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¡HABLAME, ROMPE EL SILENCIO!

PARA LEER EN PANTUFLAS 12/03/2023 José Ademan RODRÍGUEZ
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jose ademanPor José Ademan RODRÍGUEZ

¡HABLAME, ROMPE EL SILENCIO!

Diálogo, diálogo, diálogo...

Palabra que bien podría ser sinónimo de convivencia, de coexistencia pacífica y de “tolerancia’’… En estos tiempos de corrección política y cuando todos los profesionales de la política hablan de ‘’democracia’’ todo aquél que se oponga al diálogo será tachado de fascista y antidemócrata…

Acá, en España, es una palabra repetida hasta el hartazgo por los políticos catalanes (¡los que justamente quieren destruir el país!) y el presidente Sánchez. Como nunca se sabe de qué hablaron en esa famosa ‘’mesa de diálogo y negociaciones’’ por las ambigüedades mezcladas con silencios, algunos lo han tildado de diálogo de sordos o de besugos.

Yo pienso que ni hablan! Me los imagino a cada uno con el virus del siglo, el móvil, atendiendo a sus ''redes sociales''; con la mirada puesta en el aparatito diabólico.

Vez pasada, después de un año de mi operación, tuve que tomar el autobús por una urgencia dentaria y vi que el 90 porciento de los ocupantes estaban repicando obsesivamente con el dedito mágico... nadie se habla ni se mira, son enfermos, zombis, sociópatas.

Se niegan a mirar tras las ventanillas y nadie se atreve, como en una consigna, a abrir esas ventanas a la vida, a la escenografía del paisaje urbano, se están cerrando el alma... se mueren sin darse cuenta en un suicidio gradual, colectivo, insidioso, como engullidos por una mierda de aparatito.

Dicen que hablando se entiende la gente…

Cuando llegué, Barcelona era una cosmopolita y hermosa ciudad para caminarla, son libros que se leen con los pies, como el Raval, barrio que fue de literatura, putas y restaurantes escondidos, que ahora se ha degradado hasta ser intransitable e insignificante para mí.

En mí clínica, conocí a Antón Güell, un catalán austero de palabra, radical del idioma catalán, con esa parquedad verbal, silencios tajantes y marcada tozudez para con el castellano. Como un dictamen de la tramontana, su mente se movía con una terquedad payesa, muy lejos de los artificios verbales de los argentinos, de los cuales yo estaba bastante podrido.

Los dos nos negamos a usar la misma lengua como nexo de comunicación. Y fíjense que terminó siendo uno de mis mejores amigos. Siempre mudos, ambos. Yo, Marcel Marceau; él, Buster Keaton. Más aún: un duelo actoral de Laurence Olivier y Michael Caine, toda la elegancia puesta en lo gestual sin caer en la exageración del mimo.

Con los ojos hablábamos. El leia el ''Avui'', yo, ‘’El Mundo’’. Compartíamos comidas (cuando se come, no se habla; es de mala educación); comíamos lengua a la vinagreta y yo pedía facturas y me las comía; él las pagaba con la mejor coherencia semántica catalano-argentina, escuchábamos tangos (cuando se escucha, no se habla), veíamos fútbol (como espectadores desapasionados)... ¿Para qué las palabras? .

Es tan importante no hablar, que si Judas Iscariote lo hubiera hecho, Cristo no moría en la cruz ni nos salvaba: la Redención sería palabra muerta (¿será Judas el verdadero Mesías?).

Si los que mandan en temas lingüísticos fueran más vivos, palabras como Spañya podrían sintetizar un triángulo idiomático reduccionista inglés[s]-castellano[ñ]-catalán[ny], en una verdadera confraternidad cultural. Ya que hinchan tanto los huevos con lo del bilingüismo... y la cacareada normalización (sobre todo para los niños y jóvenes).

