Milei festeja el dólar barato, pero el mercado advierte por los riesgos ocultos para la economía

ECONOMÍA Fernando Gutiérrez*
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Javier Milei sorprendió al mercado, al adoptar una de las estrategias más arriesgadas para estabilizar la economía. Así como luego de asumir decidió bajar las tasas de interés, contradiciendo a la ortodoxia -y le salió bien-, ahora está favoreciendo la baja del dólar cuando todos esperaban un salto devaluatorio.

Pero esta vez se trata de un arma de doble filo, porque así como le permitirá corregir problemas y mejorar expectativas, también le crearán problemas potenciales en el mediano plazo.

Lo cierto es que, por más que el presidente y el equipo económico defiendan el argumento de que no son ellos los que bajan el tipo de cambio sino que son las fuerzas del mercado en el libre juego de oferta y demanda, el dólar no bajaría si no fuera por una política deliberadamente diseñada al respecto.

El propio Toto Caputo y sus funcionarios lo han explicado: al tiempo que se liberó el cepo, se propenderá a una fuerte restricción monetaria. Es decir, se buscará cumplir con el pronóstico que había hecho el ministro, en el sentido de que iba a llegar el momento en el que el dólar iba a ser la moneda abundante y el peso la moneda escasa.

La forma de lograr esto es mediante el manejo de las tasas de interés, y no resulta inocua para la economía. Ya en los primeros días se vio ese efecto: al subir el premio por quedarse en títulos en pesos y al desplomarse la curva del dólar futuro, se generan otra vez las condiciones para un "carry trade". Y, para el segmento de los pequeños ahorristas de plazo fijo, hubo una drástica suba de tasas de interés, liderada por el Banco Nación.

El hecho de que el dólar baje hasta el nivel previo al levantamiento del cepo ha generado sorpresa, pero mucho más sorprendente es la decisión de que el Banco Central no intervenga dentro de la banda de flotación, y que recién se compren divisas cuando el tipo de cambio caiga al piso de $1.000.

No es algo que haga por obligación, dado que el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional prevé expresamente que se compren dólares dentro de la banda para acumular reservas -en definitiva, el objetivo que más le importa al organismo, porque asegura el repago de las deudas-.

Con la inflación como meta prioritaria

¿Por qué Milei se niega a comprar dólares, arriesgando incluso que el tipo de cambio no llegue al piso de la banda y se quede sin comprar reservas? La respuesta es clara: quiere influir sobre las expectativas del mercado para que los inversores se convenzan de que el dólar no será negocio, al menos en el corto plazo.

La primera razón es obvia, y de peso: el gobierno se puso el objetivo de retomar el sendero desinflacionario. El inesperado 3,7% que dejó el IPC de marzo cayó como un manto de desconfianza sobre el plan económico. De hecho, las principales consultoras económicas corrigieron al alza sus proyecciones, y previeron que también en abril, mayo y junio se registrarán inflaciones por encima de 3%.

El temido fantasma del "pass through" se estaba manifestando en toda su crudeza -por más que Milei niegue su misma existencia-. Pero lo cierto es que ya el mismo viernes en el que se anunció el levantamiento del cepo hubo comerciantes que suspendieron las ventas -a la espera de saber cuál sería su costo de reposición-.

Y luego vino la saga de remarcaciones de precios y su posterior marcha atrás, en la pulseada pública que jugaron las grandes firmas alimenticias con los supermercados, y el mismísimo Toto Caputo haciendo de árbitro contra los aumentos.

Como suele repetir Milei, su "job description" marca, como tarea primordial, la baja de la inflación. Y desde ese punto de vista, -más aun considerando que este es un año electoral- fomentar una revaluación del peso es una medida que tiene sentido.

¿Más presión sobre los sojeros?

Pero la inflación no es el único problema de Milei. Además, necesita imperiosamente que los productores agrícolas cambien su actitud y empiecen a liquidar sus tenencias.

El gobierno ya había hecho un mal cálculo cuando en enero pasado anunció una baja temporaria de las retenciones -en el caso de la soja, de 33% a 26%- y esperaba que eso impulsara liquidaciones por más de u$s5.000 millones.

Eso nunca ocurrió, y las primeras reacciones de los productores tras el levantamiento del cepo estuvieron lejos del entusiasmo. Sigue habiendo quejas por un precio interno que no llega a cubrir los costos. E incluso para algunos la situación empeoró con el nuevo esquema cambiario, dado que, al desaparecer el "dólar blend", se encarecieron los insumos respecto del producto.

Según un cálculo de Marianela de Emilio, técnica del Inta y docente de Agroeducación, hay un potencial de ingreso de u$s8.964 millones desde ahora hasta el final de junio, cuando vuelven a subir las retenciones. Esa es la cifra a la que se llegaría si se produjera una liquidación en la misma proporción que la verificada a esta altura del año pasado.

Implicaría la venta de 14 millones de toneladas de soja -3 de la campaña del año pasado y 11 de la nueva-; más 10,6 millones de toneladas de maíz y 3 millones de toneladas de trigo.

Pero en las primeras jornadas post cepo se embarcaron un promedio diario de apenas 43.000 toneladas de soja, mientras que el promedio de la semana anterior había sido de 61.000 toneladas.

