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Mujeres que marcaron mi vida: Que veinte años no es nada...

PARA LEER EN PANTUFLAS 14/01/2024 José Ademan RODRÍGUEZ
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AdemanPor José Ademan RODRÍGUEZ

En una nota anterior dije que no hablaría de las mujeres que compartieron mi vida formalmente porque me conocían tanto que me podían contar los pelos del culo con guantes de boxeo.

Pero ya saben, cambié de opinión. Ya les hablé de algunas mujeres importantísimas.

Y la más trascendental es la Conchita, con quien viví veinte y pico de años, que es conocida por todos mis amigos y la primera mujer catalana que conocí en Barcelona al mes de haber llegado... en un mes de agosto de 1978...

Fue en la calle Tiro, frente al Hospital San Rafael donde me hospedé en la casa de un dentista que trabajaba en este hospital, Carlos Nazareno. Y ahí me enteré que era amigo del por este entonces candidato a presidente Carlos Menem. Y como primicia le dijo al turco Nazareno que iba a ser presidente...

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La Concha me encontró recién llegado a Barcelona, como se encuentra un juguete roto, entre trozos de cartón y maderas desechables. Ella armaba casitas con pedacitos de madera encalada; hasta reproducía con inigualable habilidad el Big-Ben de Londres; y también tortillas de patata, para vender y alimentar a sus 4 hijos. Tal vez pensó (como eximia artista del bricolaje sentimental) que con los desechos se fabrican las mejores parejas de hecho, aunque no tengan derecho al encuadre legal. Y yo pensé: "Toda mi vida de mueble en mueble…¿Para qué?… si no supe al final amueblar mi vida. Pensé en el acto como lo buenos jugadores de fútbol, esta mujer me armará la casita que yo necesito". Ella separada, yo separado... Y el gran reto que le ponía el destino: armar mi rompecabezas. Era muy ardua faena. Es casi imposible reducir a un tipo con "artrosis desarticulada" como yo; reducirlo para reeducarlo luego. Titánica empresa la de poner en orden mis sinapsis calcificadas por tanto descalabro mental. Tenía que dar vuelta a mi vida... como a un guante. Fue a veces inútil; yo era mañoso, y no era cuestión de una mano de pintura. Pero ella seguía insistiendo. Es más fácil aprender un idioma que comprender a una persona complicada.

Empezó todo como se empieza cualquier historia, tonteando (miraditas, piropos...). Un día cociné para ella milanesas con puré (única vez en dieciocho años que cociné para ella). Y sin declaraciones de amor ni formalismos, sino de forma muy simple fue poblando mi soledad de cosas (que lo simple sigue siendo la mejor forma de resolver lo complicado, valga el contrasentido). Éste fue, más o menos, su arsenal de seducción: lavarme la ropa, volver a mi piso unos minutos después diciendo que se había olvidado las gafas, regalarme un jarrón con una florecita, cocinar un buen guiso casero, colocar dos camisas en el perchero y retratitos con fotos de sus hijos y los míos, hacerme friegas, sacarme los barritos de la espalda.... ¡Mirá lo listas que son las mujeres! Así se fue metiendo en mi vida, con astucia, sentido de la solidaridad; lo animal... lo exquisito y tiernamente animal de dos personas que necesitan ayuda, pues venían vapuleadas, hizo el resto; ¿qué vio en mí, un indio indómito o un gaucho descuajeringado? ¿O se fijó en ese tic entre histriónico y débil? Pero seguro, todas las personas se encandilan con una sola faceta. Les es difícil amar el trasluz del personaje; o el tierno o el violento, el laburador o el negligente, el altruista o el egoísta. No admiten la duplicidad, se desconciertan, cuando en realidad son cientos los personajes que pueden caber en la mente de un tipo; depende de como te trate la vida...

Me inculcó nociones sobre cómo vivir, me sacó del celuloide y me puso en la realidad; y descubrí que la fantasía no es tan fantástica como la pintan. Y lo hizo inteligentemente, sin intentar cambiar el núcleo profundo de mi forma de ser (que no cambiará nunca), pues sería como robarte la personalidad y ponerla en el calabozo de las restricciones. Yo no exigí ni pedí el amor que me dieron, con firma o sin ella, mi primera y mi segunda mujer “oficiales”. Eran como el fútbol: es éste el que lo elige a uno, aunque tú lo hayas buscado con pasión a través de la calle o las escuelas.

