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Menotti y el absurdo

PARA LEER EN PANTUFLAS 03/03/2024 José Ademan RODRÍGUEZ
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Ademan Por José Ademan RODRÍGUEZ

Sí, ya sé... que sin Di Stefano, el Real Madrid no hubiera ganado tantas Copas de Europa, y que sin Maradona, el Nápoli no hubiera existido y sin Messi, el Barça no hubiera sido el mejor equipo del mundo, como dicen...

Pero hoy no quiero hablar de fútbol, lo que les acabo de decir, lo sabe todo el mundo, hasta los más indocumentados... y/o pelotudos...

Me hubiese gustado hacerme amigo del Cesar de los imperios futbolísticos argentinos, el flaco Menotti.

El único director técnico capaz de mezclar lo virtual con lo real, la ficción convertida en realidad y eso que he conocido técnicos como Juan José Pizzuti, creador del ''Equipo de José'', un Señor; gocé de una entrañable amistad con Sebastián Viberti a raíz de su vecindad con el Hugo Kobilansky, como no recordar mi cariñoso afecto por Llamil Simes el verdadero hacedor de los equipos de Talleres y Belgrano... Fui contertulio en numerosos asados con el Pucho Arraigada... toda gente normal y ejemplar! que te metía en los secretos del fútbol...

Pero el flaco Menotti, fue el mejor ''chamuyador'' que reinvidicó la esencia de nuestro fútbol, que demandó lo que habíamos perdido después de Suecia... miró el interior en busca de la gambeta, la habilidad y el preciosismo del fútbol argentino.

Fue un seductor, disruptivo, que hablaba distinto, que por ejemplo, te podía soltar que Homero Manzi pintaba con el tango ''Sur'' un auténtico paisaje, mejor que el bodrio del Guernica del degenerado Picasso... O hablar del Gordo Troilo y, con autoridad, compararlo con Néstor Marconi o Piazzola...

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Seguro que para él, Copito de Nieve, era el más fascinantes de los catalanes con mayor atractivo turístico que la sardana y los ''castellers''...

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O soltar que Barbara Streisand no es que fuera narigona sino que tenía la cara muy atrás... O te podía hablar de Mozart sin saber un pedo de música clásica...

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O que Grecia habrá inventado la democracia para terminar en un verdadero quilombo...

Así de contradictorio, extravagante y engatusador te encandilaba y creaba una atmósfera propicia para creerle.

Cierta noche, creo que lo soñé, o que fue un desborde imaginativo mío, de los tantos que tengo a mi edad... no recuerdo bien... pero sé que me susurraba al oído...

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Cierta vez Borges dijo que “El fútbol es popular porque la estupidez es popular”. Menotti, en su obra ''El revés del balón'' (editada por O-céa-no), con su enrarecida y mañosa dialéctica, luego de despejar el humo de las nubes y las estrellas fugaces de las fijas, escapándose por el agujero de una voluta de su cigarrillo, aclaró cancheramente: “En el fútbol, para entrar hay que salir. O sea, que si no tenes un caballo de Troya... O sea, cuando uno viene, va, y si va, viene. O sea, como quien se pone los botines al revés en un día de campo embarrado, para engañar con las huellas: no sabrán si has ido a tu área a defender o a la del contrario a atacar, que en fútbol no hay que ser gil: sigue siendo el arte de engañar con la pelota, un flirteo con lo inverosímil. Es tan difícil ponerse en el lugar del otro, por ser una antinomia permanente. Los cuerpos se evitan para no confrontarse, o chocan en lugar de escurrirse. Cuerpos virtuales... Nadie es dueño de su humanidad ni se pertenece a sí mismo, porque un jugador va donde le amagan, no donde él cree que debe ir, en una suerte de enajenación corporal. Ora es búsqueda desesperada; ora, encuentro fortuito, constante o esporádico. Siempre hay uno en situación desairada pasando de largo, o en el suelo, convertido en un tirabuzón, o con la mirada puesta en el dirigible que filma el match. La habilidad del débil aniquila la fortaleza del torpe. (...) En fútbol hay aires einsteinianos, todo se da relativamente ¿Ustedes creen que un partido dura noventa minutos? El tiempo es relativo, no depende del reloj. Me explico: si tengo en mi equipo a Maradona y Zidane, al empezar el juego, ya está terminado, porque un instante lo es todo, y quien no entiende una mirada es incapaz de comprender una larga explicación de pizarra.

