Por José Ademan RODRÍGUEZ
Hace muchos años una mujer de Río Cuarto me dijo: "Mirá Negro, no se trata de ser reprimida o liberal, casquivana o domesticada, pero lo que sí es hermoso para una mujer casada es vivir alguna vez las dos facetas. Te aclaro" -me dijo- "yo no soy boluda, ser esposa es muy difícil, por no decir imposible... Y eso de conjugar la noche con el día, por obvias razones de responsabilidad en la casa... Pero... Mirá, de vez en cuando..." - siguió la señora y se le encendían los ojos- ... es estimulante vivir la noche con intensidad; y que te surja lo salvaje que hay en ti, lo que una tiene escondido, desinhibirse, que no seas tú misma y mandarse unos tragos por cierto... y que se despierten todos tus jugos en torrente lujurioso, que tomen tibieza de caldo y vino los fluidos de tu cuerpo; y perderse y gritar. ¡Qué bien se ha de dormir luego! ¡Qué inocente el amanecer, hecho de dulce modorra al despertarse con la cabeza en el antebrazo de él, que lo cambió por la almohada sin que te dieras cuenta, cual animal salvaje a quien hay que devolverle el recuerdo de su nido! Y que te sirva un café con leche en bandeja grande, llena de medialunas. Y un pellizco en la nariz. Que te coloque el almohadón más grande para que te sientas más cómoda. ¿Te das cuenta"- acabó la señora- cómo así se puede conjugar la inocencia del despertar y el desvarío de la noche? Sí que parece de risa, pero había que intentarlo al menos alguna vez con tu marido, no tanto por el placer sino para evitar que lo haga con otra".
Una confesión así, tan sincera, no la esperaba. Ni en mi vida la había escuchado de boca de una mujer. Me quedó grabado un término que ella repitió con marcado énfasis: intentarlo. Ella quedó como absorta en sus ideas y se me ocurrió que ella buscaba en mí una opinión sobre la cuestión. A pesar de que siempre me tomaba a la chacota por mi condición de divorciado y rejuntado, algo valioso le podía arrimar a la sartén de su problema.
¡Tenía razón! Hay que intentarlo, pues para el hombre de Río Cuarto la mujer no cuenta (salvo en la vejez). Por eso hay que intentarlo, al menos antes de la edad de los juanetes.
El puritanismo pitopausico del marido es parecido a la honradez de casi todas las personas, es bastante casera: se dobla al traspasar la puerta de casa; pocas veces se esparce fuera. Debe ser terrible aguantar todos los viernes de toda la vida los polvos clandestinos del marido.
Yo también sentí la necesidad de ser sincero y tajante. Y le largué mi opinión así, más o menos así, en tono de tesis doctoral injertada con paternalismo:
- Vea señora: Hace rato (usted ya se ha dado cuenta) que las casadas son la hija de la pavota en la relación conyugal, o un plato de sopa caliente con una Buscapina cuando él regresa descosido a las ocho de la madrugada de los sábados... Ya que usted hizo referencia a los viernes clandestinos de los maridos. Y él se transforma en una porción de bofe o un montón de pesada digestión que ronca, resopla y a la vez exhala ventosidades sin ruido, que son las de mayor hediondez. De lunes a viernes, usted le prepara todo su bagaje de distinción para que sea el airoso y correcto hombre triunfador a los ojos de la sociedad: camisa planchada, bien acentuada la raya del pantalón, control riguroso de los botones del chaleco. Usted, además, es su ministro de economía, ama de casa y confesora. Y cree que es libre porque le deja conducir el coche para buscar a los chicos al colegio o hace sesiones de aerobic para mantenerse. Pocas veces la mirará, señora. Perdóneme que sea tan realista: usted es un adorno, como la foto de casamiento que ya nadie mira, donde él está sonriente. Ahora no sabrá usted nunca si está serio, preocupado o viejo, hasta que sale a trabajar o de "cacería" sexual los viernes por la noche, que en Río Cuarto son una institución bajo la advocación del macho. Al igual que las sociedades gastronómicas en el País Vasco. Usted es un adorno... y parte de sus bienes, como el coche o al casa. Y ya entramos en algo insoslayable para su problema: el dinero. Recuerde que hay situaciones en que el dinero decide más que el amor en una pareja. Usted tiene que tener el suyo; es un arma con la que el hombre impone su autoridad por la fuerza. Le prevengo: tenga ojo con todo lo que le digo. No deje que le pague ni las vacaciones, si no él "blanqueará" el sepulcro. La de los viernes es para él la hora del lobizón. Irá a sitios donde no hay teléfono, para evitar que usted pregunte luego si estuvo. A las "otras" les hará mimitos y masajes, y hasta liposucción, luego de chocar las copas y prender el cigarrillo con velas en algún puticlub. ¿Y a usted quién le quita la celulitis , mi querida esposa...? Mujeres en cuya capricórnica frente tienen el inocultable signo que las convierte en hazmerreír de las comadres.
