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Héctor Vicente Rivadero: El zurdo más derecho que conoció Córdoba

El zurdo llegó al aeropuerto de Barajas en Madrid y ante la mirada inquisidora de los agentes de aduana que le preguntan cual es el motivo de su viaje, les dijo: "Vengo a chupá!"

PARA LEER EN PANTUFLAS 11/10/2020 José Ademan Rodriguez
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Se imaginan Uds. un tipo que llega al aeropuerto de Barajas en Madrid y ante la mirada inquisidora de los agentes de aduana que le preguntan cual es el motivo de su viaje a España, les dice: "Vengo a chupá!"

- "Ah bueno, pase señor" le respondió con toda solemnidad el el agente, devolviéndole su pasaporte.  Esa anécdota le pinta a Héctor Vicente Rivadero alias el Zurdo, tal cual era, uno de los cordobeses más singulares, talentosos y sabio, emblema del área peatonal (y que ya van a hacer dos años que nos dejó).

Todavía no sabemos bien como fue el desenlace: si le salió mal la broma de jugar a morir, agitando las manos como alitas o si en un descuido se le escapó la vida por el agujerito de su garganta operada... o si se le gastó el corazón de tanto usarlo... o si como buen cabulero, se le cayó la chirola que hacía rodar sobre la mesa del bar Bon-Q-Bon... o si en el último round de su vida, el viejo gong del Córdoba Sport Club, se negó a sonar para salvarle. ¿O Diós se despistó? Vaya a saber. Es que el Señor no da razones cuando prepara las tormentas y los viajes al otro barrio. Y eso que era muy creyente el zurdito ya que Santos Vega era su santo favorito...
Pero ni las musas de la madrugada acudieron para ayudarle. Dicen que el olvido son esos hierbajos que crecen cerca de las tumbas y el zurdo aún camina con nuestros pasos pero al irse, muchos interrogantes que nos plantea la vida se quedaron sin respuesta. Sin él, cuesta inventar recuerdos nuevos, porque era la sorpresa permanente.


Somos el tiempo que nos queda. Hemos logrado nuestro objetivo: llegar a viejos. Con sus dos recursos compensatorios, comer y recordar. Si el temor nos golpea las puertas, el Zurdo, abría las ventanas para que entre la luz y la música. Fue un renovador, alquimista de lo insólito. Se nos fue antes, pero le advirtió al Negro Adéman:"Cuando vo te mueraí, y el diablo te mande a comprá carbon, io te vuá a esperá en el borde de una nube y no' piramo junto". Premonitorio...
Se conformó siempre con lo que la vida le dio. Siempre  fiel a su Talleres, el de la "Wanora", y del Daniel y a Alfredo D'Angelis. Su heladera atada con un cable, siempre repleta, con un pollo y decenas de porrones. En su pieza, adosado a la pared, un corpiño promiscuo, una foto con el gordo Troilo y el retrato de la Rosa, su "liona". Esa piecita era del tamaño de su humildad y nos permite imaginar lo feliz que se halla el hornero con su casita de barro, dónde nunca buscará camas que no son el olor a ajo y perejil! Cuando en un hogar falta ese olor. el marido buscará camas que no son las suyas. El zurdo recreaba una familia para los solitarios. Todavía está rondando en el cielo de acuarelas del patio-jardín del Negro Taborda, donde, a la enanita de yeso se le cayó la pintura esperando su beso de despedida.


Fue un adelantado. Se iba todos los inviernos a Barcelona, cuando el parque olía a resina mal quemada... a buscar el sol para dorarles el alma a los que se olvidaron de la risa, siempre pregonando su fe pagana... sin gritarla. Ya de por sí sabía, sin libros de auto-ayuda, porque no conocía el estrés ni el temor al mañana, así naturalmente. Ya nació sabio. Jamás, nada ni nadie le iba a quitar el sueño. No tenía preocupaciones ni remordimientos, como algunos que se mandan cagadas y luego no pueden dormir. Y cuando no podía pegar ojo, era por la preocupación que sentía por un amigo al que le ocurría algo! Porque si le tocaba a él, ya sabía cómo afrontarlo. Eso es amor. No la relación de pareja ni cosa por el estilo, que después dicen "se me fue el amor". A él, nunca se le fue el amor! Porque el amor era parte de él. Pues así como es el hombre el que pertenece a la tierra y no la tierra al hombre.
Amor para el zurdito era dibujar a Dios con sombrero y bigotes en los cuadernos de los niños.
Amor era soltarnos los muñequitos que todos llevamos dentro.

"Cuando vo te mueraí, y el diablo te mande a comprá carbon, io te vuá a esperá en el borde de una nube y no' piramo junto"


Fue un libre pensador, transgresor y subversivo a las costumbres. La valentía es la religión donde nació. Hombre total que a pesar de su estatura sabía llevar bien altas sus lágrimas. Él solito se las rebuscaba en el rincón de un silbido. A eso de las seis de la madrugada, las almas sensibles aún escuchaban su chiflido "shshttt shshttt".
Aprendió a leer en la cara de los demás con sus ojitos de adivinar intenciones viejas. Dicen que amaestraba a los gorriones para que canten en las ventanas de los enfermos sentimentales. Enseñaba a bailar a los que andamos con el paso cambiado. Era el lujo bailar con el Zurdo. Las señoras se sentían Ginger Rogers en brazos de Fred Astreid.


Fue demasiado niño para crecer y demasiado sabio para ponerse triste. No fue un vendedor de lotería, fue un mago bailarín con billetes de la suerte (y nos dio la suerte de conocerle a él).
Se inventaba un circo para divertir a los aburridos y era un surtido de alegría desde la perspectiva del dolor. Dicen las almas sensibles que a la hora del canto de los grillos, cuando los pájaros del parque Sarmiento comienzan a volar bajo, lo vieron montado en un poney de calesita, con un birrete de papel de diario en la cabeza, una cerveza en la mano y un criollo en el bolsillo liderando una pandilla de niños; remontó el vuelo en la Avenida del Dante para enseñarles el camino de las estrellas, y donde regalarle unos billetes a Dios por si éste quiere seguir jugando con la suerte de los mortales. 

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