Forma y sustancia: una defensa de los modos presidenciales

OPINIÓN Damián Arabia*
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En el debate público argentino existe una discusión recurrente sobre los “modos” del presidente Javier Milei. Se lo acusa de estridencia, de lenguaje provocador, de romper las formas. Sin embargo, esa crítica —sólo estética y nada institucional— omite un dato central: el respeto irrestricto a los principios republicanos que ordenan nuestra democracia.

No hay un solo acto de gobierno de Milei que haya vulnerado el Estado de derecho. No ha intentado controlar el Poder Judicial, no ha perseguido opositores, no ha restringido libertades individuales. Muy por el contrario, su tarea sistemática es la de achicar el Estado y, con ello, su propio poder. El mejor ejemplo es su vínculo con el periodismo: una de sus primeras decisiones fue eliminar la pauta oficial, ese mecanismo opaco por el cual el Estado compraba silencio o adhesión mediática. Al suprimirla, el Gobierno no sólo no restringió la libertad de expresión: la garantizó en su forma más pura.

Conviene hacer memoria. Si los modos son motivo para debatir liderazgos, entonces deberíamos empezar por revisar frases como la de San Martín, dispuesto a luchar “en pelotas como nuestros hermanos los indios”. O el estilo incendiario de Domingo Faustino Sarmiento, que no solo insultaba sin tapujos a sus adversarios —“bestias con forma humana”, llegó a decir—, sino que consideraba al lenguaje fuerte una herramienta de batalla política. Para él, las formas suaves eran funcionales al atraso. Y si algo caracterizó al siglo XIX argentino fue justamente el uso de formas intensas para construir una Nación en medio del caos.

Max Weber distinguía entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Milei, a diferencia de muchos de sus predecesores, asume el costo de sostener con convicción ideas disruptivas, aun sabiendo que implican una ruptura con la retórica convencional de la política tradicional. Pero en esa incomodidad discursiva hay una apuesta racional: cambiar estructuras de privilegio requiere tensión, y toda reforma real provoca rechazo del statu quo. No hay transformación profunda sin conflicto, como advertía Schumpeter al describir que la destrucción creativa no sólo dinamiza economías, también incomoda a quienes vivían cómodamente en el orden previo.

La Argentina no sufre por un exceso de frontalidad, sino por una historia de hipocresía de consensos. Nos habituamos a una dirigencia que hablaba en tonos amables mientras profundizaba prácticas clientelares, deterioraba la justicia y cooptaba el Estado. Es comprensible que un liderazgo que explicita el conflicto y rompe la inercia genere rechazo: expone lo que otros prefieren disimular. Y con ello, también corre las fronteras de lo posible.

En No me rompan las pelotas, mi libro, planteo que hay momentos históricos en los que el lenguaje debe correrse del protocolo para poder nombrar lo intolerable. Roberto Fontanarrosa lo decía sin solemnidad: el problema no son las malas palabras, sino los malos actos. Hay un punto en que el lenguaje llano no es una falta de respeto, sino un acto de sinceridad.

Más aún: las formas son las que permiten tensar la realidad, estirarla y hacer posible lo que parecía inalcanzable. Derribar privilegios, abrir debates vedados, cuestionar dogmas inamovibles. Hay cosas que están siendo posibles pura y exclusivamente gracias a sus formas.

No se trata, por supuesto, de elogiar el agravio por el agravio mismo. Se trata de comprender que la claridad, incluso la crudeza, es también una forma de transparencia política. Porque la democracia no exige cortesía: exige nitidez y sinceridad, para que los ciudadanos puedan deliberar con libertad y elegir con conocimiento.

Y en ese sentido, los modos de Milei, lejos de ser una amenaza a la institucionalidad, son el síntoma de una decisión de fondo: decir lo que otros callan, hacer lo que otros solo prometían, y tensar los márgenes de lo posible con palabras nuevas para realidades que ya no admiten eufemismos. En un compromiso inclaudicable con la verdad y lo genuino.

*Para www.infobae.com

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