Accedí a la convivencia porque soy de buen corazón; no sé decir que no, y me dejo querer como un peluche. A una la llevé a la locura; a la otra un río de mermelada seguro le inundará la carótida al recordarme (han pasado más de 20 años desde que me dejó). Ninguna tuvo sentido común; de Guatemala se metieron en Guatepeor: los dos emparejamientos con cada una estuvieron nimbados por los efluvios del alcohol. Total: no me llevo la cruz del invento yo solo. Llevé a dos hogares toda mi incapacidad para liderar una familia. “¿Cómo le fue en sus matrimonios?”. “El primero, así; el segundo, asá”. Reconozco les tendría que haber advertido que todo acabaría mal, que no pierdan el tiempo conmigo. Claro, al final, no fui yo, sino las circunstancias... fueron muchas mujeres las que me tentaron, y la mejor forma de acabar con una tentación es ceder a ella y no vivir atormentado. Puedes pasarte toda tu vida preguntándote por qué no lo hiciste. Aunque reconozco no saber qué hice con los sentimientos que me dieron... Los fui perdiendo en varias noches, por muchos motivos. Quizás el primordial es inherente a casi todas las mujeres: no saber controlar las emociones; de ocurrir así, se convierten éstas en pasiones, y las pasiones se disfrutan un momento y se padecen toda una vida. Ambas, seguro pretendían que dejara a “las otras” mujeres. Ellas me dejaron por “esas otras”. Y a “esas otras” las fui dejando una por una por “otras”. ¡Phssss, faltaba más, tanta pretensión! Siempre tratando, para no herirlas, de que no se enteraran las oficiales. Si hubiera sido artista para dar exclusivas, ¡me hubiera forrado contando todo! Pero en el micro-universo de las comadres de barrio, ya se enteran...

Después de todo, tengo derecho, pertenecen a mi fuero íntimo. Las cosas se aceptan como se conocieron o se compraron. Tal vez en el futuro la ciencia permita plantar dátiles en la estepa rusa. De momento es mejor seguir al compás de la naturaleza. Además hay que considerar también que toda mujer-mujer se siente realizada salvando a un desgraciado como yo... Recuerdo que la primera, mi exposa la Nora, siempre dándome ánimo, al verme triste me decía: “No te aflijas, Negro, ya saldremos adelante...”. Reparaba los artefactos eléctricos, las paredes húmedas... ni siquiera le pude regalar un televisor a color, será porque los primeros años de matrimonio, los colores se tienen en el alma, andando el tiempo, la relación fue en blanco y negro, tirando a gris. Son mujeres "hembristas", hembras totales, sin panfletos feministas o feminoides. A las hembristas les atrae el hombre con ciertos toques de seca intransigencia y alarde protector, o por el contrario, les impacta el desquiciado con dramas, borrascas y penas, más que los boludos que viven riéndose (salvo, claro está, las frívolas). Algo debo valer (era susceptible de enmienda). La segunda, la Concha, no era tonta, ni mártir de causas perdidas. Por eso, de vez en cuando, me doy un toque de melancolía con el nebulizador de la alergia… Yo tenía fe en mi reconversión... ¡Si hasta los papeles y botellas se reciclan! ¡Al menos nunca pensé que iba a terminar cedido a la Sociedad Protectora de Animales!

Mi vida estaba llena: ¡una persona me quería de verdad! Una persona tan grande que puede dibujar y hacer bailar en sus ojos la exultaste felicidad ajena. En cualquier otra, la ventura del prójimo pondría varices de celos en sus ojos. La Concha era una indulgencia con faldas, de formas redonditas y propósitos de acero. De niña padeció una endocarditis bacteriana que le dejó un corazón noble de buey para trabajar sin pausas, pero con diástoles y sístoles marcadas con el celestial, ondulante y rítmico refinamiento de los valses de Strauss. Duro y a la vez sensible, capaz de hacerla llorar si se le secó una hoja de calabacín que sembró en su huerto. Así como el hornero con los desperdicios y pequeños fragmentos de cosas, pedacitos de ayer (cosechados en muchos años) y mucho hambre de futuro, fuimos conformando la estructura: sólida, con pilares firmes de cicatrices de adentro, que son los más firmes.

