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Una oposición adolescente, entre Dr. Jeckyll y Mr. Hyde

OPINIÓN 12/01/2022 Fernando Laborda*
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Tras el promisorio sueño con el que se durmieron en la noche electoral del 14 de noviembre, muchos argentinos se encontraron al despertarse con que los dinosaurios seguían allí. Y advirtieron que no pocos de ellos habitaban en las mismas fuerzas políticas a cuyo triunfo habían contribuido desde las urnas. Comprobaron en carne propia y con decepción que en la Argentina todo puede cambiar de un año para otro, pero que ninguno de sus vicios parece cambiar en el largo plazo. Cada año que pasa, el mundo deja atrás 365 días, mientras nuestro país parece retroceder décadas. Le sobra pasado. 

Recientes actitudes de dirigentes de las dos principales coaliciones políticas invitan a preguntarnos hasta cuándo seguirá atrapada la Argentina en su Día de la Marmota, como en la recordada película de 1993 dirigida por Harold Ramis, donde su protagonista, encarnado por Bill Murray, se despierta cada día reviviendo lo mismo que el día anterior. Los argentinos vivimos un tiempo circular donde hasta los republicanos terminan mimetizándose con la prácticas del populismo que dicen haber venido a combatir.

En menos de una semana, dos diputados nacionales de Juntos por el Cambio se fueron a Disney o a Europa, relegando sus compromisos legislativos y permitiendo que el kirchnerismo impusiera su proyecto de ley de bienes personales, y muchos más legisladores bonaerenses de Juntos votaron la virtual perpetuación de los jefes comunales y aprobaron el presupuesto provincial de Axel Kicillof, que aumenta el gasto público, el empleo estatal y las prerrogativas de la casta política.

No solo se mostraron incapaces de frenar la voracidad fiscal confiscatoria que intenta imponer el gobierno de Alberto Fernández y los privilegios de la clase política, incluida su eternización en el poder, sino que fueron cómplices de ello. Seguramente, esos dirigentes de la oposición tendrán oportunidades para renovar la confianza que les brindó su electorado y que rifaron en pocos días. Pero deberán esmerarse mucho para que ese pacto basado en la previsibilidad de sus actos no termine desmoronándose.

Juega a favor del statu quo la ingenuidad de algunos representantes de la principal fuerza opositora ante el peronismo. Nada justifica, de acuerdo con los mezquinos intereses de los sectores corporativos, poner en riesgo su negocio permanente, que no pasa por vivir en un país normal, sino en uno pensado para prolongar sus privilegios y vivir de espaldas a las necesidades y prioridades de la población.

La perpetuación de los intendentes bonaerenses en sus cargos, con los barones del conurbano a la cabeza, en un trámite parlamentario exprés, es un ejemplo del éxito de aquellos privilegios corporativos.

En la misma jornada en que se aprobó la posibilidad de otra reelección para esos jefes comunales, el oficialismo logró, con el aval de legisladores de Juntos por el Cambio, la sanción del presupuesto 2022 de la provincia de Buenos Aires, cuyo dato saliente es la incorporación de 25.450 cargos públicos. ¿Puede considerarse que a esos legisladores de la oposición los une el cambio?

Puede decirse que luego de su derrota electoral, el kirchnerismo consiguió su mayor triunfo desde el punto de vista simbólico. Quedó el mensaje de que tanto unos como otros están igualmente aferrados al poder y privilegian sus intereses particulares por encima de las instituciones y el bien común. Tras las negociaciones en las que participaron notorios dirigentes de la oposición para permitir una nueva reelección de intendentes, al menos en no pocos memes que circularon en las redes sociales, Juntos por el Cambio pasó a ser “Juntos por el Cargo”. Al kirchnerismo no le afecta casi nada una mancha más, pero a la oposición le significa mucho. Casi tanto como una traición a sus votantes.

Quedó evidenciada, además, la falta de un liderazgo claro en Juntos por el Cambio, capaz de representar y asegurar el deseo de un electorado harto de los abusos de poder y de los intentos de perpetuación.

Con la ausencia de los dos diputados que viajaban por el exterior cuando se debatía el crucial proyecto de Bienes Personales en el Congreso; con las desinteligencias frente al conflicto que desataron los intendentes bonaerenses, que se arrastran desde la deficiente reglamentación de la ley que restringía su reelección en tiempos en que gobernaba la provincia María Eugenia Vidal, y con la sorpresiva aparición de una senadora riojana que, pese a llegar a su banca a través de una lista de Juntos por el Cambio, acompañó al kirchnerismo para garantizarle el quorum, quedaron de manifiesto también las ineptitudes operativas de la principal coalición opositora.

Queda flotando un interrogante: ¿saben los supuestos líderes territoriales del cambio a quiénes han incorporado en las listas de candidatos? ¿Es posible que descubran al mismo tiempo que la ciudadanía que algunos de los integrantes de esas listas no estaban en condiciones de cumplir su deber? ¿Dónde quedaron los controles de calidad?

La necesidad de vertebrar liderazgos surge con claridad a partir de estos desaguisados internos. Pero, como apunta el filósofo Santiago Kovadloff, ese proceso debe producirse a través de un camino que no caiga en la política de conventillo. Postularse como líder de un espacio político mediante la descalificación del adversario tan solo constituiría la reivindicación de una vieja cultura política que es rechazada por los ciudadanos de bien.

Kovadloff nos recuerda que ética y política no son sinónimos, por cuanto la ética se basa en principios no negociables y la política exige la negociación permanente. Pero lo que distingue a los dirigentes éticos es la capacidad de conciliar la búsqueda de consensos con aquellos principios inamovibles: entre ellos, la democracia republicana, la división de poderes, la independencia de la Justicia, la educación para la formación de ciudadanos y la necesidad de un gobierno limitado.

Los dirigentes de Juntos por el Cambio se comprometieron durante la campaña electoral a no crear nuevos impuestos ni aumentar los tributos ya existentes. La reciente firma del Consenso Fiscal, diseñado por el gobierno nacional para impulsar el gravamen sobre la herencia y habilitar incrementos de impuestos regresivos y distorsivos como Ingresos Brutos y Sellos, fue acompañada por los gobernadores radicales de Jujuy, Gerardo Morales; de Mendoza, Rodolfo Suárez, y de Corrientes, Gustavo Valdés. Todos ellos se preocuparon por aclarar que no crearán nuevos impuestos ni subirán los actuales. Horacio Rodríguez Larreta se diferenció aún más, negándose a firmar ese acuerdo; proceder de otro modo hubiera implicado renunciar a la demanda de la ciudad de Buenos Aires contra el Estado nacional por el recorte de recursos de la coparticipación federal que sufrió el distrito porteño para destinar fondos a la policía bonaerense. El electorado que favoreció a la oposición estará muy atento a los próximos pasos de esos mandatarios, habida cuenta de que, como nos enseñara José Ignacio García Hamilton, cuanto más grande es el sector público y más practican los gobiernos el clientelismo político y la dádiva, más difícil es sobrevivir para quienes no entran en el sistema de prebendas.

La reprimenda de parte de la sociedad a cuestionables comportamientos adolescentes de dirigentes opositores se ha hecho sentir. La ciudadanía no tolerará advertir el semblante del oficialismo en las decisiones de la oposición, como si descubriera la malicia de Mr. Hyde en la conciencia del Dr. Jeckyll. Quiere ver, de una vez por todas, un poder político sujeto a la ley, como en las repúblicas democráticas, y no una ley sujeta al poder político, como en las autocracias populistas.

 

 

* Para La Nación

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