"La recesión ha terminado y el país ha empezado a crecer", proclamó este jueves por la noche el presidente Javier Milei en la Cámara Argentina de Comercio (CAC). Los datos parecen darle la razón. "De aquí en adelante, todos los días seremos cada vez más ricos", prometió ante la audiencia que festejaba el centenario de esa entidad.
Más frases. A fines de septiembre le había dicho a Susana Giménez que "la economía tocó piso en abril o mayo, y desde ahora sólo habrá buenas noticias". ¿La felicidad está asegurada?
Para que una economía entre formalmente en recesión deben verificarse dos trimestres consecutivos de contracción de la actividad y para salir de ella, el proceso inverso. Junio, julio y agosto; septiembre, octubre y noviembre… ¿Ya estamos allí?
Por lo pronto, sin estadísticas concretas en la mano, puede afirmarse que lo peor de la crisis que el mismo Presidente empeoró con la desmesurada devaluación de diciembre quedó atrás y que la economía ya se comporta como si no fuera recesiva.
La racha positiva está cimentada en los efectos de un blanqueo que superó las expectativas, produjo un ingreso inesperado de dólares al sistema, propició una primavera financiera y hasta reactivó el crédito.
Sin embargo, las propias bases del programa oficial –el ajuste perpetuo; la cancelación de la obra pública; el ahogo financiero a provincias, universidades y complejos científicos, y las alas recortadas a los salarios– limitan su capacidad de despliegue.
Economía: la discusión se sincera
Buena parte de la patria política y periodística hizo cálculos durante demasiado tiempo sobre la hipótesis de inviabilidad política de la administración de ultraderecha. Esas presunciones quedaron definitivamente atrás, lo que abre la posibilidad de realizar evaluaciones más realistas y ubicar el eje de los acuerdos y los desacuerdos en el modelo de país que se pretende imponer.
Por otro lado, en el futuro aguardan los peligros mencionados reiteradamente en este medio: la veloz apreciación cambiaria que daña la competitividad de la economía y promete volver a convertir la balanza de pagos en un problema; el bajo nivel de reservas del Banco Central –que han mejorado, pero siguen siendo muy negativas en términos netos–, y ahora el plan económico de Donald Trump, que podría generar un aumento de tasas de interés en Estados Unidos y una salida brusca de capitales de los mercados emergentes rompiendo todo a su paso. Más incertidumbres.
Mientras, la nave va y no es poco para un gobierno que ya casi nadie tilda de débil.
Un rebote aún limitado y desigual y el festejo de Toto Caputo
El piso del que habló el Presidente ha dado lugar a una incipiente recuperación, poco robusta por la debilidad del consumo privado y también desigual: hay sectores que empiezan a rebotar, mientras que otros todavía esperan.
El Gobierno espera para el año próximo un crecimiento del 5%, considerado razonable por algunos especialistas y algo exagerado por otros. Como sea, cuando ese tema sea puesto sobre la mesa, habrá que recordar el modo en que la bajísima base de cálculo de 2024 inflará los números de una realidad que probablemente no dé para tirar manteca al techo.
Por lo pronto, la industria en general creció en septiembre por tercer mes consecutivo, aunque sigue aún sumergida en las mediciones interanuales. Cal y arena: la actividad fabril trepó 2,6% en relación con agosto, pero el dato interanual dio negativo en 6,1% y el acumulado del año también sigue en el debe, con 12,7%. Que la caída se vaya haciendo más suave en comparación con 2023 conforme pasan los meses indica que se ha comenzado a crecer y que la recesión se termina.
En tanto, también la construcción comenzó a dar señales de vida: mejoró 2,4% en septiembre, pero la caída interanual sigue dando vértigo… ¡en torno al 30%!
Magnitudes y sensaciones térmicas aparte, el momento alcanza y sobra para que Toto Caputo salga a festejar.
