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Ganancias y la fórmula Massa: para impulsar el consumo antes de la elección, reflota una vieja estrategia

La iniciativa generó dudas en todos los planos. Para los economistas será una reforma distorsiva. Y el kircherismo duda de su efectividad electoral

ECONOMÍA 10/02/2021 Fernando Gutiérrez*
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"Todo tiene que ver con todo", le gustaba repetir a Cristina Kirchner en sus días como presidente para justificar sus medidas económicas más polémicas. Y, a juzgar por las decisiones que está tomando el Gobierno, esa misma premisa se mantiene.

Una de las pruebas más contundentes al respecto es el proyecto para aliviar la carga del Impuesto a las Ganancias sobre los asalariados de clase media.

Y está claro que no se trata de una medida que se tome precisamente por la holgura fiscal –de hecho, el ministro Martín Guzmán prometió recortar dos puntos del déficit, un monto que al mercado le parece poco y aun así es difícil de conseguir-.

La recaudación impositiva subió cinco meses seguidos por encima de la inflación, pero para los funcionarios es un dato agridulce porque muy poco de ese aporte es por el IVA, el impuesto que refleja cuando hay consumo. Mientras la suba promedio es del 46%, el IVA lo hace al 28%.

Por otra parte, los funcionarios festejan el rebote en la industria –con sectores que alcanzaron picos de 20% sobre fin de año-, pero las ventas minoristas siguen en caída libre. La última encuesta de CAME –representativa del universo pyme- marcó un bajón de 5,8% contra enero del año pasado, que ya de por sí era un momento flojo.

Y, mientras el Gobierno intenta impulsar su programa de cortes populares para la carne, la estadística muestra la cruda realidad: el consumo está en su mínimo histórico, con 50 kilos anuales por habitante. El salario mínimo equivale a 30 kilos de asado, mientras el promedio da para comprar 119. Par la franja de menores ingresos, implica la caída de 50% respecto del nivel de hace dos años.

Buscando herramientas pro-consumo

Todo este cóctel trajo como consecuencia que el Gobierno se propusiera corregir el gran dilema del 2021 electoral. El Fondo Monetario se muestra comprensivo, hay en el mundo un nuevo boom de los precios agrícolas que beneficia a Argentina y encima aparecen señales de que la economía puede tener un rebote fuerte –algunos funcionarios se animan a hablar de un 8%, bien por arriba del 5,5% de la proyección oficial-. Pero, aun así, el malhumor social se sigue notando en las encuestas.

Cristina había dado su diagnóstico: para que el crecimiento económico tuviera sentido político tenía que estar motorizado por el consumo. Y eso significaba alinear precios, tarifas y salarios. En otras palabras, tomar las medidas necesarias para que se produjeran las necesarias transferencias de renta desde algunos sectores "privilegiados" a otros con problemas.

Las dos herramientas fundamentales para ello son la intervención en la cadena comercial –incluyendo, sobre todo, la exportación agrícola- y también cambios impositivos con un criterio de "progresividad".

En otras palabras, que para que un resultado de la AFIP sea realmente festejable, el impuesto de mayor crecimiento tiene que volver a ser el IVA, porque será el síntoma de que la gente volvió a consumir.

Hoy se está muy lejos de ese objetivo: la meta oficial es que este año el IVA tenga un crecimiento de 46% -el doble de lo que creció en 2020- y represente el 29% del ingreso fiscal total.

Y la conclusión a la que llegó el Gobierno es que, para pagar más IVA, una parte sustancial de la población tiene que pagar menos Ganancias.

Ambos impuestos son como el agua y el aceite: el IVA sube sólo cuando la economía va bien, mientras que Ganancias aumenta su relevancia relativa cuando hay crisis, sobre todo, cuando hay inflación alta, porque mientras el resto de los impuestos ligados a la actividad cae, los ingresos siguen subiendo nominalmente –por el efecto de la falta de ajuste por inflación-.

Recuerdos del 2013

Si hay alguien que tiene muy claro la influencia política del Impuesto a las Ganancias es Sergio Massa. Después de todo, su gran surgimiento –cuando le ganó al kirchnerismo en las legislativas del 2013- fue en un momento en el que había un gran malhumor social por el crecimiento de Ganancias.

Massa fue uno de los que tomó la bandera por ese tema: la denuncia era que la inflación había distorsionado la economía de tal forma que un impuesto que en un principio había sido pensado para individuos de altos ingresos, había terminado afectando a la clase media.

En números, eran un 25% de los asalariados los que pagaban Ganancias en ese momento. Y el principal síntoma del malestar generado por ese impuesto fue que cambió la prioridad de reclamos sindicales. Hugo Moyano, que lideraba uno de los gremios que más había mejorado el ingreso, empezó a preocuparse más por las Ganancias que por las paritarias, porque sabía que de nada servía ganar algunos puntos porcentuales de aumento que luego serían licuados por el Impuesto.

Fue entre 2012 y 2015 que se produjeron las mayores manifestaciones sobre este tema, bajo el eslogan "El salario no es ganancia".

Y había tal unanimidad social al respecto que coincidían en esa crítica Massa, Moyano y Mauricio Macri.

