La terapia de shock aplicada por el Gobierno Nacional a la economía ha conmovido las estructuras de los partidos clásicos -y del peronismo, en particular- hasta sus cimientos. Y no sólo por el ajuste implementado en las partidas nacionales y el repliegue del Estado nacional a expensas, muchas veces, de las jurisdicciones menores; sino también por la caída de la recaudación de cada una de ellas en virtud de la caída de la actividad, principal efecto colateral del plan libertario para contener la inflación.
Ese problema, que se advierte en todas las provincias, y que también afecta a los municipios, esparce sus efectos a cada rincón del territorio, y las seccionales y barrios de Córdoba no son la excepción. Y, trascartón, impacta en un ecosistema peronista que ya viene agitado por otros factores.
Aunque en la superficie el oficialismo asegure que la convivencia entre el PJ y los demás actores que componen Hacemos Unidos es pura sinergia positiva, solo hace falta raspar el cascarón para advertir que el protagonismo de los extrapartidarios altera, y que, en general, los peronistas que ocupan las segundas y terceras líneas, o más aún, los que se quedaron afuera, reprochan a la conducción haberlos convocado para la campaña pero no para la gestión.
Además, la tensión que hay hacia afuera también existe hacia adentro. No hay una referencia clara, y los distintos afluentes del PJ no terminan de coincidir bajo un liderazgo unívoco. En el territorio, las estructuras que antes se ordenaban desde los presidentes de cada seccional hacia abajo, ahora no respetan la misma lógica.
El esquema de coordinadores por seccional y sub-circuito que el peronismo viene adoptando en sus últimos test electorales es, a fin de cuentas, un sistema diseñado ad-hoc para cada elección. Y ha demostrado ser eficiente. Por contrapartida, el anterior sistema de organización territorial ha devenido en superfluo. En meramente formal.
Hoy está en duda si presidir una seccional o hacerse con el cargo partidario de uninominal implica un poder real hacia adentro del PJ. Llegado el caso, cuando el partido deba ponerse a prueba en las urnas, quienes tendrán el mando serán ajenos a la seccional. Y las recompensas irán en línea con los resultados cosechados por cada uno de ellos en la parcela que la conducción partidaria les ha encomendado.
Esto implica que la forma de distribuir y segmentar el poder hacia adentro del partido ha cambiado. Y todo cambio conlleva un momento de crisis y otro de adaptación.
Este es el escenario sobre el que impacta, ahora, la “abstinencia presupuestaria”.
José Manuel de la Sota forjó una imagen de hacedor que Juan Schiaretti potenció hasta el punto de reformular el nombre de la alianza para reflejarlo. El ex mandatario ganó las elecciones de 2019 por la más amplia ventaja recordada en décadas (57 por ciento de los votos) a partir de la ejecución de un ambicioso plan refrendado por los cordobeses en las urnas. Y Martín Llaryora apeló a una receta muy similar para construir, desde el Palacio 6 de Julio, su camino hacia el Centro Cívico. Pero desde entones la realidad ha cambiado.
La “abstinencia presupuestaria” producto de la caída de la recaudación y la mayor demanda de servicios públicos que ahora sólo financian la Provincia y la Municipalidad hace que sean cada vez más escasos los recursos que administran los Centros de Participación vecinal o llegan, por intermedio de uno u otro programa, a los Centros Vecinales. Y sin asignación de recursos ordenar hacia abajo se vuelve todavía más dificultoso.
Ya no solo hay celo ante los aliados y falta de una referencia unívoca entre los propios. Ahora, a nivel territorial, tampoco hay caja, ni una jerarquía que, en la microfísica de las seccionales, garantice una cuota estable de poder.
CON INFORMACION DE DIAIRO ALFIL, SOBRE UNA NOTA DE FELIPE OSMAN.