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Hay un tiempo para el disfrute estético que se inicia y culmina cuando a ellos se les antoja, con los argumentos que aún no se descubrieron (menos los periodistas y técnicos), el fútbol que cada uno se enseñó en la infancia. Un partido puede ser eterno en el tedio si los técnicos son Clemente o Bilardo. El primero hace exacto el dicho “Pienso, luego pierdo”. No hay nada más relativo en el fútbol que la relación tiempo - juego: si tengo como defensas a Otamendi y Carlos Pujol, el uno descerebrado y el otro centurión romano, les pediré que en un segundo la tiren donde sea, a la pelota junto con el jugador a la grada, porque representan un peligro dejarles la pelota, pues no saben administrarla. Gracias a jugadores como ellos se creó en el periodismo eso de foul táctico, que significa dar una patada en la espinilla al delantero como “falta necesaria” para “congelar” el juego, o sea romper la dinámica rompiendo una pierna, como les ocurrió a Schuster y Maradona, ambos fracturados por el juego “viril” de Andoni Goicoechea. Tampoco hay que creer demasiado en las frases hechas, como “Nunca segundas partes fueron buenas”. En fútbol no sólo ha habido segundas mejores sino que fue en la tercera parte (prórroga) que conquistamos el campeonato del Mundo del 78. Es lo contrario del matrimonio, aunque sé de un amigo que después de 30 años, se volvió a juntar con la mujer... En dos o tres segundos un quiebre de Zidane equivale a una fracción de eternidad. O sea, que lo del tiempo... En fútbol cualquier época pasada es moderna, y viceversa. Hay como una eternización dimensional y una inalterabilidad humana. Pero la historia del fútbol puede cambiar por un tiro en el poste en el último minuto, luego de que un equipo domine todo un partido. ¿Me entendieron? Mejor dicho, el fútbol no tiene historia, y se confunde lo pretérito con lo porvenir. Por eso, el mejor jugador de la actualidad sigue siendo Pelé. ¿Inalterable? Les explico por qué: el campo siempre tiene las mismas dimensiones, los jugadores son 22, la pelota es una sola, más 1 árbitro y 2 liniers. A menudo, un jugador es un todo, pero también a menudo el todo es insuficiente por falta de uno. De todas maneras, tampoco son once los jugadores - protagonistas en un equipo: si tenemos a los tres mejores (pongamos Zidane, Bellingham y MBappe) estos tres compensan la ineptitud de los ocho restantes partiquinos, que ni siquiera alcanzan a ser un cofactor futbolero, sino un factor de riesgo en contra de su propio equipo. Ergo, 3=11(-8). ¿Cómo sería mi equipo ideal? Ahí va (profunda calada): un sabueso roedor de tibia y peroné que respire en la nuca, que se haga hermano siamés que se gemine al crack del equipo rival. Como lo fue el chino Messiano para Pelé y más tarde el italiano Gentile para Maradona. Un atorrante bragueta sin frontera, alma de putero, con estigma del arroyo, un tipo que hasta pueda desafiar las normas de la higiene deportiva. Alguien como Romario, con un transfondo brujo de la Escola do Samba; alguien como fue Kubala, bebedor empedernido, alguien que fume cuatro etiquetas de cigarrillos como Félix Loustau, a quien le decían el Ventilador, porque era el que más corría en la máquina de River. ¡Que me lo explique un médico! Y el flaco Cruyff, que fumó en el entretiempo hasta el infarto, el negro Pelé, que tenía los pies planos, Ángel Labruna, timbero con acentuada lordosis lumbar, el gringo Ártico de Talleres de Córdoba, que padecía el mal de Chagas, verdadero pulmón del equipo, Maradona, cocainómano desde los veinte años, obra cumbre de baldío, el manco Pérez, de Universitario de Córdoba. Ninguno de ellos vegetó; fueron grandes figuras que marcaron la historia del balompié. O sea, cualquier médico los hubiera declarado ineptos para la práctica deportiva. (...) Les digo más, los días de lluvia me inspiran la verdadera estética del fútbol, porque hay que agrandarse ante las dificultades meteorológicas. Basta ver la gente en un día de lluvia: convulsa, con prisas, otros quietos bajo un balcón, un vestíbulo o un alero; y la pintura romántica de las luces de los semáforos, que lucen un cromatismo vivo y resaltan sobre un fondo gris que parece colgado del cielo alimentando la belleza,