Ya es sabido, señora, que conquistar al hombre no es ninguna hazaña. Cada una de ustedes lo hace con la virtud que tenga: el garbo, la candidez, la bondad, el cuerpo... Todo un abanico de posibilidades. ¡Lo difícil es reconquistarlo! Para eso hay que apelar a tretas y ardides. Por empezar, deje a un lado ese rostro preocupado de moribunda dejadez. Este verano, en la playa, clave sus ojos sin temor en los torsos peludos de los hombres que le gusten (hay que intentarlo, como usted lo dice). Trate de buscar como respuesta una mirada que se parezca al argumento de una canción olvidada, porque es muy posible que él (su marido) no la mire en todas las vacaciones. Pero lo que sí es seguro que en la noche de los viernes "donde pone el ojo, pone la bala" cuando se va a dar la vuelta con los "muchachos" (mentira) y que en realidad son dos horas en una habitación con una muchacha (cierto). ¿Se acuerda, hace ya mucho tiempo, cuando se peleaban a la mañana por la ducha y tironeando de la misma toalla terminaban enrollados en medio del vapor? Eso no volverá más. Perdóneme la franqueza.
¡Si usted misma me dijo que cada uno duerme a los extremos respectivos de la cama, como si estuvieran por tirar un córner! ¡Qué hermoso cuando eran un ovillo, enredadera, seda dulce, una pierna enroscada en la del otro, con cosquillas en el empeine, tras un viraje del pie que se escabullía para ponerse en el lado interno del muslo. “¿Sé te cansó el brazo de ese lado? Déjame que cambie y te abraze del otro"¿porqué será que siempre sobra un brazo, cuando uno se propone estar lo más juntito posible? Resoplar el aire cálido al dar la espalda, sentir la rodilla del otro que traza una elipse por detrás de la cintura.
Y siguió:
- No le muestre adoración. Recuerde que un marido es como "la viruta de un novio", decía el gordo Washington. Un marido crónico es comida interrumpida por un portazo, puteadas... Son polvos olvidados. Y no le adorne la vanidad, nunca, destacando alguna virtud (que la debe tener). Antes que eso, adórnele la cabeza con cuernos. Mentalízese para ser usted misma.
Póngalo celoso. Trate de encontrar una antigua carta de algún novio que él no conociera, y déjela como al descuido en la mesa de luz de él.
Déjelo solo una noche. Salga con amigos del trabajo. Recuerde que éstos son la mejor coartada; y hasta los puede llevar a su casa, sin necesidad de esconder nada. Al dejarlo solo tal vez piense un poco en usted.
Use el factor sorpresa. Un día cualquiera deje su carita de pena a un lado y sentada en la cama dígale con sorna, mientras se arregla las manos, que la queratina para endurecer las uñas la usará para los cuernos que le pondrá. Y si es valiente, que lo evidencie, colgándole los calzones en sus propias astas. O dígale que es muy "pícaro", pero que está flojo en el in-figthing. Que sin coraje no hay guerra y si no hay guerra no hay paz. Para él la idea de un hogar roto pesará más que los lances amorosos de los viernes. Atrévase, que la vida tiene cosas sublimes. ¡Si al final ya lo tendrá para siempre al lado suyo en el panteón familiar!
Ponga un masajista en su vida (de las cervicales se quejan hasta las botellas de aceite, que no tienen cogote). Entonces le picoteará la duda, tragará bilis, le dará insomnio, se le secarán las mucosas por el tormento de pensar qué puede usted sentir bajo otras yemas fuertes, expertas y suaves; que seguro tienen un tacto más delicado que las del ginecólogo.
¿Porqué llegado el caso, señora mía, desoír el reclamo de otra voz o una vibración diferente? ¿Qué espera? ¿La artrosis? ¡Hágale una burla a los años, que ya bastante los anhelos suyos se quedaron a mitad de camino! Con esos besos con candado que él le da... ¡Hasta los humoristas lo ironizan! "Cortito, como beso de marido". Y ese baby-doll atrevido que usted se compró es para él igual que una armadura de plomo. Y cuando la lleve a cenar, con la cola del ojo relojée a uno de una mesa próxima. Trate de que le respondan; eso le dará cotización para usted misma. Y mantenga ese juego de miradas, como si tuviera ya un anzuelo en el ángulo del ojo. Y que él se "avive" y le den celos; así la valorará más, que los celos son la levadura de la pasión. Si le tira la bronca, dígale que es un grosero, que el europeo del Norte experimenta satisfacción si le miran la mujer. Y el argentino preguntará en tono "matón": "¿Lo conocías al coso ese? ¿Por qué no mira a su hermana?". Tenga en cuenta que el intercambio de miradas, fugaz y a escondidas de los demás, es importante como un secreto, y sustentador de su importancia como mujer.