Es de preguntarse escuchándolos hablar por la calle si ya están normalizados: ¡Está guay!¡Osti tú!¡Esto mola; que cabrón!¡Me cago en la puta! (o en la leche, o en la hostia)... ¿Sabrán algún día que el silencio es la mejor música del amor...? ¿No será mejor que se desnormalicen? También, con la cultura educativa que les ofrece la televisión oficial de la Generalidad..., verdadera apología de la violencia y la grosería. Hasta que un día en un restaurante me dije: “Esto de no decirse nada es bastante aburrido. No podemos seguir toda la vida así con este tipo. Lo voy a sorprender”.

Con el más cuidadoso acento catalán, le disparé de golpe: “Ton, t’estimo molt. La catalana, quan petoneja, petoneja de veritat”, haciéndome el gracioso.

En argentino me contestó cambiando el semblante: “No tenés palabra. Teníamos un pacto, ¿no? Sos un charlatán de mierda”. ¡El criollo parecía él! Y se fue, sin dar un portazo, porque como buen catalán no da portazos, ni nada. Salí a buscarlo. Estaba mustio, parado junto a un semáforo, con un paquetito envuelto en papel de plata; “Tomá, mi madre las hizo para ti. Ella sabe que te gustan mucho, y como en el Versalles no las hacen más...”. Eran unas tostadas con escalivada. ¡Qué arrepentimiento sentí!.

''Te gustaría acompañarme a la Argentina?- le dije. - ''No he perdut res''- contestó tajante. “¡Escolta maco! (sí, ya sé, dejemos el ''escuchame''; de majo, nada). Mirá, macho, espero no verte más ni en pintura (se me había subido la mostaza). Chau nene. Para mí sos campanada a mort, ciutat cremada. Déjese de homenajes a sus muertos. Después dirán que los argentinos somos necrófilos... Vuestro único símbolo real es la estrella de La Caixa, la guita. Falso, los catalanes más universales, por genética u oportunismo, fueron franquistas. Dalí, Samaranch, Monturiol, Josep Pla... Naciste entre el fuego y la sangre, a los márgenes de la gualda de España y tu ''senyera''. Tus abuelos eran negreros en Cuba, daban ron y látigo. Después se hicieron los románticos e ''inventaron'' el ''cremat'' y las habaneras, vendiendo como tradición cultural catalana lo que fue una brutal explotación de los negros. Y conste que te hablé con cariño verdadero, sin pensar si estaba en Barcelona o en Córdoba. Eras vos, Ton, en cualquier bar, en cualquier esquina, en cualquier ciudad, el que yo quise como mi amigo. Lo primero era integrarme contigo. ¿La sociedad? Me importa un pito. Vine a esta tierra anhelando un tipo como vos, prescindiendo de los demás. Pero veo que eres uno de los tantos “normalizadores del idioma”.

¡Qué joder! Pídanle a Johann Cruyff, que tuvo todo el tiempo del mundo para aprender el catalán, que lo hable, exíjanle que bien al pedo ha estado treinta años forrándose a expensas de la pelotita. Yo hace treinta y pico de años que estoy laburando acá, rompiéndome el orto y no tengo tiempo para estas iniquidades. O pídanselo a su hijo, que nació aquí y se llama Jordi. Hipocresía total: jamás se dignó a hablar vuestro idioma ni para decir “t’estimo” mientras se echaba un polvo.

Con un rubio y holandés no hay que meterse. Con “especies superclase” ustedes no se involucran: ¡se recontracagan! Pero llega un pendejo de diecinueve años como Saviola y le preguntan en catalán o le ponen un adminículo en la oreja para la traducción. Pobre pibe... No es forma de ganarse a una persona para la causa del idioma. Lo reducen a un cuerpo extraño, lo minimizan hasta ningunearlo, en seca síntesis de mala educación. Sois unos aprovechadores de mierda. ¿Por qué no les dicen a Cruyff o a Messi: “Tú entiendes el catalán, ¿no?”? Es que nos sale sin darnos cuenta, pero no con ellos. ¡Hay que ser coherente! No es de forma prepotente y presionando a las personas que se las integra. Una cosa es el catalanazo y otra es la catalanidad hecha desde la concordia y la verdadera comunicación humana, que nace del entendimiento sin palabras, como nuestra amistad, Ton, como el amor. Tengo razón, amic meu, i tant, i tant!

