
Peronismo bonaerense: una interna feroz que expone el desgaste de la alianza
POLÍTICA Agencia de Noticias del Interior



- Interna clave del peronismo: La disputa central se da en la provincia de Buenos Aires entre Cristina Fernández de Kirchner y Axel Kicillof, sin resolución desde hace más de un año.
- Tensión creciente: La confrontación se ha vuelto más personal y estratégica, en un contexto de reordenamiento del peronismo tras la llegada de Javier Milei al poder.
- Unidad forzada: La hipótesis predominante es que habrá unidad, pero impuesta. Nadie quiere la ruptura, pero ambos bandos deben ceder para evitar un desgaste mayor.
- Desconfianza mutua: En el cristinismo duro sospechan que Kicillof dilata la negociación esperando una eventual condena a CFK en la causa Vialidad, lo que lo dejaría como único líder peronista en pie.
- Condiciones del kicillofismo: Exigen mayor representación del gobernador en listas, apoyo público a su gestión y respaldo legislativo total.
- Reproches del cristinismo: Acusan a Kicillof de querer romper la alianza para concentrar poder y recuerdan que fue CFK quien lo posicionó como gobernador.
- Cambio de ciclo: En La Plata sostienen que el modelo verticalista se agotó y que Kicillof tiene legitimidad propia tras su reelección en 2023.
- Fondo de la disputa: No se trata solo de candidaturas, sino de liderazgo y control del espacio político.
- Posible desenlace: Ambos sectores coinciden en que el conflicto solo puede resolverse con un encuentro directo entre Cristina y Axel.
- Próximos movimientos: Kicillof encabezará un acto con críticas a Milei y llamado a la unidad; CFK hablará en una entrevista el lunes. Se esperan definiciones clave.
La disputa de poder más trascendente dentro del peronismo no se libra en el Congreso ni en los pasillos del Instituto Patria. Se libra en la provincia de Buenos Aires. Allí, donde el peronismo conserva su mayor caudal territorial, Cristina Fernández de Kirchner y Axel Kicillof siguen atrapados en una pulseada que lleva más de un año sin resolución. Y con cada día que pasa, el conflicto se vuelve más profundo, más personal, y más estratégico.
En este escenario de tensión acumulada, proliferan las teorías. Algunas anticipan una ruptura definitiva del armado político que sostuvo al kirchnerismo durante más de una década. Otras apuestan a una unidad pragmática, aunque resquebrajada, sostenida por el simple cálculo de que, si uno pierde, probablemente pierdan todos. No hay margen para ambigüedades: alguien deberá ceder.
Con Javier Milei en la Casa Rosada, cada provincia enfrenta su propio reordenamiento. Pero nada se compara con la complejidad bonaerense. En el núcleo del poder peronista, la desconfianza ha desplazado al diálogo, y el conflicto entre el kicillofismo y el cristinismo duro se ha vuelto una novela que atraviesa gestos públicos, internas silenciosas y negociaciones fallidas.
La hipótesis que predomina es que la unidad llegará, pero con fórceps. Nadie quiere el quiebre. Kicillof teme quedar debilitado hacia el final de su mandato, con una Legislatura fragmentada y sin respaldo político claro. Del otro lado, CFK arriesga quedar recluida a un poder simbólico, limitado a la Tercera Sección Electoral, donde conserva influencia pero ya no hegemonía. La imagen del 2019, con una alianza electoral amplia pero sin cohesión interna, aparece como un fantasma difícil de esquivar.
En ese contexto, emergen tensiones que superan la política cotidiana. En el cristinismo más ortodoxo, algunos dirigentes deslizan —aunque sin asumirlo públicamente— que Kicillof estaría dilatando la resolución del conflicto interno mientras espera una definición judicial de la Corte Suprema en la causa Vialidad. Sospechan que el gobernador quiere llegar como único líder en pie si una eventual condena deja a CFK fuera del escenario político. Son hipótesis extremas, pero revelan el nivel de desconfianza imperante.
El mensaje del gobernador ha sido claro, y su vocero más explícito, Carlos Bianco, no deja lugar a dudas. “Va a haber que aceptar cosas que antes no existían”, dijo esta semana. Y enumeró: mayor representación del gobernador en las listas, apoyo explícito a su gestión, y disciplina legislativa por parte del bloque. Para el kicillofismo, estos no son caprichos, sino condiciones básicas para gobernar.
Del otro lado, en el entorno de CFK, admiten que el tablero ha cambiado. Pero cuestionan la manera. Aseguran que Kicillof está forzando una ruptura innecesaria sólo para consolidar poder interno, y que su estilo confrontativo ha tensado innecesariamente los lazos con La Cámpora y con la propia expresidenta. “Está ahí porque Cristina lo puso”, repiten desde el camporismo, como recordatorio de origen y como reproche.
En La Plata, en cambio, afirman que ese ciclo terminó. Que Kicillof ya no está para obedecer líneas sin discusión y que, tras su reelección en 2023, el liderazgo le corresponde por derecho propio. Recuerdan que fue el único gobernador peronista que resistió la ola libertaria y que su triunfo se basó en la gestión provincial, no en el arrastre nacional, que fue adverso.
La disputa no es solo por nombres ni por lugares en las listas. Es también por el poder real: quién lidera, quién decide, quién representa al espacio. Por eso, tanto en el cristinismo como en el kicillofismo, reconocen que el único camino posible para resolver esta puja es un encuentro cara a cara entre Cristina y Axel. Hasta ahora, los intentos no dieron resultado. Y si no se pudo ordenar desde abajo, tal vez haya que hacerlo desde arriba.
Mientras tanto, los gestos continúan. Kicillof prepara un acto este viernes con tono de confrontación directa contra Milei, y una convocatoria a la unidad. El lunes, será el turno de CFK en una entrevista televisiva. Dos discursos. Dos momentos. Una interna que no encuentra punto final.
En definitiva, nadie juega a medias. Todos están dispuestos a ir hasta el final. Porque todos vienen del mismo lugar: la escuela política del poder.



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