Pór José Ademan RODRÍGUEZ
"hijo querido...mi monguito hermoso,!!! Si supieras que en la soledad de mi mesa navideña llena de ausencias queridas, tu la presidias desde el fondo con tus ojos almendrados y tus manos regordetas de amasar cariño, que seguro lo serás prodigando desde el lugar donde te encuentres, Que seguramente estará en un rincón del corazón de todos los que tanto te amamos..."
No tendré hijos, todo empieza y acaba conmigo. Y lo más triste… no podré ser abuelito… ¡Con lo que me gustan los niños! Verles sonreír, hacerles cosquillas en las patitas… En tanto, elegiría los sonidos más graciosos y les enseñaría a bailar. Les llevaría a tomar el sol a la Plaça d’Orfila, a comer churros y a la calesita.
Dicen que no viviré mucho. ¡Bah! ¿Qué me importa…? otros por vivir más años, se cuidan tanto que se olvidan de vivir, simplemente se les hace más larga la existencia.
¿Cuántos padres que paseen un bebé precioso, al verme tal vez piensen: ¡Qué suerte hemos tenido!? Pero ya verían que si me conocieran cambiaría su opinión.
Como soy agradecido, nunca me olvidaré de mis maestros del Taller Cordada, que conforman un verdadero “ejército de salvación” para los chicos como yo. “Malpagados” teniendo en cuenta su dedicación absoluta a nuestros problemas.
Este ejército nos espera con las primeras luces del alba para llenarse con chicos de rara sonrisa que esperan en el portal de su trabajo. Parecieran transformar la fachada en santificada gruta de niebla y gasolina: vahos de amor opalescente reemplazan el aire enrarecido, como si se plasmara algo “Disneyniano”, y al fin se convierte en un albergue inundado de parábolas hechas de palabras necesarias, profundas, pues solo las palabras necesarias son profundas, más profundas que los manuales de psicología: “Joan, ponte el abrigo”, “Àngels, ¿has traído las pastillas?”, “No te olvides de….”, “¡A ver si ordenas un poco tu mochila, Marcelino!”. “¡Termina con ese donut! ¡Y cuidado con esas migas, que el acierto está no en limpiar sino en no ensuciar!”.
Ellos nos saben diferenciar el piojo del enojo, las confusiones de las contusiones, la contractura de la fractura, las alergias de las penas... Son enfermeros polifacéticos made in casa para que nadie corramos más de la cuenta. Educar, educar, educar... En nuestro taller de “seres especiales” (no entiendo por qué nos llaman especiales; si especiales lo somos todos) los verdaderamente especiales son mis monitores: cada chico con quien hablan o acarician es una obra que están diseñando. Más que lo material de una paga, se ganan el premio de que mi compañeros les pinten con lápices de colores el día de su santo, con ojos amarillos y ribetes de topos gigios, que aparentemente son polichinelas. Creo más bien que les quieren pintar el alma. Y lo consiguen.
Muchos están nimbados con la más pura expresión de amor, y lirios blancos de repente le brotan de su pecho, pareciera que guardan un río bajo sus ojos acuosos (a veces con legañas) y moquitos, y como nosotros, los monitores empatizan resfriándose. Que pena me da ver que algunas chicas, tan jovencitas ellas, ya tienen las manos curtidas, las mismas manos que nos tejen tantas caricias se tornan agrietadas. Vestidas con un manto rubio de sol primerizo, zapatillas y a veces meniscos rotos, de tanto trajín.
Nuestros educadores para los padres son como el Cireneo bíblico: les ayudan a cargar con la cruz (o sea, nosotros).
Somos muy variados, hay macizos, brevilineos, larguiruchos, retacones, regordetes o desproporcionados. Tenemos cabezas desordenadas, ojos de caramelos surtidos, con contornos de avellanas o almendras de Mongolia y narices rojas de rinitis, que se hacen gelatinosamente húmedas por el aire de la Barcelona tempranera. Niños de máscaras hermosamente tiernas. Diferentes, especiales caras de querer con olor acre que configuran su perfume favorito en un mundo de increíble regocijo laboral y sonrisas talladas con trocitos de dientes que te dicen: ¡Hay que reír! ¡Vamos señores, que la vida es un rosario de bromas que quiere vestirse de seria y los hombres malos no son tan malos si uno les despierta con una sonrisa!
Si por nosotros fuera, no habría ni terroristas ni “psicosomáticos”. Todo un avío de diferentes ofertas y necesidades de amor. Somos los chicos del Taller Cordada, los hijos de su vocación. Para los monitores, estar con nosotros es empaparse de lo cristalinamente humano, de la nobleza que encontramos muy lejos de las casas reales. Si así es la discapacidad, ¡qué forma más bella de capacitación! En todo caso, ¿Quién no padece una discapacidad? ¿Qué habrá en las capas más profundas de la cebolla?.
Que tengan un hermoso domingo, disfruten mucho la vida y por sobre todo, amen a sus seres queridos.