Pero Cristina se negaba a revisar el tema. Su argumento era que apenas afectaba a una élite de asalariados de alto nivel y que, sin esos ingresos, le resultaría imposible financiar el costo fiscal de ayudas como la Asignación Universal por Hijo. Fue allí cuando surgió el debate respecto de si un verdadero peronista debía defender o combatir el polémico impuesto.

Lo cierto es que Cristina sufrió un duro castigo en las PASO de agosto de 2011. Y, a regañadientes, terminó accediendo a una mejora que, de los 2,4 millones de contribuyentes que pagaban Ganancias, exoneraba a 1,5 millón por la vía de un súbito aumento del "mínimo no imponible".

En aquel momento, la oposición acusó al gobierno de "robar" una propuesta de los otros partidos, y de hacerlo además con una clara intención electoral (porque Cristina dispuso que en los recibos de sueldo figurara como un ítem especial el descuento otorgado por el Gobierno).

Pero quien más duramente "chicaneó" a Cristina en esa campaña electoral fue Sergio Massa, que la desafió a sacar la medida por ley y no por decreto, de manera que se pudiera establecer un mecanismo de indexación automática para que la inflación no termine neutralizando el beneficio.

El resultado es conocido: en las legislativas de octubre, Cristina sufrió una dura derrota y Massa ascendió al grupo de los "presidenciables".

El olfato de Massa y las dudas kirchneristas

Ocho años más tarde, el debate se repite, pero con algunos cambios: por ejemplo, que quienes entonces eran adversarios, ahora están coaligados en un Gobierno con demasiados problemas fiscales.

No son pocos los kirchneristas que dudan sobre el resultado electoral de esta medida: si en 2013 se demostró que sólo se benefició a una clase media antiperonista y que en cambio el beneficio no llegó al pauperizado conurbano –que hizo saber su malestar votando a Massa-, ¿no se corre el riesgo de repetir la experiencia?

Incluso los kirchneristas de línea más radicalizada, como Luis D'Elía, insinuaron que detrás de la reforma hay una estrategia de Massa por empezar a reforzar un perfil propio, con apoyo mediático.

En medio de esa situación, ya empezaron las "chicanas" de ex funcionarios macristas, como el ex ministro Hernán Lacunza, que planteó que la reforma tributaria 2021 le bajará los impuestos a los de mayores ingresos mientras se los subirá a los pobres, dado que la proyección de inflación va en alza.

De momento, es tema para el debate interno y para el análisis de politólogos, pero por las dudas Massa no quiere correr riesgos. Con la reforma propuesta, se logrará que, con perfecto "timing" electoral, haya 1,2 millón menos de trabajadores y jubilados afectados por el impuesto, además de unos 100.000 beneficiados con un recorte.

En definitiva, el impuesto quedará concentrado en unos 700.000 individuos de altos ingresos –o, al menos, así se considera a quien perciba encima de $173.000 mensuales-, lo cual teóricamente va en línea con la promesa de "progresividad" impositiva.

Según el proyecto presentado por Massa, esto permitirá que se vuelva al promedio histórico en el que quienes pagaban Ganancias era 10% de la población. Y seguramente el dato que más tuvo en cuenta es que hoy, igual que en aquel 2013 en que logró su primera victoria electoral a nivel nacional, Ganancias está afectando al 25% de los asalariados en blanco.

¿Otra etapa de alta distorsión?

Ahora vendrán los debates, calculadora en mano, sobre el impacto fiscal de la medida. Hay quienes ya sostienen que, en realidad, no será tan alto como puede parecer a primera vista, porque lo que se pierda por la suba del "minimo no imponible" se recuperará con un mayor aporte en los segmentos más altos.

En todo caso, lo que queda claro es que en este tema jugará un rol clave el nuevo aporte extraordinario a las grandes fortunas, que compensará lo que pudiera perderse por la reforma de Massa.

Además, ya se oyen críticas sobre la falta de una fórmula que indexe automáticamente los nuevos valores de acuerdo al aumento del costo de vida. Curiosamente, lo mismo que Massa le reclamaba a Cristina en 2003

Para el economista Gabriel Caamaño, de consultora Ledesma, se trata de una reforma mal hecha: "Alícuotas marginales muy bajitas desde abajo y generalizando sobre todo el ingreso con deducciones preestipuladas".

Y hasta hubo quienes hicieron la comparación de la iniciativa de Massa con la recordada "tablita de Machinea", por su efecto distorsivo. El argumento es que, con el nuevo esquema, cada aumento de salario bruto tendrá un impacto proporcionalmente más alto en el descuento por Ganancias. En definitiva, que terminará funcionando como un incentivo a la evasión.

Pero aunque los economistas critiquen la propuesta –ya sea porque la acusen de electoralista, de fiscalmente irresponsable o de ir en contra de la supuesta "progresividad"- hay un primer síntoma de que el olfato político de Massa no está tan errado: los diputados de Juntos por el Cambio ya anunciaron que votarán afirmativamente la iniciativa.

Es, después de todo, un año electoral. Y el "manual del candidato en campaña" marca con claridad que, sea cual sea la posición ideológica, lo que está prohibido es meterse con el bolsillo del votante.

 

 

* Para www.iprofesional.com

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