Si les visita alguien de fuera de Río Cuarto (pero de afuera: del extranjero o de Buenos Aires, no de Reducción o Vertientes) y se suscita una discusión con usted, dele la razón al "foráneo" y ponga cara de escuchar con devoción. Eso para él será peor que un reconocimiento de próstata. Si se acaloran más con el tema, póngase directamente de parte del otro; total, los hombres lo hacemos desde siempre ¿o no tenían mejor gusto las tostadas con dulce de leche y el "Toddy" que servían en la casa de los amiguitos? O en un taller mecánico donde está pegada la foto de la Marylin desnuda en el almanaque, ¿no se la muestra a los amigos y les dice en tono burlón: "Igualita a la bruja que tengo en casa"? (refiriéndose a la esposa, claro). Y las consabidas risotadas vejatorias para la madre de sus hijos.
Por eso, pierda cuidado que ellos también se ponen del lado de lo de "afuera". Y si todo esto falla, ¡métale los cuernos! que el tango se lo agradecerá. Faltan poetas como Discépolo, ya que para escribir así hay que ser cornudo. Los hombres no usan boinas ni sombreros, y los cuernos quizá luzcan mejor que las vinchitas esas que usan para jugar al tenis. Y no se arrepienta de nada de lo que "hizo": a la hora de la muerte se arrepentirá de lo que no hizo. Nadie la va a condenar al infierno, porque el infierno no existe. Por algo dice un gran amigo que ningún padre de la Iglesia ha sabido explicar por qué no existe un mandamiento nº 11 que ordene a la mujer no codiciar al hombre de su "prójima".
¡Y los cornudos son felices! Lo piden, como las moscas piden la muerte. No le haga caso a las prohibiciones de los agrimensores del placer o gendarmes del amor que trazan zonas donde no se debe ir. Use su cuerpo. Acuérdese que ustedes son importantes como "seres sociales", no sólo de la casa, pues votan desde el año 49. La "costurerita" de Evaristo Carriego o la "obrera" de Roberto Arlt, ultrajada por patrones y maridos, hace rato han dado paso a una "nueva" mujer. Alfonsina Storni en su hambre de comprensión, creyó que la liberación de la mujer en estos lugares nunca llegaría. Por eso clamó por el destino de su hijo que le quemaba las entrañas: "¡Señor! El hijo mío que no nazca mujer". Belisario Roldán dijo: "Este país nunca será culto mientras existan tenorios y matones".
El macho argentino, cruzado por herencia sanguínea con lo peor de Europa, el machismo italiano y el ibérico, no dirá nunca públicamente "estoy enamorado", sino "estoy metido", y en vez de decir "voy a casarme porque estoy enamorado" dice "voy a casarme porque ya me cansé de calaverear". El que está enamorado es un boludo” (¡gran verdad!), tiene que ser muy boludo para estar enamorado.
Estoy seguro, mi agradecida señora: con qué gusto cambiaría usted las tarjetas de crédito por aquellos años mozos y esa libretita con números de teléfono. ¡Usted era libre! Con el tiempo sólo se iluminó su rostro al jugar con sus hijos o nietos. ¿Cuántos sábados por la tarde usted habrá cultivado un brote de sol con lágrimas? ¡Y no hay derecho! Después de todo, da gusto advertir las satisfacciones que usted tiene en la cama (al dormirse su marido), leyendo un buen libro.
Mi amiga me escuchó mientras repasaba la mesa de la cocina, hasta quitar el último rastro de miel dejado por los chicos. Poniendo cara risueñamente escéptica me dijo: "Sí, todo lo que quieras, Negro. Pero lo que me estás diciendo ¡es machismo puro! Y no debe ocurrir así". Doblé mi rosario de consejos, lo puse en resguardo para otra ocasión y otra interlocutora más compenetrada con mis ideas y pensé: "¡Que se joda y siga fregando!". Me fui con la seguridad plena de que la fidelidad no es una condición que se impone, sino una consecuencia del amor.
Ella tal vez ella lo amaba demasiado y no necesitaba colorear su monótono gris interior...