Con esos datos sobre la mesa, una política de caída del dólar podría incentivar a los productores a apurar las ventas, dado que la perspectiva es un precio peor a futuro para quienes guarden su stock en silobolsas. Ese es, al menos, el razonamiento que se hace en el gobierno.

El éxito no está asegurado, desde ya, porque puede haber productores que vean este tipo de cambio como un fenómeno apenas pasajero y esperen hasta ver una suba del dólar. No sería la primera vez, por cierto: ha sido la estrategia comercial -y política- del campo de los últimos 20 años.

La revancha contra los "econochantas"

Hay, finalmente, un tercer motivo de peso para que Milei se niegue a intervenir y celebre la caída del dólar. Tiene que ver con el ego que motiva a los economistas en los debates con sus colegas.

Después de haber publicado dos artículos en los que planteaba argumentos teóricos sobre por qué "el disco rayado del atraso cambiario" es un error conceptual, y después de varios discursos con dedicatorias personales a los "mandriles" y "econochantas", el presidente está disfrutando el momento.

No pierde ocasión de recordar los informes de consultoras que hablaban sobre un tipo de cambio de equilibrio sensiblemente por encima del actual, y se mofa de los pronósticos sobre que, tras el levantamiento del cepo, habría una corrida que llevaría al dólar sobre el techo de la banda y obligaría al BCRA a gastar las reservas prestadas por el FMI.

Esta pelea no sólo involucra a los habituales críticos de Milei, como Carlos Melconian, Roberto Cachanosky, Diego Giacomini y Marina dal Poggetto, sino que también alcanza a figuras cercanas al gobierno, como el ex ministro Domingo Cavallo y a expertos del exterior, como Robin Brooks, ex economista jefe en el Instituto de Finanzas Internacionales y estratega de divisas en el banco de inversiones Goldman Sachs, que pronosticaba una inevitable crisis devaluatoria.

"Argentina tiene un fetichismo extraño con su tipo de cambio del $/ARS. Se devaluó en diciembre, pero inmediatamente volvió a fijar el peso frente al dólar", afirmaba el economista, para furia del gobierno.

Más aun, la satisfacción de Milei es demostrarle su argumento al propio FMI. Al principio, las críticas se acotaban a ex funcionarios del organismo, como Alejandro Werner, experimentado ex director del FMI, quien escribió en un reporte: "Esta apreciación representa un riesgo significativo para el programa de estabilización basado en el tipo de cambio, especialmente considerando las reservas netas negativas del Banco Central y la lenta acumulación de reservas internacionales".

Milei festejó cuando se separó de las negociaciones a Rodrigo Valdés, el "villano" del staff del Fondo, quien supuestamente era el que presionaba por una devaluación. Pero, ya con Valdés fuera del equipo, el FMI siguió publicando documentos en los que, detrás del lenguaje diplomático lleno de elogios a los avances contra la inflación, planteaba los "desafíos" de una mayor coordinación fiscal, monetaria y cambiaria. El mensaje entrelíneas era que hasta la propia Gita Gopinath entendía que no se podía seguir con el crawling peg en el que el mercado ya no creía.

Los riesgos de dejar caer al dólar

Por primera vez en varios meses, Milei recuperó la euforia. El cepo se levantó sin que se produjera una corrida, el dólar cae, los supermercados retraen los aumentos "preventivos" y los "econochantas" de Argentina y del exterior se muerden ante la nueva catarata de burlas presidenciales.

Sin embargo, la estrategia del presidente no está exenta de riesgos. Y probablemente no tardarán en materializarse.

El primero es evidente: los problemas de competitividad para la industria pueden agravarse, lo cual se reflejará en un freno a la recuperación de la actividad y un eventual incremento del desempleo.

Por otra parte, como la contracara del dólar barato son las tasas altas, resultará inevitable un encarecimiento del crédito, justo cuando el gobierno estaba celebrando la acelerada recuperación de la financiación bancaria. Con tasas activas más caras, puede también aparecer un freno en el consumo y en la inversión.

Y, sobre todo, un dólar que se cae puede acentuar el talón de Aquiles del modelo económico: el déficit de la cuenta corriente. Ya van 10 meses acumulados en los que la cantidad de dólares que salen de la economía son más que los que entran. Es un indicador que históricamente ha sido asociado a crisis que terminaron en devaluaciones violentas.

Por lo pronto, un factor que alimentará ese déficit será el turismo emisivo. Con un dólar a $1.000, los argentinos saldrán masivamente a pasar sus vacaciones al exterior. Y muchos de los que se queden comprarán a través de Amazon ropa y artículos electrónicos más baratos que los del mercado local. Los antecedentes como el de 2017 -durante la gestión de Macri- indican que esa salida de dólares puede llegar hasta u$s10.000 millones en el año.

Y, finalmente, está el interrogante que se deben estar haciendo los funcionarios del FMI. Si el dólar queda en niveles bajos pero nunca toca el piso de $1.000, ¿significa entonces que el BCRA no comprará divisas para aumentar sus reservas? El acuerdo firmado le pide un aumento de u$s4.400 millones antes de mitad de año.

Milei parece convencido de que podrá hacer esas compras al módico precio de $1.000 por dólar. Pero el mercado puede cambiar de opinión en cualquier momento.

 

 

* Para www.iprofesional.com

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