Si sólo bastan dos cosas para entenderse en otros idiomas: ''¿d’acord, ok, capito?, fes-me un baci, mon amour, please; tengamos un fill...'' Así nacieron muchas familias a través de estas síntesis idiomáticas, que al fin son mágicas palabras sin necesidad del preceptor de lenguas. Y gracias a vuestras mujeres se dio la xenofilia más perfecta en cualquier noche loca al conjuro de las olas del mar, sin importar la procedencia sino la necesidad de amar.

Todo lo demás, política pura, donde las palabras no sirven, sino para transfundir intereses y demagógicas campañas nacionalistas. Esas hembras, inflamadas de catalanismo insobornable, sí permitieron la integración desde el prisma de la pasión, el afecto y la entrega mezclados en mágica coctelera a la hora de mover el esqueleto bajo el son de una salsa caribeña o una rumba catalana.

Corté mi monólogo acusatorio. Pobre Ton. ¿Quién era yo para enjuiciarlo después de todo? Sobrepujando su airada indignación, me contestó con altanería imitándome en el deje argentino de los nervios que tenía:

“¿Te creés cantor de tangos, Negro piojoso? Te viniste cagando de allá para que no te tiraran al mar. ¿Viste?” - me dijo imitando a los porteños.

Desapareció de mi vida... ¡Con lo bien que nos llevábamos! Con el tiempo, me enteré que ni siquiera se llamaba Antón, sino Gastón. La seva mare, la señora Güell, para ahorrar gas, usó sólo el apócope Ton.

Pasaron unos tres años... Un día recibí una carta y cuanta mi sorpresa… Era de Ton Güell.

''Querido Negro Rodríguez,

La perla negra, ¿Qué extraña parábola se oculta en ese nombre? Un apellido del pueblo, Rodríguez, que apunta hacía la élite, la esencia, lo selecto, la perla, pero que arrastra consigo su filogénesis en el oprimido, el pobre, el marginado, en un resumen claro conciso y contundente: negra.

Pero tu eres así, negro Rodríguez, y eso es inevitable. Tu plática, tu trabajo, tu mecenazgo, tu experiencia, tu proyección futbolística cabalgan a la grupa de un caballo ambiguo, híbrido, indefinido, que lo tiene todo sin que le dejes llegar a ninguna meta. Tu eres el médico internista que dirige la orquesta sin perder la batuta, pero también para eso juegas demasiado retrasado y no te llamás Franck, claro.

Además, negro, la orquesta se dirige de espaldas al público y tu juegas al revés: tratando de conseguir la pirueta imposible de una bola fácil como si se tratará de una frase tuya, alambicada y brillante, y eso es casi imposible. Quizás por eso, negro, te sobra espacio, ambigüedades.

No se puede estar al mismo nivel en la oratoria, la palabra escrita, la música, tu profesión, el fútbol y no sé qué otras sorpresas, que en un segundo, eres capaz de despertar del tarro de tus posibilidades. Tus fronteras, negro, son demasiado extensas y vigilarlas debe ser para ti un desgaste extenuante.

No sé, negro, como coronas la noche, pero no creo que te queden muchas fuerzas, te falta mojarte el culo, auparte en un salto prodigioso, en una arrancada meteórica dejando atrás a Tirios y Troyanos para lanzarte en pós de un gol, uno solo, que quede grabado en los anales de la vida como ejemplo de enciclopedia pagada a plazos y al alcance de todos...

Sin embargo, negro, ¿quizás nos podría contestar como aquella mujer que estaba en la cama con su novio y al decirle éste que no era virgen, respondió ''¡Toma, ni tú San José! ¿Pero aquí hemos venido a culiar y a pasarlo bien o a montar un belén??''.

En este tango el protagonista le implora a un viejo amor que le hable luego de tres años. Qué hermoso debe ser que te llenen un vacío espiritual con palabras evocadoras de algo que se refiere a sus ''ojos negros que lloraban por mí''.

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