
¿El Concejo Deliberante al Orfeo?
Llevar el Concejo Deliberante al domo que no puede perder la ciudad es la idea superadora que todos estaban esperando.
CÓRDOBA


¡Buen día, amigo lector! Qué semana que hemos tenido con las elecciones en Estados Unidos. Yo sé que hay mucha gente a la que no le importan ni siquiera las elecciones nuestras, pero medio que eso es como ver la Champions: siempre va a ser mejor que un Instituto-Juniors. Además, siempre hay algo para aprender de las democracias consolidadas que procesan sus conflictos a través de las instituciones.
Mientras el destino del mundo se jugaba en esa contienda, acá nuestros concejales se trabaron en un debate trascendental para la vida de la ciudad, dando muestras de un impecable civismo y visión a futuro: ¿qué se hace con el Orfeo?.
No espere que le dedique tiempo a la letra chica del proyecto de la polémica, a los sesudos argumentos jurídicos que esbozaron algunos opositores para cuestionar el posible resultado del cambiazo, ni la actitud de meter gato por liebre cuando ya habían arreglado otra cosa. No. Nada de eso va a empañar lo verdaderamente importante.
Señores concejales, señoras concejalas, señoros concejalos: vengo a proponerles el verdadero proyecto superador, que resolverá todas las antinomias y dejará satisfechas a todas las partes (salvo, claro está, a los contribuyentes). Lo que hay que hacer para justificar cualquier cosa que se quiera hacer con el Orfeo, es pedir que hacia allí se mude el Concejo Deliberante.
Piénselo por un momento.
Primero, se resolvería este tema de andar pagando alquiler. Seguramente el costo de mantenimiento del domo sería altísimo, pero nada de eso importa cuando se tiene una fuerza laboral municipal tan capaz y eficiente para llevar a cabo esas tareas (siempre respetando refrigerios, horas extras, asuetos por el día del criollo, cupo trans, cupo femenino, imposibilidad de cambio de funciones, estacionamiento liberado y plus por desarraigo por tener que dirigirse a Alto Verde).
Segundo, avanzaríamos en la descentralización de la ciudad, llevando la vida cívica hacia fuera del centro (dificultando además las protestas). Nada de andar metiéndose en el medio del hormigón: hay mucho espacio verde, pasa el ferrourbano de Ricardo Jaime por la puerta y está a nada de la Circunvalación. Los barrios también son parte de la ciudad, ¿vió?.
Tercero, el dueño del lugar haría su negocio, logrando lo que pretende que pase: ganar plata con algo que hoy le cuesta una torta de billetes (no por la emisión, sino porque realmente le cuesta mucho dinero). Los conservacionistas, que no quieren más torres, triunfarían en su cometido de que todo siga como está. Los comerciantes de alrededor también podrían seguir viviendo de ese polo fagocitador de hidratos.
Cuarto, habría tribuna para ver los agudos debates en los que concejales muy preparados exhiben sus dotes oratorias para impresionar a la gente. Ya me imagino que se empiecen a conformar las hinchadas, haciendo la barra a los que mejor defienden los intereses de los cordobeses. De yapa, los vendedores de coca y praliné van a poder seguir haciendo una moneda.
Quinto, ya que está eso ahí, quizás se podría armar un centro cultural autogestionado por algún colectivo de artistas cordobeses, con el conveniente subsidio al arte que nos llena el alma. También se podría prestar para que los clubes de barrio vayan a jugar fechas de los torneos que se juegan por la camiseta a la orilla de la Circunvalación o las plazas de barrio. ¿Se imagina que cada fin de semana se disputen esos trabados encuentros de Fútbol Infantil?.
¡Ese Orfeo es un mar de posibilidades para todos los cordobeses!.
Supongo que no hace falta que lo diga, estimado, pero por las dudas lo aclaro: todo lo anterior es irónico. Sin embargo, ¿cuánto faltará para que salga alguien a proponer algo tan costoso como eso, bajo las mismas ridículas justificaciones de más arriba y pese al largo historial de municipalizaciones poco convenientes para las arcas públicas?. Ni nos sentemos a esperar. No debe faltar mucho.
Fuente: Alfil Diario. Cuerpo de la nota: Por Javier Boher




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