La clave de la desinflación
Con un equilibrio fiscal que se consigue sobre todo en virtud de una inclaudicable vocación por pisar el gasto público –nada menos que –29,7% real entre enero y el mes pasado, según Analytica–, el Gobierno se da el lujo de ralentizar el sendero previsto de retirada de los subsidios a la luz y el gas. Es mejor no tirarle más de la cola al tigre del humor social.
Eso, sumado a la languidez sostenida de los tipos de cambio –otra tendencia inducida, tanto por los efectos del blanqueo como por el cepo, la promoción de la bicicleta financiera y la intervención pura y dura en los mercados– hace que la desinflación, al menos por el momento se sostenga.
Otro cantar será cuando el Gobierno deba abordar el problema del atraso cambiario –algo para nada inminente–, cuyo impacto dependerá no sólo de la magnitud de la devaluación del peso que se produzca, sino también de la capacidad del Banco Central de controlar el proceso.
El índice de inflación de octubre difundido por la Ciudad de Buenos Aires bajó del 4% de septiembre a 3,2%.
El augurio es positivo para el IPC nacional que el INDEC divulgará el próximo martes –que suele dar siempre algo más abajo–. Este se ubicaría en el 3%, y Milei y Caputo sueñan incluso con un "dos y pico" que les brinde nuevos argumentos para asegurar que su plan funciona y recursos políticos para seguir comprando tiempo ante una sociedad que, en buena medida, encuentra en ese hecho una justificación a sus penurias.
El desglose del IPCBA, con todo, entrega matices. Los rubros Alimentos y bebidas no alcohólicas, Transporte e Información y Comunicación fueron los únicos que evolucionaron por debajo del promedio, mientras que todos los demás lo superaron, en especial los que más comprometen a las familias de clase media. Esto explica que la sensación térmica respecto de los precios varíe tanto sobre cada piel.
Son los ingresos, Javier Milei
Cuando el barullo de la megainflación se disipa, emerge la realidad de los ingresos. Eso es lo que empieza a doler.
El terremoto inflacionario de diciembre último y sus réplicas en los meses subsiguientes les generaron pérdidas severas a quienes viven de su trabajo actual o pasado –los jubilados–, lo que explica que no lleguen a percibir las mejoras mensuales que Milei proclama en cada entrevista que le realizan sin repreguntas.
Hay datos concretos que no invitan a la alegría. El consumo de carne es el menor de los últimos 24 años, mientras que el de yerba mate es el más bajo de los últimos nueve. ¿Qué realidad describe el anarcocapitalista?
De acuerdo con el economista Federico Pastrana, "ya no alcanza con bajar la inflación para mejorar los ingresos y disminuir la pobreza" y, de hecho, "desde agosto se frenó la recuperación" de los salarios en blanco en el sector privado, lo que convierte el optimismo de la voluntad presidencial en la descripción de un flash instantáneo.
De los sueldos de los trabajadores estatales mejor ni hablar y los informales sufren su falta de representación sindical.
En un hilo de X muy interesante, Pastrana concluye que "la dinámica de los ingresos le está poniendo límites a la recuperación de la actividad".
"Con ancla salarial y desinflación lenta, olvidate de una recuperación salarial. Un ejemplo es lo que vemos para octubre: aun con una inflación mensual en 3%, los salarios apenas crecen. Los acuerdos mensuales son cada vez más bajos y la diferencia con la inflación mensual, pequeña", cierra.
La conclusión es que nada cae eternamente, que las bases de cálculo bajas que generan las recesiones provocan, casi como un fenómeno físico, números positivos en algún momento. El problema, en todo caso, es el modelo. El de Milei es uno de baja intensidad en el consumo y, por ende, en el crecimiento general de la economía.
La Argentina que viene parece destinada a crecer sostenidamente en un haz limitado de actividades –agro concentrado, hidrocarburos, minería y algo más– y a presentar desempeños mediocres en las que deberían generar más empleo.
* Para www.letrap.com.ar