como si fueran un derroche de ojos gigantescos que te pintan el verde del prado, el ambarino de los membrillos y el rojo, que te detiene en el instante justo de la avalancha que te puede salpicar el traje nuevo... Y surgen paraguas como hongos multicolores. Es el mejor paisaje de una gran urbe, Londres o París imaginadas por niños en un día otoñal. El fútbol es igual: con lluvia resaltada por las luces del estadio, finos retículos de un acuario apasionado, veo a mis hombres como peces de colores: alegres, zigzagueantes, con relumbrones tornasolados... ¡Hasta yo me siento como en una pecera! Aunque me da la impresión de que son el público y la prensa los peces que nos esperan con la boca abierta como tiburones. Así es el fútbol: el pez que se muerde la cola. No sólo vale el manejo de la pelota, sino la dualidad de un concepto, desdoblarse, como el inspirado orador que está diciendo una cosa y pensando en otra. Y el fútbol está también, como manifestación vital esencial, fuera de la dimensión del campo, a tal punto que con una finta se puede ensanchar el espacio para huir con la pelota y crear el desconcierto en un defensor, metiéndole en una parcelita de cobayo. Tiene un componente físico - cosmológico, está fuera de nosotros, nos trasciende y tanto nos motiva un alarido de cien mil personas como una palabra musitada, alterando nuestro yo. A su vez, eso revierte en modificaciones del comportamiento técnico de los hombres. Fíjese en mi caso: muchos periodistas creen que estoy aquí. ¡Si fuera tan fácil! Bueno, sí, estoy aquí, efectivamente, como que me están viendo. No voy a ninguna parte porque gozo con lo mío y de ahí no salgo. Y no hace falta irme para saber que estoy. Lo dice un tipo que cruzó el Charco más de doscientas veces, y ni el Partenón, ni el Paredón de Montjuïch, ni el Muro de las Lamentaciones me pueden devolver una pelota en pared como el cordón de la vereda de enfrente de mi casa, o del muro de donde asomaban mandarinas, que a veces desgajaba de un pelotazo...pobres mandarinas!. Ahí caí en la cuenta que el fútbol tiene la armonía y la cohesión de sus gajos, en un encaje perfecto, lo cual no sucede ni con los granos de uva ni con las cerezas. Sin embargo, ¿ustedes creen que la corporización de mi figura en un lugar determinado hace que sea yo mismo? Soy alto y flaco, como un ciprés, pongámosle. La proyección de la sombra de ese árbol es lo que le da vida más allá de la limitada óptica de los que están a su lado”. O sea (ya ni él mismo se entendía), para unos soy menos alto y para otros un álamo; perdón, creo que les dije ciprés. Es que a veces hay que poner fantasía a la ordenación mecánica, sobre todo si tengo delanteros que juegan bien sin la pelota, lo cual es un poco difícil. En ese caso viene bien apelar a jugadores invisibles que no delaten su posición en el campo, o tratar de jugar lo menos posible, sobre todo con la pelota y así no serán un estorbo. (...) Cuando el fútbol vaya desapareciendo como expresión deportiva auténtica, por culpa de Didi (no el jugador fallecido), o sea la dictadura del dinero, los jóvenes recordarán que la verdadera paella también se hacía con arroz. Pero no todo es así, no se crean. Puede ser dulce como unos labios y reconfortante como una amistad. Y ya ven, a veces me salgo de la realidad buscando un sueño, o soy un sueño buscando la realidad, qué se yo...” Con greguerías ingeniosas como ésta, Menotti creó graves problemas de identidad a sus jugadores, a tal punto que uno de ellos, ante la pregunta de un periodista, “¿Cómo estás?”, respondió imitando al César de los imperios balompédicos: “¿Qué sé yo si estoy o no? Lo que sí siento es un enorme deseo de librarme de mí mismo”, afirmó con el gesto, negando con la mirada...” ''¡Vea señor periodista, íbamos primeros en la tabla... y jugando muy bien, y así de repente, nos dijo que si perdíamos en la fecha siguiente, en vez de salir por el túnel hacia la cancha. nos haría salir por la puerta de atrás. ¡Y así me quedé, esperando que me llamen de algún equipo!. A veces, luego de un domingo de fútbol, me busco en los ojos de mi mujer y termino perdido en el área, pero en la peatonal, sin recibir una pelota de mis compañeros”. En labios del Flaco, el más extraordinario centrodelantero se hizo marcador de punta; el árbitro empezó a dirigir el ataque como centrofoward, para más tarde dedicarse a dirigir el tráfico... Con Menotti se creó una particular conjugación del verbo ser: Yo ¿soy? Vos ¿quién sos? Él ¿es?

Para el quijote rosarino, la vida de cada uno es como uno se la cuenta a los demás, más que a uno mismo. Y como en fútbol, según su visión, todo puede mirarse de adelante atrás o viceversa, se refirió a Romario con este palíndromo, que ya hubieran querido para sí Cortázar o Filloy: “Romario no corre, erró con oír amor”. Nada más cierto, pues es común que el brasileño ponga las pelotas en otra parte. Frase más representativa que esta que inventó el zurdo RIVADERO “Menem hoy bebió”. No es exacto, pero... Es irrefutable que el buen fútbol, al igual que el cristianismo, creció entre los miserables en cuanto a pureza de su práctica y prédica. Lo que pasa es que se pierde la memoria: antes se sabían los mandamientos del 1 al 10 y la formación de cada equipo del 1 al 11.

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