No vayan a interpretar que eso que escribo de que "toda mujer-mujer se siente realizada salvado a un desgraciado" es despreciativo de la condición femenina o implica un menosprecio machista. Puede ser a la inversa: que también sea la mujer la descarriada y el hombre su reinvindicador; en ese caso también tendría que ser un hombre-hombre. Y yo distaba mucho para ser un hombre-hombre. Más bien fui un badulaque a la conquista del placer. Para que una mujer u hombre puede demostrar su valía y envergadura de tal, es imprescindible (ante un ser desvalido o hecho polvo) un enorme espíritu de sacrificio. Siempre se necesita el contrario para demostrar que se puede lograr o vencer algo. Por ello es que al existir "almas torcidas y pecadoras" se justifica la presencia de religiosos para "purificarlos". Nadie se imaginaría a los médicos sin enfermos; el "Moulin Rouge" de París necesitó un torturado como Toulouse Lautrec para sublimarlo en la pintura para la eternidad; y sin sujetos que violen la ley no se justificarían ni los juristas ni los aparatos judiciales. Para rubricar: yo encajaba justo con lo que ella y su grandeza necesitaban: un tarado para reeducar, un pobre hombre (no hombre pobre) para redimir, un desventurado. ¡Hasta los criminales les placen a algunas mujeres!, pues entienden que éstos pueden sufrir toda su vida un cargo de conciencia. Años más tarde de nuestra unión en concubinato, ella entró a trabajar en el taller de discapacitados, que era su gran pasión. Yo, con mis taras, representaba para ella el mejor entrenamiento y campo de experimentación; le facilité la praxis en gran medida. En Inglaterra el sexo entre adultos que vivan juntos es punible si uno de los dos es un deficiente mental. Me podría haber denunciado... en caso de vivir en Londres. Me figuro cuántos asiduos allegados a nuestra casa habrán afirmado con total caradurismo: “¡Pobre mujer, cargar con semejante cruz!” (verdad grande y cierta como un templo). “Yo no sé cómo no capan a ese gato''.

Nosotros terminamos ''adoptando'' un gato reo, sin capar y que culiaba con mis jerseys viejos... y también tuvimos la feliz idea de adoptarlo al Kiko, un chico Down del taller de la Concha, cuyos padres murieron y que fue una luz para esta casa... una verdadera bendición...

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Un día, andando por el área peatonal en Córdoba, dimos con un habitué de la zona, un tal Rivadero, el Zurdo Rivadero... lo conocía de vista pero no éramos amigos todavía...

Muy bien, otro día, y como yo muchas veces andaba perdido por algún bar del centro, y la Concha, por desconocimiento no podía encontrarme, se arrimó a su lado el Zurdo con una rosa en la mano... y le susurró al oído ''Yo sé por donde anda, señora'' con una sonrisa pícara dibujada en la cara, como los nenes de la calle...

Al final, nos hicimos grandes amigos los 3! ... La Concha me dijo que este señor era un lujo de ser humano... y propuso que lo invitasemos a nuestra casa en Barcelona. Fue el principio de una serie de viajes anuales a España... Y todo gracias a intuición femenina de la Concha.

Otra vez, el cantor Rudy Arrieta, estuvo en mi casa de Barcelona durante unos 6 meses, y se enfermó de diabetes (por lo cual le cortaron un pie!). Gracias a que yo trabajaba en el hospital San Rafael, lo hice ingresar durante un mes. La Concha se encargó de cuidarlo, como si fuera un hijo.

Los amigos que me conocen (o sea, ninguno) sostienen la tesis de que todo anda bien, por suerte para mí; y si algo andaba mal, la Concha lo iría arreglando. Su signo es el laburo; ella disfruta más remando que tirada en un yate. Gran amante del verano, más que importarle el país donde estábamos... era la locura por el sol, lo suyo eran viajes alrededor del sol (debe ser porque yo no la podía calentar mucho... de bronca sí). Creo

que la bandera que más le place es la argentina por tener el astro rey en el medio. Y yo que pensaba que era un sol para ella... Encima, fui incapaz de pintarle la paz desde la sombra de un pino. ¡Tantas veces me ayudó a vivir! Pensé, pobre de mí, que me ayudaría, sobre todo, a morir tranquilo, que es lo más difícil en la vida, pues es en los portales de la parca donde todos te abandonan. Es como una predestinación: yo nací en la villa de la Concepción (que así se llama Rio Cuarto) y pensé que terminaría mi vida junto a la Concepción (que así es el nombre de las que se llaman Concha); nací en la Concha y moriría con la Concha.

No es un mal chiste; representa para mí una hermosa interrelación geográfica y humana. Pero tiempo al tiempo... ya verán en que desastre terminé, solo y arrumbado... con 2 personas que me asisten, la Colorada (que ya conocen por otra nota) y el Oli.

No saben que todos tenemos un final y terminamos no arruinados, sino arrumbados y podridos a partir de la pompa de la inhumación, puesto que nacemos para ser enfermos terminales, pues empezamos a morir, y que nos llega el destino “a la hora justa” (de 60 minutos o 3600 segundos, como elijan). “Acaba de morir...”, comentan los noticiarios, pero en realidad el que estiró la pata “acaba de vivir”.

 

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