




Hasta ahora viene siendo una de suspenso. De las buenas. Se mantiene el enigma mayor y, cuando nadie lo espera, una vuelta de tuerca sorprende a todos. Pasó en las PASO, cuando ganó el que iba a salir tercero. Y en la primera vuelta, cuando triunfó el que había salido tercero antes.
El guion parece impecable. No decae, condimentado con historias laterales extraordinarias, de esas que hasta suenan demasiado imaginativas para ser reales. Yates de lujo con acompañantes onerosas. Tarjetas manchadas de ñoquis y Chocolate. Insólitos debates sobre mercados de órganos y preservativos pinchados. Incluyendo, claro, la terrible autodestrucción de uno de los personajes principales, ahora conocido como Separados por el Cambio.
Es más: acaba de tomar un vuelo impensado con la incorporación este lunes de un escándalo con espías, jueces y congresales. Espías, conspiraciones y trapos sucios a la luz del día siempre aseguran tensión en la trama.
Como en los grandes misterios, se ignora el desenlace de casi todo. Del valor del dólar, de si habrá nafta, del precio del azúcar, del paradero de Alberto Fernández…
Pero sobre todo se desconoce el resultado de la incógnita magna: ¿quién será el próximo presidente? ¿Sergio Massa o Javier Milei? ¿Qué hará cualquiera de ellos una vez sentado en la Rosada? El argumento no da respiro.
La incertidumbre se mantendrá hasta el final. En estos poco más de diez días que restan hasta el balotaje, una escena puede resultar clave: el debate del domingo. No tanto porque uno lo haga muy bien, sino por el daño que se provocaría aquel que lo haga muy mal: Milei debe cuidarse de que no lo traicione su amateurismo frente a un profesional de la cara de póker como Massa.
El problema es que este thriller, que nos tiene al borde del asiento desde hace meses, en cualquier momento desbarranca y se convierte en una de terror.
Gane quien gane habrá inflación alta, dólar en alza (o peso devaluado, que es lo mismo) y recesión en aumento. Pero el grado en que todo ello ocurra definirá si pasamos de la tensión al pavor, de la ansiedad a la angustia. Lamentablemente, las pistas para resolver la intriga son escasas.
Massa, de triunfar, se supone que apostará al gradualismo, curiosamente como hiciera Mauricio Macri ocho años atrás. A su alrededor ven además brotes verdes -fin de la sequía, autoabastecimiento energético, inversiones extranjeras- similares a aquellos con que el expresidente soñaba al comenzar su mandato.
El ministro-candidato tratará, especialmente, de que su propia pesada herencia no le explote en la cara, pero de algún modo deberá pagar la fiesta del plan platita, más ajustar tarifas, precios relativos y achicar el déficit. Todo al filo del abismo.
Hay que reconocerlo: es el mismo borde sobre el que Massa camina desde que asumió en Economía, en agosto de 2022, y por ahora no se cayó.
Milei, por su lado, tiene a favor como en contra su falta de antecedentes. El apoyo de Macri y parte del PRO tal vez le presten cierta fortaleza a sus flacas estructuras y nula experiencia a la hora de manejar el Estado, pero su inclinación por un programa de shock cambiario y fiscal aumenta el riesgo de una disparada inflacionaria que luego habrá que ver cómo la frenaría.
Tampoco queda claro cómo llevaría a la práctica sus propuestas. Por ejemplo, el domingo, José del Río le preguntó en LN+ si tiene un plan para eliminar subsidios.
Su respuesta fue: “Se recalibra la ecuación económica financiera de los contratos buscando minimizar el impacto en tarifa y en una economía estabilizada para que vos lo puedas hacer gradualmente acorde se van recuperando los ingresos de las personas”. No, aunque se relea no se entiende.
Así, cada vez son más los que miran el futuro a través de los dedos, con las manos delante de los ojos, como cuando uno era chico y sabía que se venía una escena “de miedo”. Lamentablemente, ya no somos chicos ni estamos hablando de cine.
* Para Clarín



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