner logró alinear a todo el peronismo en su defensa y Máximo puso en marcha el operativo clamor. Algo impensable apenas unas semanas atrás.

La puesta en escena de la resistencia de CFK frente al trabajo de la Justicia funcionó como aglutinante y facilitador de una estrategia política que devolvió centralidad a la Vicepresidente de la Nación.

La trifulca desatada por la colocación de vallas en el santuario cristinista hizo un aporte invalorable a la crispación general y ofreció un poderoso combustible al enfrentamiento que siempre sostiene y fundamenta las causas kirchneristas.

El oportunismo político también alcanzó a la oposición. Acomodados en el peregrino convencimiento de que el 23 volverán a ser Gobierno, los cambiemitas echaron mano al bidón de nafta para alimentar una hoguera.

Apremiados por la necesidad de posicionarse en la carrera interna de la candidatura presidencial Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta debatieron a cielo abierto acerca de la identidad zoológica con la que se los caracteriza y ventilaron posiciones irreductibles acerca los métodos a aplicar para contener los desmadres callejeros.

La Presidente del PRO puso en jaque la moderación de paloma que reivindica Larreta desafiándolo públicamente a abandonar posiciones de tibieza. Esta refriega les consumió la semana y alimentó de sustanciosos argumentos al paraavalanchas del oficialismo.

“En Juntos por el Cambio están viendo quién mata al primer peronista”, descerrajó Máximo Kirchner. “Los muertos los ponemos nosotros porque ellos son los que nos matan”, aportó la senadora Juliana di Tullio alejada también de toda moderación.

“Quieren ir a un escenario de violencia. Cuando a la derecha la democracia no le sirve más, montan un discurso hacia la violencia”, dijo Andrés “el Cuervo” Larroque.

Hay que decirlo con todas las letras: el mercado del odio “garpa”. El merchandising de los odiadores produce cuantiosos dividendos. Dividendos políticos y dividendos económicos.

Se divide para reinar. Se odia para justificar, para explicar, para simplificar una realidad demasiado compleja. Se señala a los supuestos responsables de los males y se convoca a odiarlos. Se elige e identifica a enemigos. Se los señala y estigmatiza.

Discutir a esta altura la paternidad del odio, la génesis de la grieta, las razones profundas de odiadores y odiadoras no le conviene a nadie. Mucho menos que a nadie al mismísimo oficialismo tan afecto a discursos incendiarios, escraches por cadena nacional y escupitajos en las plazas.

Si alguien esperaba que este gravísimo episodio que puso en riesgo la vida de la Vicepresidente de la Nación podía marcar un punto de inflexión, un llamado a la calma o la sensatez cargará con una nueva frustración. No parece haber espacio para una reconciliación.

El Presidente de la Nación convirtió un episodio de una gravedad institucional extrema en un hecho más de oportunismo político. Lejos de convocar a una reunión urgente a toda la dirigencia política con el objetivo de resguardar la paz social, en un discurso supuestamente pacificador, salió a fogonear la grieta y el enfrentamiento.

El Presidente aseguró en cadena nacional que la convivencia democrática se ha quebrado por el discurso del odio que se ha esparcido desde “diferentes espacios políticos, judiciales o mediáticos”. Ya empieza la caza de brujas sobre los eventuales responsables.

Otra agachada del Presidente. Otro reflejo automático del sometimiento que lo caracteriza.

La foto que se levantó desde el Gobierno en la media tarde de ayer difiere en mucho de las que recordamos de los tiempos de Alfonsín.

En los momentos más difíciles, cuando la democracia realmente estuvo en peligro, el primer Presidente de la Democracia se dejó rodear por la oposición. Abrió las puertas y balcones de la Rosada a los líderes opositores. Se resguardó en el abrazo de una ciudadanía convencida de los valores de la democracia más allá de banderas partidarias.

Alberto Fernández armó un acto político partidario en el que se leyó un discurso divisivo, y estigmatizador. Del que bajan severas advertencias que alcanzan a la oposición política, los medios y la Justicia sin precisar detalles.

“Desde hace varios años, un sector minúsculo de la dirigencia política y sus medios partidarios viene repitiendo un discurso de odio, de estigmatización, de criminalización de cualquier dirigente popular o afín al peronismo… no es inocente ni gratuita la legitimación de discursos extremos.. Hacemos un llamamiento a la unidad nacional, pero no a cualquier precio”

Uno solo puede agradecer al cielo la flagrante impericia del tirador, la ineptitud del agresor. Si hubiera logrado su pretendido objetivo es probable que la tragedia de este jueves hubiera devenido en episodios incontrolables para una dirigencia que vive en una realidad paralela y cada día más despegada de las desventuras de la mayoría.

Un feriado nacional anunciado en caliente a cinco minutos de la medianoche y convalidado por decreto durante el transcurso de la madrugada dejó a la gente a la buena de Dios.

Los chicos no fueron a la escuela. Los colectivos circularon en modo domingo. Se suspendieron cirugías y prácticas médicas. Se postergaron turnos en los laboratorios. Los bancos no abrieron. Hubo que postergar pagos, trámites, escrituras, casamientos y contratos. Muchos estuvieron impedidos de salir de casa a buscar el sustento diario.

Las primeras horas del último día hábil de la semana estuvieron dominadas por un enorme desconcierto. Muchos padres no sabían cómo organizar el día. Cómo ni con quien dejar a sus hijos los que tenían y querían ir adelante con su actividad diaria que fueron la inmensa mayoría de los argentinos.

“Primero la gente”, reza un recurrente slogan del Gobierno. “Con la gente adentro”, es la letanía del oficialismo. No sería el caso de este viernes, en el cual la dirigencia privilegió montarse en un episodio gravísimo para consolidar una estrategia política que sigue profundizando las diferencias.

El gravísimo episodio que puso en vilo la vida de Cristina Fernández de Kirchner ofrecía una oportunidad para el encuentro, para la reflexión, para bajar los decibeles de la confrontación, para empezar a restañar las heridas que laceran la piel social de un país lastimado. Una vez más, la dejamos pasar.

 

 

* Para www.infobae.com

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